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Las selecciones de América Latina llegan en su peor momento
Alberto Lati, The Washington Post Los equipos de futbol de América Latina llegan en su peor momento histórico a un Mundial que se jugará en un país que hace un intento para tener cierto nivel de apertura de cara al torneo de noviembre. Sportswashing es el término que mejor nos permite entender la limpieza o maquillaje de las políticas restrictivas de un régimen a través del deporte. Muy cómoda bajo la bandera apolítica que ondea o deja de ondear según le convenga, la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) ha navegado sin comprometerse con causas primordiales. Un mega evento deportivo puede desencadenar cambios como los Olímpicos de Seúl 1988 —medulares para que terminara la dictadura en Corea del Sur—, pero a la vez legitiman lo que no se puede legitimar. En ese contexto, 32 selecciones jugarán por una gloria que a lo largo de casi 100 años de historia mundialista solo ha conquistado una élite compuesta por ocho selecciones. Hasta antes de la racha actual de cuatro torneos consecutivos ganados por europeos, lo peor para América Latina había sido dos ediciones al hilo sin un campeón sudamericano entre 1934 y 1938. Argentina se presenta como el mayor candidato ganador del hemisferio, con una gran química convergiendo en torno a Lionel Messi y con el alivio que representó coronarse en la pasada Copa América. No demasiado lejos debe colocarse a un Brasil recargado por nuevos valores como los madridistas Vinicius Junior y Rodrygo Goes, más la consagración pendiente de Neymar. Detrás viene la selección uruguaya con un recambio generacional, encabezado por Federico Valverde y Darwin Núñez. Pero en el siguiente escalafón emerge México con su selección y la obsesión de un quinto partido que no ha podido ser, aunque también la angustia de ni siquiera acceder a octavos de final (es el único conjunto, al lado de Brasil, que siempre ha llegado a esa ronda desde 1994). No debe subestimarse a Ecuador, que pudo clasificar con serenidad en una zona difícil como la sudamericana; ni a Costa Rica, que remontó de forma espléndida su mal inicio eliminatorio. Este Mundial se juega en una región volátil en la que, por el solo modo de referirnos a su principal punto de intercambio y conexión, el Golfo Pérsico o Golfo Árabe, ya nos asomamos al precipicio de una declaración de guerra. En Occidente nos hemos acostumbrado a llamarle Golfo Pérsico —un término que viene desde los antiguos persas, encabezados por reyes como Darío o Ciro el Grande— pero es un nombre rechazado por el común de los países de habla árabe (Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes Unidos), pues solo Irán es persa. Esta historia ya se vio en 2009 cuando se cancelaron los Juegos de la Solidaridad Islámica, que se desarrollarían en Irán, debido a que varias delegaciones se opusieron a que en los documentos y discursos del certamen se aludiera al Golfo como Pérsico. Tremenda paradoja: el evento que reivindicaba atléticamente la solidaridad entre todos los musulmanes, fue abortado por la imposibilidad de siquiera admitir que cada uno llame como quiera a esa porción de agua salada. Así que durante Qatar 2022 nos cansaremos de escuchar alusiones al Golfo Árabe… a menos que Qatar decida arriesgarse a un nuevo bloqueo de sus vecinos, como el que tuvo en 2017 en parte por su cercanía respecto al único país persa y musulmán chiita de la región, Irán. Por entonces, Arabia Saudita, máxima potencia sunita y siempre en pie de guerra ante los iraníes, llegó a amenazar con abrir un canal al este de su territorio para transformar la península de Qatar en una isla y esta crisis influyó sobre el Mundial de futbol, ya que la intención de la FIFA era incrementar el aforo de la competición de 32 a 48 selecciones participantes sin esperar hasta 2026. En la mente de Gianni Infantino, presidente del organismo, rebotaba la idea de que Qatar cediera juegos a los emiratos de Dubái y Abu Dabi, algunos incluso a la capital saudita, Riad. Imposible ante semejante crisis. Si en algo no cambia la FIFA, además de voluntad de sacrificarlo todo a costa de elevar ingresos, es en su renuencia a leer un poco sobre geopolítica. Esa insaciable sed de dinero ha hecho que la FIFA, lo mismo antes con Joseph Blatter que ahora con Infantino, cabildeara la posibilidad de organizar un Mundial cada dos años. O el triplicar sus participantes en menos de medio siglo (aún en Argentina 1978 calificaban 16 y para 2026 serán 48): cantidad en franco detrimento de la calidad. Por si faltara, las sedes ya son otorgadas casi en subasta al mejor postor y no necesariamente a la mejor candidatura. Por otro lado, vale la pena mencionar que Qatar, con todo lo pendiente que puede tener en materia de derechos humanos, derechos de la mujer, derechos laborales y garantías para la comunidad LGBTQ+, intenta en esta coyuntura cierto nivel de apertura. El sistema de empleo de la Kefala, que posibilitaba el maltrato total a inmigrantes y la prohibición de que cambiaran de trabajo o dejaran el país cuando lo desearan, se ha suavizado (en el museo Bin Jelmood, que trata sobre la esclavitud en el emirato, me sorprendió hallar una sección admitiendo los males propiciados por ese esquema). Las mujeres cada vez cuentan con un rol más activo en su sociedad, encabezado sobre todo por los esfuerzos impulsados por la madre del actual emir, la jequeza Moza bint Nasser. Existe tolerancia hacia otros credos, ya sean ramas distintas del islam o religiones del todo diferentes. El punto más preocupante continúa siendo en relación con el grupo LGBTQ+. Meses atrás, Abdulaziz al-Ansari, ministro del Interior qatarí, aseguró que no se tolerará a gente shawaz en su país. Shawaz es un término muy peyorativo, traducible como “anormal” o “raro”, lo que volvió a elevar la preocupación. El político complementó diciendo que Qatar no cambiará por un Mundial ni por 28 días. Cierto nivel de democracia llegó en 2021 con la primera elección en el país para la Asamblea o Shura, lo que tampoco significa que Qatar vaya a dejar de ser una monarquía absoluta o que el emir vaya a asumir un rol simbólico como el de la reina inglesa. Subiendo y bajando, como si nos moviéramos entre dunas asomados al Golfo de nombre polémico, nos acercamos al no menos polémico Mundial. Jamileth |
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