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El presidente Trump me traicionó


2022-07-11

Por Aquilino Gonell  | The New York Times

Fui uno de los agentes de policía del Capitolio que defendió a Estados Unidos del asalto del 6 de enero de 2021, y me pareció que era importante estar en la sala del comité el 28 de junio para escuchar el testimonio de Cassidy Hutchinson, excolaboradora de la Casa Blanca. Estuve ahí con tres compañeros más, aunque sabía que sería difícil revivir los horrores que presencié. A pesar de haber experimentado de primera mano el ataque brutal de los insurrectos, me impresionó oír a Hutchinson explicar hasta qué punto el expresidente Donald Trump incitó a la gente que casi me mata.

Soy un inmigrante de la República Dominicana, veterano del ejército de Estados Unidos y sargento que lleva trabajando en el cuerpo 16 años, pero nunca he presenciado nada como el ataque del 6 de enero, ni siquiera en combate en Irak. Estaba seguro de que iba a morir ese día, pisoteado por las hordas de defensores del presidente Trump que, en su nombre, intentaban detener el traspaso oficial de poderes.

Hutchinson, excolaboradora de Mark Meadows, exjefe de Gabinete de Trump, testificó que su jefe dijo que las cosas se podrían poner “muy mal” el 6 de enero, y que se advirtió a Trump de que había personas armadas entre la muchedumbre que se había formado. Por supuesto, nunca habría imaginado que un presidente estadounidense no solo no socorriera a los agentes del orden en su defensa del Capitolio, sino que animara a las multitudes a marchar sobre él. En lugar de avisarnos del peligro, a mis compañeros y a mí no nos dieron esa información y, por tanto, caímos en una emboscada sin estar preparados.

No sé qué parte del testimonio de Hutchinson me indignó más: que Trump quisiera que lo llevaran en coche al Capitolio para liderar la agresiva rebelión; que alentara a sus simpatizantes a sabiendas de que iban armados; o que ignorara a algunos de sus consejeros e incluso a su hija que le dijeron que acabara con ello, supuestamente peleándose con su propio agente del Servicio Secreto después de que este se negara a permitir que llevaran al presidente allí.

O quizá fue que Trump dijera al final a los agitadores que nos habían asaltado delictivamente a mis compañeros y a mí, mientras intentaban derribar al gobierno de Estados Unidos: “Vayan a casa. Los queremos. Son muy especiales”.

Otros detalles inquietantes que oí en la sesión tenían que ver con el aparente desdén de Trump hacia todos, salvo él mismo. Antes de que Trump se dirigiera a sus simpatizantes en la Elipse, cuando aún no se había producido la insurrección, se le comunicó que en los puntos de control no se estaba dejando pasar a quienes fuesen armados y, según el testimonio de Hutchinson, dijo: “Me tiene sin cuidado que tengan armas. No están aquí para hacerme daño a mí”.

Más tarde, cuando los agitadores irrumpieron en el Capitolio, Pat Cipollone, exconsejero de la Casa Blanca, le dijo a Meadows, según el testimonio de Hutchinson, que tenían que ir a ver al presidente a propósito de lo que estaba sucediendo. La respuesta de Meadows fue que Trump “no quiere hacer nada”, recordaba Hutchinson. Cipollone replicó, según Hutchinson: “Hay que hacer algo, o morirá gente y la sangre estará en tus malditas manos”.

Las nueve personas que murieron a consecuencia de aquel terrible día —entre ellos los cuatro policías que se suicidaron tras el ataque— no tuvieron esa suerte. Tampoco yo la tuve. En la fachada oeste del Capitolio, intentaba mantener un cordón policial táctico con 60 miembros de mi equipo, como nos enseñaron en la academia, para mantener a raya a los invasores. Nos golpearon salvajemente y nos vencieron con facilidad. Después me enteré de que se calculaba que la muchedumbre era de 10,000 personas.

Fue como un campo de batalla medieval. Como nuestras vidas corrían peligro, habría estado justificado el uso de la fuerza letal. Pero no quería provocar una masacre. Durante esa lucha de 5 horas, tuve las manos ensangrentadas después de que me las golpearan con una porra de policía robada. Sufrí tales daños en el pie derecho y el hombro izquierdo que necesité varias operaciones para arreglarlos. Me dieron un golpe tan fuerte en la cabeza con una tubería que sin duda habría sufrido traumatismos permanentes de no haber sido por mi casco.

Me he pasado un año y medio yendo a terapia física por un dolor que me han dicho que nunca desaparecerá. Mi hijo pequeño casi pierde a su padre, y mi esposa tuvo que abandonar la facultad de Medicina, debido al estrés y las exigencias de mi actual convalecencia.

Tras la rebelión, recibí una Medalla de Oro del Congreso y la Carnegie Corporation me nombró recientemente “Gran Inmigrante”. Después de que hace poco pasé la prueba para ser promovido a teniente, esperaba ser ascendido. En cambio, el día del testimonio de Hutchinson, se me rompió el corazón al oír a mis médicos decirme que, a los 43 años, ya no podía seguir trabajando en el cuerpo policial.

El daño físico y emocional que sufrí el 6 de enero no solo acortó mi carrera profesional, sino que puso mi vida de cabeza. Murieron 5 de mis compañeros de las fuerzas del orden y más de 850 agitadores fueron detenidos. Así que muchas familias quedaron destrozadas por el afán de poder de un solo hombre.

Son aún más frustrantes los republicanos que siguen negándose a testificar bajo juramento y que, en su lugar, restan peligrosamente importancia a lo cerca que estuvimos de perder nuestra democracia. Aplaudo la valentía de los testigos que han dado un paso al frente para contar la verdad. Sé, por mi experiencia personal —he testificado varias veces sobre aquel día ante el Congreso, el FBI y la Corte— lo estresante que puede ser. Ojalá todos hubiéramos podido testificar antes, justo después del 6 de enero, cuando quizá habríamos logrado un mayor impacto.

Hay que dejar de respaldar a Trump de inmediato. No solo se le debería prohibir presentarse a cualquier otro cargo en el gobierno; nunca se le debería permitir volver a estar cerca de la Casa Blanca. Creo que traicionó su juramento de defender la Constitución, y eso fue en mi perjuicio, el de mis compañeros y el de todos los estadounidenses, a los que en teoría debía proteger.



Jamileth


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