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Shinzo Abe, el primer ministro de Japón que más tiempo ocupó el cargo


2022-07-08

Por Motoko Rich | The New York Times

Shinzo Abe, el primer ministro japonés que más tiempo ocupó el cargo, quien se comprometió con la misión política de erradicar los fantasmas bélicos del pasado de su país pero no logró restaurar a Japón como una potencia militar normalizada, fue asesinado el viernes en la ciudad de Nara. Tenía 67 años.

Su muerte, producto de las heridas recibidas durante un tiroteo en un evento de campaña, fue confirmada por el médico Hidetada Fukushima, profesor de medicina de urgencias en el Hospital de la Universidad Médica de Nara.

Abe, heredero de una familia de políticos acérrimamente nacionalistas entre los que se contaba un abuelo acusado de crímenes de guerra antes de convertirse en primer ministro, hizo historia al liderar a Japón durante casi ocho años consecutivos a partir de 2012.

Fue una notable hazaña de longevidad, no solo porque Japón tiene una alta rotación de primeros ministros, sino porque Abe solo había permanecido un año en el cargo en un intento previo y malogrado de liderar el país.

Su largo mandato, sin embargo, solo consiguió victorias parciales en cuanto a sus dos principales ambiciones: liberar a las fuerzas armadas de Japón después de décadas de pacifismo de posguerra y poner en marcha y revisar su economía a través de un programa conocido como Abenomics.

Y en agosto de 2020, apenas cuatro días después de establecer el récord como el dirigente con el mandato ininterrumpido más largo para un líder japonés, Abe renunció como primer ministro debido a sus problemas de salud, un año antes de lo anticipado.

Una de sus medidas más significativas como primer ministro sucedió en 2015, cuando impulsó una legislación que autorizaba misiones de combate en el extranjero junto con tropas aliadas en nombre de la “autodefensa colectiva” luego de multitudinarias protestas públicas y una batalla con políticos de oposición.

Pero no consiguió su muy anhelado objetivo de revisar la cláusula de la Constitución japonesa que renuncia a la guerra y que fue instaurada por la ocupación estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial. Al final, Abe no fue capaz de convencer al pueblo japonés que no estaba dispuesto a repetir los errores de esa guerra.

Con su programa económico, Abe impuso una suerte de terapia de choque que incluía efectivo barato, gasto público en proyectos de estímulo que incrementaron la deuda del país e intentos de desregulación empresarial. Esa combinación dio resultado en los primeros años de su mandato, al sacar a la economía de un malestar implacable y elevando el perfil internacional de Abe.

Un factor clave de su plataforma económica era el esfuerzo de empoderar a las mujeres, pues argumentaba que aumentar su participación en la fuerza de trabajo ayudaría a equilibrar una población que envejecía e iba en declive. Sin embargo, algunas de las primeras promesas de su agenda “Womenomics”, —como aumentar drásticamente la proporción de mujeres en las gerencias y en el gobierno— no llegaron a realizarse.

En el plano internacional, Abe fue uno de los pocos líderes mundiales en sostener una relación constantemente cercana al presidente Donald Trump. Organizó dos visitas para el líder estadounidense, entre ellas una en la que Trump se reunió con Naruhito, el emperador que acababa de acceder al trono.

Abe también recibió al presidente Barack Obama cuando se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar Hiroshima, el lugar de uno de los dos bombardeos atómicos realizados por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial

Luego de años de una relación distante con China, Abe intentó inaugurar una era de acercamiento al realizar la primera visita a Pekín de un primer ministro japonés en siete años al reunirse con el presidente Xi Jinping en 2018.

Luego de que la gestión de Trump se retirara de un acuerdo comercial multilateral entre Estados Unidos y otros 11 países de la cuenca del Pacífico, Abe mantuvo a los demás países en una coalición que en 2018 hizo entrar en vigor el pacto sin la participación de Estados Unidos.

Se reunió decenas de veces con el presidente ruso, Vladimir Putin, con la esperanza de negociar un acuerdo por las cuatro islas disputadas al norte de Japón que fueron conquistadas por la Unión Soviética luego del final de la guerra.

El padre de Abe intentó durante mucho tiempo, sin éxito, resolver la disputa territorial, y el hijo tampoco pudo resolverla. Como resultado, ambos países aún tienen pendiente firmar un tratado de paz para poner fin oficialmente a la guerra entre ellos.

‘La historia es severa’

Aunque Abe trabajaba para cultivar relaciones diplomáticas y comerciales en el mundo, nunca perdió de vista su plan nacionalista en casa.

Un año después de asumir el cargo en 2012, Abe visitó el templo Yasukuni, que honra a los muertos en las guerras de Japón, entre ellos a los criminales de guerra de la época de la Segunda Guerra Mundial. Si bien después evitó esas visitas, se resistió a los llamados que pedían que Japón ofreciera mayores disculpas por las atrocidades cometidas en tiempos de guerra, un asunto doloroso para sus vecinos de Corea del Sur y China.

Bajo su mandato, las relaciones de Japón con Corea del Sur cayeron a uno de sus puntos más bajos desde la ocupación colonial japonesa de la península y ambos países debatieron cómo es que Japón debería expiar su historia.

Cuando Abe dio el primer discurso pronunciado por un primer ministro japonés ante el Congreso de EE. UU. en 2015, reconoció el peso del pasado pero evitó ofrecer una disculpa directa y personal por el papel de Japón en la guerra.

“La historia es severa. Lo que está hecho no puede deshacerse”, dijo. “Nuestras acciones causaron sufrimiento a los pueblos de los países asiáticos. No debemos quitar nuestros ojos de eso”.

En el septuagésimo aniversario del fin de la guerra, reiteró su apoyo a las anteriores expresiones oficiales de remordimiento pero también pareció indicar que Japón había hecho suficiente. “No debemos permitir que nuestros hijos, nietos e incluso más generaciones por venir, que no tienen nada que ver con esa guerra, estén predestinados a disculparse”, dijo.

Shinzo Abe nació el 21 de septiembre de 1954 en Tokio, hijo de Shintaro y Yoko Ave. Su madre era hija de Nobusuke Kishi, quien había sido acusado de crímenes de guerra por la ocupación estadounidense, pero al final fue liberado de prisión sin comparecer ante el tribunal de crímenes de guerra de los Aliados. Fungió como primer ministro de 1957 a 1960 y se opuso fervorosamente a la Constitución que, medio siglo después, su nieto intentaría corregir con ahínco.

El padre de Abe también incursionó en política y fungió como ministro de Exteriores y fue un líder influyente en el Partido Liberal Democrático, que excepto por cuatro años, siempre ha gobernado en Japón desde el fin de la guerra.

Tal vez hubo pocas dudas de que Abe al final se decantaría por seguir los pasos de su padre y su abuelo. Estudió ciencias políticas en la Universidad Seikei en Tokio y pasó un año en la Universidad del Sur de California, donde también estudió ciencias políticas.

Luego de un breve paso por la acerera Kobe Steel, Abe empezó su carrera política en 1982, como asistente ejecutivo de su padre, que por ese entonces era ministro de Relaciones Exteriores.

Se casó con Akie Matsuzaki, hija de un expresidente de Morinaga, una de las principales empresas de golosinas, en 1987. La pareja nunca tuvo hijos.

Los medios de Japón —y ella misma solía decirlo— a veces la describían como el “partido de oposición doméstico” de Abe, porque estaba en contra de la energía nuclear, que él apoyaba y solía expresar posturas más progresistas que el primer ministro en temas como los derechos de las personas gay.

Luego de que su padre murió en 1991, Abe fue electo para ocupar su curul parlamentaria de la prefectura de Yamaguchi en el suroeste de Japón en 1993.

Su primera gran oportunidad ocurrió en 2000, cuando fue nombrado subsecretario principal del Partido Liberal Democrático.

Como tal, Abe acompañó a Junichiro Koizumi, un primer ministro popular e inconformista, a Pionyang en 2002 para reunirse con el líder norcoreano de entonces, Kim Jong-il, a fin de negociar la liberación de ciudadanos japoneses supuestamente secuestrados por agentes norcoreanos. El norte liberó a cinco cautivos y los políticos los llevaron de regreso a Japón.

Para Abe, la defensa de la causa de los ciudadanos secuestrados y sus familias fue una preocupación el resto de su vida y ayudó a conformar sus posturas de línea dura sobre Corea del Norte. Durante su mandato alentó un debate sobre si Japón debería adquirir la capacidad de accionar armas capaces de impactar sitios de lanzamiento de misiles en territorio enemigo en caso de que un ataque pareciera inminente, un debate claramente vinculado a la creciente amenaza nuclear del norte.

Ascenso y rápida caída

La primera vez que Abe llegó al cargo más importante de Japón fue en 2006, cuando fue elegido como el líder de los Demócratas Liberales y se convirtió en el primer primer ministro japonés nacido después del fin de la guerra.

Desde el inicio, insistió en su deseo de actualizar la Constitución pacifista y mover a Japón hacia un nuevo nivel de independencia de Estados Unidos, que le brindaba seguridad al país a cambio de renunciar a contar con un ejército pleno y permitir la presencia de tropas estadounidenses en el territorio.

“Al confiarle nuestra seguridad nacional a otro país y priorizar el desarrollo económico sin duda hemos sido capaces de adquirir enormes ganancias materiales”, escribió Abe sobre la era de la posguerra en su libro de campaña Hacia un país hermoso. “Pero lo que perdimos a nivel espiritual, eso también fue enorme”.

En su búsqueda para cambiar la Constitución, Abe molestó a China y a Corea del Sur, dos víctimas del militarismo de Japón durante el siglo XX. También negó que el ejército japonés hubiera forzado a mujeres asiáticas, principalmente coreanas y chinas, a la esclavitud sexual durante la Segunda Guerra Mundial y tomó medidas para modificar los libros de texto a fin de presentar lo que los críticos dijeron era una versión “blanqueada” o suavizada de la historia bélica de Japón.

Pero al cabo de un año, Abe comenzó a tener problemas por los escándalos de su gabinete y el establecimiento político y los medios lo anularon. Renunció abruptamente en septiembre de 2007, arguyendo problemas de salud derivados de una colitis ulcerosa, lo que causó un desorden en su partido.

Su renuncia fue el inicio de una vertiginosa caída para los Demócratas Liberales que culminó con la pérdida del Parlamento en 2009 frente al opositor Partido Democrático. Era apenas la segunda vez desde la formación del Partido Demócrata Liberal en 1955 que no controlaban el poder.

Sin embargo, el gobierno de la oposición fue arruinado por torpezas y la gestión terminó por desplomarse cuando el público se enfureció por la respuesta al desastre nuclear de Fukushima luego del terremoto y el tsunami de 2011. Para 2012, los votantes habían regresado a los conservadores Demócratas Liberales al poder, con Abe a la cabeza.

Parecía haber aprendido algunas lecciones de su primer mandato. Al principio se concentró en revivir a una economía moribunda y dar marcha atrás a varios años de deflación, lo que sacó a Japón de las llamadas décadas perdidas posteriores a la gran burbuja inmobiliaria de los años ochenta.

Al concentrarse en la economía en su segunda gestión, “vimos que se volvió mucho más pragmático y flexible”, dijo Yuichi Hosoya, cientista político en la Universidad Keio en Tokio y quien alguna vez fue asesor de política exterior de Abe.

No obstante, mantuvo su ambición de devolverle a Japón una postura militar más sólida. En 2015, Abe impulsó un paquete de leyes de seguridad que permitirían que las Fuerzas de Autodefensa de Japón se unieran a tropas aliadas para misiones de combate en el exterior. También formó un consejo de seguridad nacional y ayudó a incrementar el presupuesto de defensa de Japón.

En 2016, su partido obtuvo una victoria arrasadora en las elecciones nacionales, ayudado en parte por la inercia política y un pueblo que no confiaba en la capacidad de la oposición para gobernar.

Pero también demostró las considerables habilidades políticas de Abe para controlar a su partido y a la burocracia en un país en el que pocos primeros ministros han logrado permanecer tanto tiempo en el cargo. “Para crear un crecimiento económico estable y tener un papel político importante en el escenario internacional, un líder político japonés debe permanecer cierto tiempo en el poder”, dijo Hosoya.

En las elecciones de 2016, los votantes dieron a los demócratas liberales y sus aliados más de dos tercios de los escaños en el Parlamento, una gran mayoría que, en teoría, podría haberle dado a Abe los votos que necesitaba para cambiar la Constitución.

Luego de la victoria electoral de Trump, Abe astutamente cultivó su preferencia, y se apuró en llegar a Nueva York para ser el primer líder mundial en reunirse con él luego de su victoria. A lo largo de partidos de golf, llamadas telefónicas y reuniones personales desarrolló una relación cercana con el expresidente estadounidense.

La adulación ayudó a prevenir lo que muchos en Japón temían que serían exigencias rápidas de acuerdos comerciales dañinos o pagos más elevados por parte de Japón por albergar a cerca de 55,000 soldados estadounidenses en bases en todo el país.

Un mandato opacado

Abe llevó a su partido a dos victorias más en elecciones nacionales pero perdió la supermayoría en 2019 y jamás logró impulsar una revisión de la Constitución.

Una serie de escándalos de tráfico de influencias opacó su posición, y la desilusión por su tibio avance en materia de igualdad de las mujeres, la tasa de natalidad peligrosamente baja del país, una serie de desastres naturales y, más tarde, la desaprobación de su manejo de la pandemia de coronavirus y una recesión económica asociada distrajeron de su agenda nacionalista.

“Según las exigencias que heredó y lo que quiso llevar a cabo cuando incursionó en política, su mandato fue un fracaso”, dijo Tobias Harris, experto en política japonesa en el Centro para el Progreso Americano en Washington y autor del libro The Iconoclast: Shinzo Abe and the New Japan.

“No actualizó la Constitución y aún hay varias restricciones al uso de la fuerza”, añadió. “La idea de que el pueblo japonés tiene más orgullo o ha adoptado su visión de la historia… no creo que ese sea el caso. Estas cuestiones han existido durante décadas y siguen siendo tan contenciosas como siempre, así que no creo que pueda decirse que logró ganarse los corazones y las mentes con sus ideas”.

“Por lo tanto en ese sentido”, dijo Harris, “no logró el tipo de transformación que quería conseguir”.

Pero incluso después de retirarse como primer ministro, Abe siguió ejerciendo considerable influencia tras bastidores. El sucesor que personalmente eligió, Yoshihide Suga, su principal secretario de gabinete, ocupó el cargo tras su renuncia. Cuando a Suga lo obligaron a renunciar al cargo, Abe apoyó a Sanae Takaichi, de 60 años, una conservadora de línea dura para que fuera la primera primera ministra de Japón. Cuando no consiguió suficientes votos en una primera vuelta de votación partidista, Abe apoyó a Kishida para evitar la victoria de uno de sus principales rivales, Taro Kono, un exministro de Defensa y de Exteriores.

Aún lograba atraer la atención al sugerir ideas controversiales, como la propuesta de que Japón albergara armas nucleares estadounidenses.

Y mientras los demócratas liberales hacían campaña para las próximas elecciones a la cámara alta, la ansiada esperanza de Abe de revisar la Constitución seguía siendo un punto clave en su plataforma.

A Abe le sobreviven su esposa, Akie Abe; su madre, Yoko Abe; sus hermanos: Nobuo Kishi, ministro de Defensa de Japón, y Hironobu Abe, quien en marzo se retiró como director ejecutivo de Mitsubishi Corporation Packaging.

En un discurso pronunciado en agosto de 2020 por el 75 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, Abe se enfocó casi exclusivamente en las víctimas japonesas de la guerra, ya fuera en los campos de batalla asiáticos, en los bombardeos aéreos de las ciudades a través del país o en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

No mencionó el aprendizaje de las lecciones de la historia.



Jamileth


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