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Negociaciones Rusia-Ucrania: difícil camino hacia la paz 


2022-04-12

Gwendolyn Sasse | Política Exterior

Zelenski parece dispuesto a aceptar un estatus neutral para Ucrania a cambio de firmes garantías de seguridad. Pero sin la necesaria voluntad política por parte de Rusia, un acuerdo mutuamente aceptable está hoy fuera del alcance.

Después de casi tres semanas de conversaciones en remoto, el 29 de marzo se reanudaron las negociaciones en persona entre Ucrania y Rusia. Tuvieron lugar en Estambul, convirtiendo así al presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, en el principal mediador internacional, al menos de momento. Como era de esperar, Erdoğan proclamó avances al final de las conversaciones para así mantener el impulso. Las delegaciones ucraniana y rusa también se refirieron a los progresos logrados y a la posibilidad de un eventual acuerdo de paz. Pero esto es lo más lejos que se ha llegado.

La delegación rusa intentó presentar la idea de una reunión directa entre el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y el presidente ruso, Vladímir Putin, como un compromiso político, y el plan de reducir la actividad militar en torno a Kiev, como un compromiso militar.

Está claro que lo primero no es una concesión, sino simplemente la constatación de un hecho, ya que los presidentes serán los árbitros finales de las condiciones de cualquier plan de paz. La segunda parece ser, en general, retórica vacía, ya que no ha habido una reducción inmediata de la acción militar, sino más bien una reagrupación de fuerzas. Estamos ante una necesidad, más que ante un compromiso por parte de las fuerzas armadas rusas.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se ha apresurado a señalar la falta de voluntad de Rusia para negociar. La delegación de Ucrania, así como su presidente y su ministro de Asuntos Exteriores han tratado de parecer más optimistas. El elemento crítico en las negociaciones hasta la fecha ha sido el concepto de “neutralidad”. Ambas partes lo interpretan de forma diferente. Además de que Ucrania renuncie a sus aspiraciones de entrar en la OTAN, Rusia lo relaciona con la exigencia de desmilitarización. Y esto no es aceptable para Ucrania.

Zelenski también insiste en que Ucrania reciba firmes garantías de seguridad a cambio de renunciar a la adhesión a la OTAN. La propuesta ucraniana es incluir a un gran número de Estados garantes –los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Canadá, Alemania, Israel, Italia, Polonia y Turquía– y detallar con claridad las salvaguardias para proteger Ucrania de futuras agresiones rusas.

La delegación ucraniana hizo referencia a que esta garantía debía ser tan firme como el Artículo 5 del Tratado de la Alianza Atlántica. Los Estados garantes tendrían que apoyar a Ucrania, con ayuda militar e incluso con una zona de exclusión aérea.

Como la OTAN ya se cuida de no cruzar determinadas líneas e implicarse directamente en la guerra, la propuesta de Ucrania no puede aplicarse en su totalidad. Pero el principal objetivo de los ucranianos es centrar la atención en garantías de seguridad tangibles. Otro detalle de la propuesta ucraniana es la sugerencia de que los Estados garantes no solo no obstruyan, sino que apoyen activamente la mayor integración de Ucrania en la Unión Europea.

El hecho de que Putin vea la UE y la adhesión de Ucrania también como un peligro para su sistema político y económico ha sido menos evidente a lo largo de los años. Por ello, cabe destacar que la parte rusa señala Austria y Suecia como posibles modelos para Ucrania.

Si bien la reacción ucraniana a la propuesta rusa fue negativa, buscando en su lugar impulsar un “modelo ucraniano” diferente y más institucionalizado, hay que señalar que Austria y Suecia –al igual que Finlandia– se unieron a la UE en 1995 y ampliaron de manera gradual el significado de neutralidad. Suecia acabó abandonando la referencia explícita a la neutralidad militar, y los tres países cooperan hoy con la OTAN.

Estas trayectorias son familiares para Rusia. Por tanto, una referencia a cualquiera de estos países reconoce –intencionadamente o no– que la Ucrania de la posguerra podría seguir un camino similar. La UE podría desempeñar un papel en la institucionalización de la seguridad de Ucrania, siempre que el bloque pueda alcanzar un consenso sobre el camino a seguir.

Las otras demandas clave de Putin –el reconocimiento de Crimea como territorio ruso y la pseudoindependencia de las llamadas repúblicas populares del Donbás– dejan mucho menos espacio para el compromiso.

Los negociadores ucranianos han sugerido que podría estipularse un periodo de 15 años para que el estatus de la península se resuelva bilateralmente. Para Putin y para las élites y la sociedad rusas, esta cuestión está cerrada, por lo que parece más probable que acabe fuera de un acuerdo de paz.

En cuanto a los territorios ocupados por Rusia en el Donbás, la parte ucraniana propuso volver a las negociaciones sobre el estatus. Sobre el papel, podría encontrarse una fórmula que deje abierto el estatus final de los territorios. Las partes del sureste de Ucrania sobre las que las tropas rusas han obtenido el control parcial o total también tendrán que figurar en las negociaciones a medida que estas continúen.

Zelenski se enfrenta a un obstáculo adicional: se ha comprometido a un referéndum y una votación parlamentaria sobre la versión final del acuerdo. El presidente parece estar preparando a su país para la eventualidad de acordar un estatus neutral, pero la cuestión de la integridad territorial está tan estrechamente ligada a la resistencia del ejército ucraniano y de la población en general que es difícil imaginar que Crimea o partes del Donbás puedan figurar en un acuerdo sometido a votación popular.

Es obvio que las garantías de seguridad vinculadas a la neutralidad militar requerirán tiempo y voluntad política para ser negociadas. Esta voluntad política no es visible actualmente en el lado ruso, pero podría aparecer si la guerra se prolonga.



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