|
Formato de impresión |
Decenas de mariachis cantaron para Uvalde, Texas
Rick Rojas, Emily Rhyne, Ivan Pierre Aguirre | The Washington Post ‘Les dimos ese consuelo’ Con trompetas, instrumentos de cuerda y serenatas, su música traza el arco de la vida. A menudo acompaña los momentos de júbilo, pero también puede hablar del profundo dolor de una comunidad. UVALDE, Texas — Un autobús salió de la carretera polvorienta e ingresó al corazón de una ciudad sumida en el pesar. En los últimos días, gente de distintos lugares ha enviado mucho a Uvalde: comida, flores, millones de dólares en donaciones, oraciones… gestos grandes y pequeños en un intento de acompañar un duelo que nadie creía que pudieran curar. Como los demás, motivados a hacer algo, decenas de mariachis viajaron desde San Antonio con la esperanza de brindar una dosis de consuelo. En la plaza que se ha convertido en la expresión del dolor de Uvalde, donde se erigieron 21 cruces para marcar las vidas segadas por el tirador que irrumpió en una primaria, los músicos se reunieron en la orilla de una fuente y comenzaron a tocar, inspirados por las dolidas palabras del adorado músico mexicano Juan Gabriel. Tú eres la tristeza de mis ojos que lloran en silencio por tu amor “No te acarician”, comentó sobre la letra Anthony Medrano, uno de los integrantes: “Te atraviesan”. Reponerse requiere honestidad, sin importar lo lacerante que resulte, dijo. Una presentación de mariachi como esta debe ser una travesía que comienza en la oscuridad y asciende más cerca de la luz. La música de mariachi —con sus trompetas, instrumentos de cuerda y serenatas— a menudo evoca imágenes de júbilo o romance, y sus artistas ataviados se presentan en fiestas de 15 años, bodas, aniversarios y cumpleaños. Aun así, afirman los intérpretes, lo cierto es que la música marca el arco de la vida, y sirve tanto para acompañar las profundidades de la angustia como el triunfo más elevado. “Como mariachis, nosotros estamos ahí para cada parte de la vida de una persona”, les recordó Medrano, quien ayudó a coordinar el viaje, a los otros intérpretes a la hora de emprender la travesía. “Estamos llamados a dar un paso al frente y a intervenir y a ayudar a consolar a las familias y a ayudar a consolar a la comunidad. Eso es lo que vamos a hacer hoy”. La presentación se organizó a través de una publicación en Facebook que circuló en la comunidad de mariachis en el sur de Texas, la cual alentaba a los músicos a reunirse en un estacionamiento en los límites del centro de San Antonio la tarde del miércoles. Más de una treintena se subieron al autobús ahí. Otros hicieron el viaje por su cuenta. Un grupo se trasladó desde Eagle Pass, una ciudad fronteriza ubicada a una hora en auto al suroeste de Uvalde. El llamado a unirse a la presentación era potente. “Se parecen a nuestros hijos”, declaró Sandra Gonzalez, una violinista. “Los rostros lucen conocidos”. Los músicos traían trompetas, violines, un saxofón, pequeños instrumentos de cuerda llamados vihuelas y los mucho más grandes guitarrones mexicanos. Aunque Uvalde solo está a algo más de una hora en auto de San Antonio, también llenaron el autobús con bocadillos: hieleras con agua, cerveza, jamón, queso y bolillos, cajas de papas fritas y contenedores de cartón con vasos grandes de plástico llenos de té helado de Bill Miller Bar-B-Q, una cadena muy conocida en San Antonio. Juan Ortiz llevó su violín y su sombrero. También hubo trompetas, pequeños instrumentos de cinco cuerdas llamados vihuelas y guitarrones mexicanos mucho más grandes. “No te acarician. Te atraviesan”, dijo Anthony Medrano, en el centro, sobre las letras. Las edades de los músicos oscilaban entre los 7 años de un niño hasta los 60 y más de muchos otros. Una familia estaba representada por tres generaciones. Eran profesores de música, profesionales de bienes raíces, un estudiante de medicina. Gonzalez es enfermera en una unidad de terapia intensiva neonatal. “Miras este autobús”, dijo Roland San Miguel, uno de los intérpretes. “Miras la diversidad. Ese que está ahí es mi papá”. “Eso demuestra que no están solos”, añadió. “Uvalde no está sola”. Aquellos que se sienten atraídos por el mariachi, como intérpretes o como oyentes, reflejan la amplitud de la experiencia mexicoestadounidense, especialmente en un lugar como el sur de Texas. Para algunos, el español es su primera lengua, y sus vínculos con México son recientes. A otros, sin embargo, los separan de México generaciones. La música sirve como un portal que les une a su herencia. “Hay un orgullo en esta música: es nuestra”, dijo Medrano. “Cuando necesitan una recarga espiritual, pueden dar el grito”. (El grito es un estallido espontáneo de pura emoción que puntúa la música de mariachi y expresa emoción, desengaño o lujuria). En algunas familias, la tradición se transmite de una generación a otra. “Soy un afortunado”, dice San Miguel. “Nací en esto”. Lo mismo le ocurrió a su hijo de 20 años, Juan, que también iba en el autobús. Otros llegan a tropezones. Algunas secundarias de Texas tienen programas de mariachis. Hace aproximadamente una década, la Liga Interescolar Universitaria, la organización de Texas que supervisa los torneos académicos, deportivos y artísticos de todo el estado, añadió un concurso de mariachi, al igual que hay competencias de banda de marcha, baloncesto y debate. Ortiz, artista ganador de un premio Grammy, cantó una canción que muchos de los asistentes identificaron al instante: “Un día a la vez”. Cuando Mark Cantu, otro intérprete, era más joven, en su casa solo se hablaba español si sus padres querían decir algo que no entendieran los niños. Sin embargo, cuando escuchaba la música de los mariachis, algo en ella le hablaba. Su padre le compró un violín por 50 dólares en una casa de empeño, y ya en la universidad él se mantenía tocando en conciertos de fin de semana en Laredo. Christopher Andrew Perez, violinista, estaba de visita en casa procedente de Utah, donde estudia medicina. Vio la publicación en Facebook y envió un mensaje de texto a San Miguel para preguntarle si también podía tocar. “Siempre encuentro la manera de volver”, dijo Pérez, de 25 años. Los músicos creen que su música contiene cierto poder. Incluso los intérpretes más experimentados tienen dificultades para traducir esa sensación en palabras. Pero el mariachi les permite transmitir toda una serie de emociones, incluso dentro de una misma canción: alegría, orgullo, amor, anhelo, tristeza. A su vez, la música resuena en los oyentes que se enfrentan a las mismas emociones. Los sentimientos que prevalecen ahora: dolor, ira. “Aún así puede hacerte tragar saliva y que se te haga un nudo en la garganta”, dice San Miguel. “Puedes sacar alguna emoción con un instrumento”. Cantu, profesor de música en una escuela pública, comparó la interpretación de música de mariachi con la actuación de método. Recurrir a experiencias vitales similares a las que aparecen en la música —amor, pérdida, victoria— ayuda a profundizar en la interpretación. “Todos somos actores”, dice. “Nos arreglamos. Nos ponemos el traje completo. Puedes pulsar el play en un aparato, pero no puedes vivir la experiencia”. Los músicos están acostumbrados al duelo. Los miembros de la comunidad de mariachis a menudo se reúnen para tocar en funerales para padres, cónyuges y otros parientes de los intérpretes. Además, conforme la pandemia de coronavirus azotó a la comunidad mexicoestadounidense, los grupos de mariachis fueron llamados a actuar. “Hemos tocado en tantos funerales”, aseguró Gonzalez. Gonzalez vio el solaz que brindaban a esas familias. “Les dimos ese consuelo”, dijo. Ella sabía lo que significó para ella, así como para su madre y sus hermanas cuando unos mariachis tocaron en el funeral de su padre hace varios años. Aun así, a medida que el autobús pasaba las ciudades de Castroville y Hondo y se acercaba a la de Uvalde, había inquietud. “Esta es una primera vez para nosotros”, puntualizó San Miguel. “Esta magnitud de tragedia”. No hubo ensayos. Ni siquiera crearon una lista de temas que tocarían. Se espera que un mariachi con experiencia recuerde al instante un amplio repertorio de canciones. “Es probable que haya 200 o 300 que has olvidado”, dijo San Miguel en tono de broma. El autobús llegó a Uvalde y avanzó pesadamente hasta la plaza del pueblo. “Vamos a escoger las canciones sobre la marcha”, indicó Medrano mientras todos se bajaban, “y a hacer lo que hacemos”. Después del tiroteo, en la plaza apareció un espacio conmemorativo y ha seguido creciendo. Flores marchitas por el calor, apiladas en montones cada vez más altos, con peluches, velas y banderas estadounidenses. Mensajes escritos en letreros y con tiza en la acera. “Vuelen alto, pequeños ángeles”, se leía en uno. Los mariachis tocaron “Amor eterno”, una desgarradora canción que Juan Gabriel compuso sobre la agonía que sintió al perder a su madre. Muchos la reconocieron desde las primeras notas. El calor comenzaba a amainar y los nogales filtraban el sol intenso. Una multitud se reunió alrededor de la plaza. Algunos trajeron sillas de jardín y a sus perros. Unos pocos se enjugaron las lágrimas, lloraron en silencio. No obstante, tal como Medrano había prometido, la música parecía darles a las personas ahí reunidas un respiro, incluso si solo era por un momento. San Miguel lideró a algunos de los músicos en una versión instrumental de “Amazing Grace”. Recordó la serenidad que sintió cuando la canción fue interpretada en el funeral de su hermano el año pasado. Su padre, Juan Ortiz, cantante galardonado con el Grammy, interpretó otra canción que muchos en la multitud reconocieron al instante: “Un día a la vez”. El consuelo de la melodía: la cicatriz no estaba ahí y nadie sabía cuando llegaría. Sin embargo, Uvalde podía juntar resiliencia y seguir adelante. Un día a la vez, Dios mío aranza |
|
� Copyright ElPeriodicodeMexico.com |