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¿Diálogo entre creyentes y ateos?
Por: Mons. Francisco Gil Hellín El encuentro de la fe y de la razón es fructuoso para el hombre y la búsqueda de la verdad permite promover la fraternidad Una de ellas se llamaba el «Atrio de los gentiles», porque en ella se ubicaban los que no eran judíos de raza o de religión pero estaban deseosos de conocer qué sucedía en el Templo y Quién era el Dios de los judíos. Allí esperaban a que pasara algún doctor de la Ley para que respondiera a sus preguntas. Tomando como referencia esta realidad, el Papa Benedicto XVI creó una iniciativa de diálogo interreligioso, a la que ha llamado también «Atrio de los gentiles» y fue puesta en práctica por el Pontificio Consejo de la Cultura. En última instancia se trata de instaurar un diálogo entre creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos o, sencillamente, personas que han abandonado la fe. No es un foro docente que busque imponer las propias ideas, ni una estructura de proselitismo religioso. Es un espacio abierto en el que cada uno abre su inteligencia para exponer en Quién cree, en qué no cree, qué afirma más allá de los límites de su razón. Se trata de hablar, de modo franco y amistoso, de las cuestiones que siempre han inquietado a los hombres y mujeres de todas las geografías y culturas: qué hay más allá de la muerte, por qué el hombre sufre, por qué triunfa el malvado y el inocente es despreciado y perseguido, cuál es el sentido que tiene la creación, etcétera. Sobre todo, si existe Dios y cuáles son su naturaleza y peculiaridades. El Papa Benedicto XVI ya comenzó este diálogo con el filósofo agnóstico alemán Habermas y con el intelectual “laico” italiano Paolo D’Arcadis, dejando a un lado toda postura a la defensiva del creyente. No tiene miedo a la razón, porque el dilema en que acaban no pocos ateos es Dios o la Nada; dilema insostenible con la lógica más profunda, porque Dios y Nada no son dos conceptos que se puedan contraponer. Como dice el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila, «el ateo nunca le perdona a Dios su inexistencia», siendo «más fácil creer en los dioses del Olimpo que en la inexistencia de Dios». Europa no pasa por un momento de esplendor en su pensamiento metafísico. Si en otro tiempo fue capaz de alumbrar las grandes universidades y brillar con la luz de poderosos filósofos y pensadores, en este momento es víctima de un pensamiento “débil” que no cree que exista la verdad y, por tanto, no se pone en camino para encontrarla. Y ¿qué es el hombre y qué sentido tiene su vida y cuánto hace si no existe la verdad? El hecho de que esta iniciativa celebró sus dos primeras sesiones en las universidades de Bolonia y de París, las dos universidades europeas más antiguas, ¿será el augurio de que las grandes preguntas han vuelto a la Universidad y vuelven a ser pan cotidiano de profesores y alumnos? Sea como fuere, lo cierto es que el encuentro de la fe y de la razón es fructuoso para el hombre y que la búsqueda de la verdad es la que permite promover la fraternidad más allá de las convicciones, sin negar las diferencias entre creyentes y no creyentes. Nada más lógico que el Papa, en la videoconferencia dirigida a los jóvenes que se habían congregado en París, les animase a «derribar los muros del miedo al otro, al extranjero, al que no se os parece -miedo que nace con frecuencia del desconocimiento o de la indiferencia», y a «construir puentes de diálogo». Abrirse al Dios desconocido o profundizar en el conocimiento amoroso de Dios facilita reconocer que nadie me es ajeno, que todos los hombres y mujeres son o pueden llegar a ser de mi familia. aranza |
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