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Las intenciones menos conocidas de Rusia en Ucrania


2022-06-22

Olivia Lazard | Política Exterior

Uno de los objetivos de Rusia en Ucrania es obtener acceso a recursos vitales que la UE necesita para cumplir con su programa de cambio climático. El uso de la fuerza y la instrumentalización de la guerra son fundamentales en la estrategia de Moscú.

Hasta los días previos a la invasión rusa, la Unión Europea no creía que Vladimir Putin estuviera a punto de atacar Ucrania. Si la UE ­–una organización cuya premisa se basaba en el “nunca más”– no fue capaz de prever una guerra, ¿qué más podría estar perdiéndose?

Resulta que mucho. A pesar de toda la violencia que ya esta teniendo lugar en Ucrania, la guerra puede ser en realidad sólo un fragmento de un rompecabezas mucho más grande que Rusia ha estado armando por ensayo y error en los últimos años.

En este rompecabezas, la guerra en Ucrania debe analizarse en paralelo con las maniobras rusas en África, Asia Central, América Latina y Asia Oriental. También debe analizarse a la luz del contexto actual: un mundo en transición desestabilizado por los fenómenos climáticos extremos y la competencia geoeconómica.

Hace tiempo que se percibe a Rusia como un actor que aporta poco en la lucha contra el cambio climático. Putin ha estado oscilando entre negarlo, restándole importancia y argumentando que incluso beneficiaría a Rusia y entre plantear a Moscú como un actor responsable con el clima que ayuda con los mercados de compensación de carbono en sus movimientos más recientes.
   
Las confusas narrativas de Putin sobre el cambio climático y la dependencia sistémica de Rusia de los hidrocarburos ocultan una realidad más compleja sobre la comprensión por parte del presidente de los riesgos y oportunidades asociados a las transiciones climática y digital.

Los documentos sobre seguridad nacional rusa  revelan que Putin comprendió hace años que el cambio climático y las perturbaciones geopolíticas provocarían cambios radicales en los mercados de la energía y las materias primas, lo que obligaría a Rusia a diversificar su economía.

En cuanto a la energía, dos aspectos fundamentales definieron las perspectivas rusas. Uno es que los hidrocarburos seguirían siendo fundamentales para la economía mundial y que la mayor demanda provendría de Asia. Por lo tanto, Rusia tenía que orientar sus esfuerzos hacia nuevos mercados y asociaciones.

La segunda es que Rusia comprendió los esfuerzos europeos por avanzar hacia una combinación de energías renovables que se basan en materias primas estratégicas como las tierras raras. Rusia es rica en muchos de estos materiales. No sólo eso: la Rusia actual pretende recuperar el poder de importación y exportación de la era soviética en términos de materiales estratégicos.

En la mente de Putin, recuperar esta capacidad es clave para asegurar que Rusia sea capaz de inclinar el equilibrio de poder global a su favor, competir con China y socavar la relación transatlántica.

De hecho, la estrategia de diversificación económica, la estrategia de materias primas estratégicas, la de seguridad nacional y las estrategias regionales están vinculadas a un objetivo concreto: mejorar la posición militar y de defensa de Rusia y garantizar su relevancia geoeconómica.

El objetivo de Rusia requiere tres cosas: desarrollar su planta industrial nacional, la búsqueda de países ricos en recursos que pueda controlar o con los que pueda cooperar estrechamente en sus propios términos y la creación de asociaciones con países de todo el mundo que posean recursos complementarios a los que Rusia pueda controlar directamente.

Brasil, por ejemplo, entra en la segunda categoría, mientras que Kazajstán y el Ártico entran en la primera.

¿Qué lugar ocupa Ucrania en todo esto?

Con una riqueza mineral estimada en más de 7 billones de euros, Ucrania alcanzó una asociación estratégica sobre materias primas con la UE en julio de 2021 para desarrollar y diversificar las cadenas de suministro de materiales estratégicos.

El único otro país al que la UE había recurrido para una asociación de este tipo es Canadá. Esta asociación se diseñó para apoyar la descarbonización de la UE y profundizar los lazos entre la UE y Ucrania. Dado que varios de los minerales de Ucrania se encuentran en la parte oriental del país, que ahora ocupa Rusia, el futuro de la asociación no está claro.

Sin embargo, lo que está claro es la intención de Rusia de acceder a los recursos que la UE necesita para cumplir con la Ley Europea del Clima –un aspecto fundamental de los pactos sociales europeos en el marco del Pacto Verde Europeo. El uso de la fuerza y la instrumentalización del conflicto y la guerra son fundamentales en la estrategia de Rusia.

No sólo en Ucrania se observa esta pauta. El Wagner Group –empresa mercenaria relacionada extraoficialmente con el Kremlin cuyo dueño también dirige empresas extractivas como Lobaye Invest –está ahora presente en países africanos con importantes recursos minerales, como Mozambique, Madagascar, la República Centroafricana y Malí.

Aún más sorprendente es que Rusia está concluyendo más asociaciones de defensa que incluyen la investigación topográfica e hidrológica, como con Camerún o Zimbabue.

¿Qué significa todo esto?

Putin está utilizando el curso de la historia para diseñar el papel de Rusia en un futuro alterado por el clima. En Ucrania, se trata de revisar la historia para justificar la ocupación y la guerra. En África, se trata de instrumentalizar los traumas de la historia –el colonialismo y el imperialismo– para socavar las relaciones entre África y Europa.

Detrás de estas narrativas, Putin quiere acceder a recursos y esferas de influencia. Entre otros objetivos, su intención estratégica es jugar con varias dependencias europeas, incluidas las futuras. Ha comprendido algo que la UE pasó por alto por completo: la transición energética es una cuestión geoestratégica.

Si Europa quiere hacer frente a los retos de un mundo en el que los actores instrumentalizan la inestabilidad y utilizan estratégicamente las cadenas de suministro y la descarbonización –depósitos cruciales para rediseñar el equilibrio de poder global, todo ello en un momento de colapso climático y ecológico–, debe cambiar su visión sobre las transiciones. El cambio debe ser sistémico, pero comienza con unos pocos pasos.
    
En primer lugar, Europa debe entender que la seguridad energética y la seguridad climática son una misma cosa.

En segundo lugar, debe recuperar urgentemente la capacidad de análisis de inteligencia y la competencia estratégica. Con ellas, la UE y sus Estados miembros deben esforzarse por comprender las formas complejas y dinámicas en que la seguridad, la geopolítica, los ataques a las sociedades abiertas y a las instituciones democráticas, así como el colapso climático y ecológico, están configurando el mundo actual. Si Europa fracasa en su transición climática, fracasará democrática, industrial, económica, tecnológica y socialmente. Si los actores externos intentan socavar las transiciones europeas, es una cuestión de máxima urgencia para los actores en materia de defensa y seguridad.

Por último, los europeos deben identificar cómo formar asociaciones cualitativas que vayan más allá de los intercambios transaccionales, y que den lugar a la adaptación al clima, a la mitigación del clima y a la construcción de la interresiliencia entre Europa y sus socios. Estas asociaciones son fundamentales para construir un futuro seguro para el clima y una Europa geopolítica.

La diferencia entre Rusia y la UE es que esta última ha comprendido que las viejos prácticas geopolíticos, como el acaparamiento de recursos, no tienen cabida en el antropoceno. Se necesita una nueva estrategia para hacer frente a las estrategias del juego de suma cero. Ya es hora de que el Pacto Verde respalde por fin una estrategia de política exterior, una que sea regenerativa y justa.



Jamileth


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