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Clamor de justicia que brota de tantos corazones 


2022-06-03

Por | José Ángel Ocanto

"La democracia no se sustenta sin la verdad.
Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas
perecen miserablemente": Juan Pablo II

Antiguo Testamento: Isaías 10, 1-4

¡Pobres de aquellos que dictan leyes injustas y ponen por escrito los decretos de la maldad!

Dejan sin protección a los pobres de mi país; roban a los pequeños de sus derechos, dejan sin nada a la viuda y despojan al huérfano!

¿Qué harán el día en que se arreglen las cuentas? ¿A dónde huirán, y quién los ayudará cuando, desde lejos, venga el desastre? ¿Dónde encerrarán sus riquezas?

No quedará más que doblegarse bajo las cadenas o caer con los muertos. Pero a Yavé no se le ha pasado el enojo, aún sigue con la mano amenazante.

Reflexiones

"El libro que disipa todas las dudas"

Vivimos, en el país y en el mundo, tiempos de desconcierto, de crispación. Tiempos en los cuales el espíritu se somete a duras pruebas, que pueden conducir a la angustia, a un sentimiento de soledad, de temor, de duda.

En ese trance social, la fe del más fuerte puede decaer, quebrarse. Es posible sucumbir, entonces, al convencimiento de que nuestros males derivan de un castigo divino, que, quizá, pudiéramos merecer.

Ahora, ¿en cuál libro hemos de encontrar la mejor iluminación, sino en la Biblia, la palabra de Dios, que es irrefutable, verdadera, eterna?

La Biblia es el libro más vendido y traducido en el mundo, con una palabra viva que la humanidad ha decidido desdeñar. No es un texto remoto. No es un libro de fábulas. No es Dios el que nos ignora. La Biblia habla de nosotros. Esta división que en el país decreta el desencuentro, la ruptura, está recogido en la palabra inspirada, en la Carta de Santiago: "Hermanos, si realmente creen en Jesús, nuestro Señor, el Cristo glorioso, no hagan diferencias entre personas". La Biblia Latinoamericana es tajante al advertir: "El que hace distinción entre personas no puede ser cristiano".

La imagen de inocentes enviados a la cárcel o al exilio por jueces injustos, encuentra eco en Mateo 5: 6-7: "Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados". El mismo libro, unos versículos más adelante (6: 5) reprocha a aquel que convierte sus muestras de fe en escándalo: "Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo". ¿Cómo queda allí la pose del poderoso que, procaz, irreverente, invoca a un Cristo al que ordena escucharlo, y, peor aún, suele confundirlo dentro de su particular tropa espiritual con figuras oscuras, Molok, Changó, los espíritus de la sabana?

También Mateo 6: 14-15 dice, respecto a la crueldad: "Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les personará a ustedes".

El asalto y la confiscación de bienes pareciera descubrir referencia en la parábola de los labradores malvados (Mateo 21: 33-41). Es la historia del hombre que plantó una viña, la alquiló a unos labradores y se marchó a un país lejano. Llegado el tiempo de la vendimia, el propietario envió a sus sirvientes a cobrar su parte de la cosecha. "Pero los labradores tomaron a los enviados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon".

Tildar a Cristo de comunista sería un sacrilegio como los observados en el segundo libro de Simeón Pedro (2: 1-3): "Pero hubo falsos profetas entre el pueblo, como también entre vosotros habrá falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructivas (…), acarreando sobre sí mismos una súbita destrucción". La conducta del tirano está retratada en las primeras líneas del capitulo 10 del libro de Isaías: "¡Pobres de aquellos que dictan leyes injustas y ponen por escrito los decretos de la maldad!"

Hemos señalado que la palabra sagrada arropa a todos los cristianos, pero en el caso específico de los católicos, citaremos una Carta Pastoral del Obispo de Querétaro, México, Mario de Gasperin, con una orientación a los católicos de ese país sobre su responsabilidad moral, de cara a unas elecciones.

Un fiel católico, decía el prelado, no puede votar por un partido o por un candidato que esté en contra del respeto absoluto que se debe a la vida humana.

O que no respete el derecho primario de todo hombre o mujer a practicar, en privado o en público, individualmente o en grupo, sus creencias religiosas. O que niegue el derecho inalienable de los padres de familia a escoger el tipo de educación que, de acuerdo a sus convicciones, deseen para sus hijos. No puede votar por un partido o por un candidato, concluía, que no se comprometa a "combatir la violencia, la drogadicción, la injusticia institucionalizada, la corrupción pública y que no haga propuestas creíbles en favor de los más necesitados".

Juan Pablo II, el Peregrino de la Paz, visitó a Venezuela en enero de 1985 y en febrero de 1996. La primera vez dejó traslucir la visionaria apreciación de un conflicto social en ciernes, cuando pidió a Nuestra Señora de Coromoto que derramara sus bendiciones sobre campesinos, obreros, empresarios, artesanos, profesionales y conductores de la sociedad: "Ayúdales a ejercer su misión con gran sentido de honradez, diligencia y moralidad, escuchando el fuerte clamor de justicia que brota de tantos corazones".

En su segunda visita, hizo un alerta en voz más robusta: "No se debe olvidar que el proceso de empobrecimiento material conduce muchas veces a un empobrecimiento moral y espiritual de las personas y de los grupos sociales, especialmente de los jóvenes y adolescentes. Ello origina una grave crisis por la ausencia de valores en el campo de la ética, de la justicia, de la convivencia social y del respeto a la vida y dignidad de la persona".

Llamó a edificar una sociedad "basada en la cultura de la vida y de la solidaridad (…) Las experiencias que se presentan como negativas han de servir para no repetir los errores y asumir un compromiso corresponsable con el país, fortaleciendo la esperanza fundada en Dios y en las potencialidades de la inteligencia y la libertad humanas. En efecto, se trata de superar las dificultades y caminar hacia un orden social que debe desarrollarse de día en día, fundarse en la verdad, edificarse en la justicia, vivificarse por el amor; debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez más humano".

Somos, está claro, ovejas descarriadas y es preciso rectificar. Dios nos proveerá la ocasión y pondrá en nuestras manos las herramientas necesarias. Él nos dio el libre albedrío. De nuestra parte estará escoger la opción de atender, o la de contravenir, una vez, y otra, la palabra que proviene de una enseñanza en la cual decimos creer. La fe sin obra es muerta.



aranza


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