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Construir una refinería en México: la mejor decisión en el mejor momento
Rodrigo Benedith | The Washington Post Al inicio de su administración, el presidente Andrés Manuel López Obrador publicó 100 compromisos como hoja de ruta de la política pública en varios rubros; el compromiso numerado 71 fue construir una nueva refinería en Dos Bocas, Paraíso, Tabasco, para que en tres años se produzca en México la gasolina que consumimos. Como megaproyecto de infraestructura obtuvo críticas de inmediato. La principal es que no era necesaria por dos razones: la demanda de combustibles fósiles disminuirá en las décadas que vienen y el hecho de que existe combustible más barato cruzando la frontera, en Texas. Entonces, ¿para qué invertir, por lo menos, 10,000 millones de dólares en la Refinería Olmeca que elaborará un producto que pronto se volverá obsoleto y que, además, podemos comprar a menor precio en otro país? De los discursos oficiales podemos rastrear tres argumentos fundamentales del gobierno de México para justificar la obra: agregar valor al petróleo crudo que ya se extrae en el país; promover la economía por medio de más empleos y desarrollo del mercado interno y la primordial, fortalecer la seguridad energética nacional. El mero hecho de crear nueva infraestructura en el sureste mexicano que requería, entre muchas otras cosas, la rehabilitación de un puerto, una inmensa construcción civil, diversas obras complejas de ingeniería y una planta de cogeneración de electricidad de más de 200 megawatts creó nuevos empleos y derrama económica tanto en la región, que es la menos desarrollada del país, como a las empresas mexicanas que participaron. Algunos críticos de Dos Bocas argumentan que la demanda de hidrocarburos disminuirá derivado de la “inevitable” transición energética, sin embargo, en días recientes Stephen Nalley de la Agencia Internacional de Energía declaró que no veía a los combustibles líquidos, como la gasolina o el diésel, ni al gas natural perder su lugar como las dos principales fuentes de energía de los Estados Unidos al año 2050. Algo revelador es que Mike Wirth, director general de Chevron, dijo hace unos días en una entrevista que lo que más le importa a la empresa es mantener el valor de sus acciones y que aunque la petrolera que dirige “estuviera dispuesta a comprometer el tiempo y el capital para construir una refinería” no lo hará porque los gobiernos declaran sus intenciones de dejar de usar combustibles en un futuro próximo. Es decir, que la decisión de Chevron, como la de otras empresas privadas, sobre todo en los Estados Unidos, se realiza con base en la especulación de regulaciones gubernamentales que puedan afectar su valor en bolsa, más que en proyecciones de la demanda sustentadas en un análisis tecnológico. Ya hace más de una década, en una reunión del secretariado de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Shokri M. Ghanem, presidente de la Corporación Petrolera Libia, delcaró que se debía construir nueva capacidad de refinación cerca o en los mismos países consumidores, pero que estos no parecían estar interesados en construir nuevas refinerías en sus propios suelos debido a la oposición local y ambiental a las expansiones de refinerías y nuevas construcciones. Otro de los argumentos usados en contra es que producir la gasolina que el país consume no es eficiente, pues en la teoría económica no existen elementos que sugieran que producir un insumo (en este caso el petróleo crudo) implique algún tipo de ventaja en la elaboración de un producto final (diésel y gasolinas). En este caso, cuando hablan de la “teoría económica” se refieren al paradigma que le da preeminencia al mercado sobre la intervención gubernamental, desechando, incluso, la historia económica de Europa y Estados Unidos que nos demuestra que fueron decisiones gubernamentales de política industrial lo que hizo que la mayor parte de la capacidad de refinación del mundo se concentrara en esas regiones. Lo que México realizó en Dos Bocas es, precisamente, una decisión de política industrial acompañada, además, de una de seguridad energética. Mientras algunos argumentan que México debería ceñirse a la lógica del mercado y abandonar cualquier atisbo de política industrial, en la Costa Este de los Estados Unidos importan petróleo crudo de Nigeria o Angola para las refinerías de Filadelfia y Nueva York, o directamente combustibles líquidos de refinerías europeas. Esto debido una ley (Ley Jones) que tiene poco más de 100 años de vigencia, donde se impide que haya traslado de productos en otro transporte que no sea estadunidense, es decir, si el barco no tiene bandera estadounidense, no fue construido en un astillero estadounidense y la tripulación no es estadounidense no pueden transportar ciertos productos. La ley podría ser solo proteccionista, como buena parte de su regulación comercial, pero a lo largo de los años su flota (incluidos buques tanque) se ha reducido y ahora deben recurrir a importaciones transatlánticas porque les es físicamente imposible, debido a la regulación, acceder al petróleo o productos refinados de Texas. O sea que, mientras algunos en México, nos dicen que construir una refinería no tiene sentido económico ni de seguridad energética, pues Estados Unidos es un socio confiable que jamás nos cerraría el flujo de combustibles por razones políticas, congresistas estadounidenses piden al presidente Biden suspender la Ley Jones para que territorios como Hawai puedan comprar combustible estadounidense para sustituir el tercio de la demanda que le compraban ¡a Rusia! Entonces, si nuestro proveedor de combustibles ha cerrado refinerías y con ello su capacidad de refinación y, además, ante el contexto de las sanciones al petróleo ruso podría cambiar su regulación para poder surtir sus propias necesidades, vale la pena preguntarse ¿tendrá nuestro vecino y “socio confiable” la capacidad y voluntad de seguirnos vendiendo si el precio del petróleo llega a rebasar los 200 dólares por barril? ¿O preferirá surtir a su propia población y a Europa? En 2022, con precios elevadísimos de materias primas como el acero, fletes exhorbitantes y la cadena de suministro interrumpida, hubiera sido imposible construir una refinería. La seguridad energética es importante en todo momento, pero en el contexto actual es indispensable. La decisión del presidente López Obrador de construir la Refinería Olmeca en Dos Bocas, previo a la llegada de la pandemia y la guerra en Europa del Este, fue la mejor decisión en el mejor momento. aranza |
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