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Los asesinatos de Dom Phillips y Bruno Pereira muestran la crisis en la Amazonía brasileña


2022-07-12

Por Jack Nicas y Victor Moriyama | The New York Times

RÍO ITAQUAÍ— Eran las 4 de la mañana, el sol aún no había salido sobre el río Itaquaí, en las profundidades de la Amazonía, pero un equipo de hombres indígenas ya estaba ocupado preparando un desayuno de café, carne frita y pescado. Trabajaban en la pequeña estufa de su lancha patrullera, en la que habían vivido durante el último mes, mientras buscaban cazadores furtivos.

Este domingo se levantaron temprano porque algunos tenían previsto escoltar a sus dos invitados durante los 80 kilómetros del viaje de regreso a la ciudad.

Los invitados, Bruno Pereira, un activista que entrenaba a las patrullas indígenas, y Dom Phillips, un periodista británico que las documentaba, tenían que regresar para reunirse con la policía federal. Pereira debía entregar las pruebas de la patrulla sobre la pesca y la caza ilegales en este remoto rincón de la inmensa selva.

Era un trabajo peligroso. Pereira había sido amenazado durante meses. Un día antes, el activista había visto a un cazador furtivo armado con una escopeta que semanas antes había disparado por encima de su cabeza. El cazador furtivo lo reconoció. “Buenos días”, le gritó.

Pero durante el desayuno, Pereira anunció que él y Phillips no necesitarían escolta. En vez de eso, se moverían rápido y viajarían solos. Llenaron su pequeña embarcación metálica, encendieron el motor fuera de borda y partieron. Llevaban suficiente combustible, las pruebas y una pistola.

Luego, desaparecieron.

En la Amazonía, estas desapariciones suelen pasar desapercibidas. Es un periodo de creciente anarquía en la mayor selva tropical del mundo, y esta zona aislada cerca de las fronteras con Colombia y Perú ha sido abandonada en gran medida por el gobierno brasileño.

Pero esta vez fue diferente: hubo indignación internacional. Phillips era un periodista independiente que trabajaba para el periódico británico The Guardian y, durante su carrera, Pereira llegó a ser el máximo responsable brasileño de los grupos indígenas aislados. El gobierno tenía que responder.

En pocos días, las autoridades habían detenido a dos cazadores furtivos que acabaron confesando haber matado a los hombres y desmembrado sus cuerpos. Uno era el hombre que había gritado “Buenos días”.

La muerte de Pereira y Phillips es la historia de dos hombres que fueron asesinados mientras perseguían sus pasiones. Pereira quería proteger la Amazonía y a los indígenas que la habitan. Phillips quería mostrar cómo las comunidades indígenas intentaban defenderse de los cazadores furtivos, que a menudo actúan con impunidad.

Pero también es una historia con resonancia mundial. La Amazonía es crucial para frenar el calentamiento global, rebosa de vida salvaje y recursos naturales y es el hogar de comunidades aisladas que preservan una cultura y un modo de vida que, en gran medida, han sido olvidados por la modernidad.

Para reconstruir lo sucedido, recorrí el viaje de los hombres por el Itaquaí, reuní su correspondencia y hablé con más de tres decenas de personas que los conocían, que se encontraron con ellos en el camino o que investigaron su desaparición, entre ellos activistas indígenas, pescadores, funcionarios del gobierno, investigadores de la policía, posaderos, cocineros, familiares y colegas.

Lo que quedó claro es que el abandono casi total de esta región por parte del gobierno brasileño, combinado con los llamamientos del presidente Jair Bolsonaro para desarrollar la Amazonía, ha contribuido a envalentonar a los pescadores ilegales, cazadores y redes criminales que invaden los territorios indígenas.

Los pocos funcionarios federales que quedan en la región se quejan de estar abandonados, mientras que otros usan chalecos antibalas debido a las crecientes amenazas.

Pereira había renunciado al gobierno de Bolsonaro para protestar por sus políticas ambientales y comenzó a ayudar a los grupos indígenas a vigilar la selva por sí mismos.

Eso lo convirtió en un objetivo. En marzo, una asociación indígena recibió una nota anónima en la que lo amenazaban por su nombre. Luego, el pescador disparó hacia su barco desde una cabaña en la orilla del río. Pereira decidió que necesitaba un arma más grande.

“Es una escopeta, calibre 12”, dijo Pereira en un mensaje a un antiguo colega del gobierno. “Si vas a estar en la selva, necesitas algo más brutal”.

Sin embargo, Pereira acabó declinando las ofertas de seguridad adicional para su último viaje, según sus colegas, mientras que parecía que Phillips no había estado plenamente consciente de las amenazas.

Pereira, de 41 años, y Phillips, de 57, viajaron por un tramo del Itaquaí ubicado entre el Valle del Yavarí —una reserva indígena del tamaño de Portugal que alberga al menos a 19 grupos aislados— y ciudades pobres y asoladas por la delincuencia en la frontera entre Brasil, Colombia y Perú. El plan era pasar varios días con la patrulla indígena antes de entregar las pruebas de los patrullajes a la policía.

Dos días antes de partir, Pereira le envió un mensaje a un colega. El viaje, dijo, podría “darme algún problema”.

‘Mira a tu alrededor. Está vacío, ¿cierto?’

En 2018, Pereira y Phillips pasaron 17 días en la misma región en busca de una tribu aislada. Phillips describió a Pereira como un hombre “fornido y con lentes” que “abre el cráneo hervido de un mono con una cuchara y se come sus sesos para desayunar mientras discute sobre política”.

Pereira trabajaba para la Funai, la agencia federal encargada de proteger a los grupos indígenas de Brasil, y supervisaba la región del Valle del Yavarí.

Durante mucho tiempo, esa zona ha sido objeto de conflictos entre los grupos indígenas y los cazadores furtivos que invaden sus reservas. Cazan tapires, pecaríes y taricayas, pero su mayor premio es el pirarucú, un pez prehistórico que respira aire, que llega a medir unos tres metros de largo y que alcanza el doble del precio de otros pescados.

Los cazadores furtivos “invaden todas partes por aquí; son como ninjas”, dice Eumar Vasques, funcionario de la base de la Funai que vigila la entrada a la reserva del Valle del Yavarí, mientras flota en un bote cerca de una torre de vigilancia vacía. “Conocen el bosque mejor que nosotros”.

La pesca ilegal ha devastado la población de pirarucú, y la ha convertido en un alimento básico en los menús de toda la zona. Pero rara vez se atrapa a los pescadores, en parte porque hay menos autoridades que vigilan de lo que solía haber.

La policía ambiental, encargada de combatir la pesca furtiva, cerró su base regional en 2018. Ahora su oficina más cercana está ubicada a 1130 kilómetros, la distancia entre Nueva York y Chicago. La policía federal está a más de una hora de distancia. La Marina y el Ejército brasileños no patrullan regularmente esas aguas. Y en Atalaia do Norte, la ciudad más cercana, la policía estatal carece de un barco o incluso de radios.

“Mira a tu alrededor. Está vacío, ¿cierto?”, preguntó Vasques. “Y hay más tráfico en esta región que en cualquier otra”.

La Funai es la única presencia regular del gobierno en el Itaquaí, y el personal de la base, incluidos los trabajadores indígenas temporales, se ha reducido a ocho personas, frente a las casi 30 de años anteriores, dijo Vasques. En consecuencia, la pesca ilegal ha dejado de ser un objetivo. “El papel fundamental de la base no es realmente la inspección”, dijo. “Nuestro papel es proteger a estas tribus aisladas”.

La Funai dijo en un comunicado que había aumentado sus presupuestos en los últimos años. Los empleados de la agencia en la región dijeron que gran parte de ese dinero se había destinado a alimentar a los grupos indígenas. Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero de 2019, el personal de tiempo completo de la Funai ha disminuido en un 15 por ciento a unos 1500 empleados, según las estadísticas federales.

Bolsonaro ha dicho que el gobierno sigue persiguiendo a las personas que deforestan ilegalmente y cazan furtivamente en la Amazonía. También ha argumentado que las regulaciones ambientales de Brasil limitan todo el potencial económico de la selva.

En lugar del Estado, los hombres indígenas se han convertido en los guardianes de la selva. Desde el año pasado, patrullas de 13 hombres rastrean la actividad ilegal dentro de las reservas. Pereira los capacitó para que documenten los delitos con teléfonos inteligentes y drones.

A fines de marzo, una patrulla condujo a las autoridades hasta un cazador furtivo que fue detenido con casi 300 kilos de caza ilegal y poco más de 400 kilos de pirarucú.

‘Será peor para ustedes’

Por la misma época, una nota manuscrita llegó a Univaja, una asociación indígena que ayuda a organizar las patrullas. “Bruno de la Funai es quien le dice a los indios que vayan a la zona para tomar nuestros motores y llevarse nuestro pescado”, decía, refiriéndose a Pereira. “Si siguen así será peor para ustedes”.

La nota era alarmante. Un colega de Pereira en la Funai había enfrentado amenazas similares en 2019. Luego recibió dos disparos en la cabeza mientras andaba en su motocicleta.

Ese asesinato, que aún no ha sido resuelto, hizo que la Funai agregara guardias armados a su puesto de avanzada en el Itaquaí. Cuando llegué en barco, Vasques salió con chaleco antibalas y acompañado de dos guardaespaldas. “Al principio, no teníamos este tipo de amenazas”, dijo. “Cada vez están más y más enojados”.

Desde 2010 hasta 2020, 377 personas que intentaban defender la tierra de los invasores fueron asesinadas en Brasil, según Global Witness, un grupo de defensa. Durante aproximadamente el mismo periodo, solo 14 de los más de 300 asesinatos en la Amazonía llegaron a juicio.

Semanas después del mensaje amenazante, Pereira y un colega de Univaja se encontraban en el Itaquaí cuando sonó un disparo, cuyo proyectil pasó por encima de sus cabezas. Entonces vieron a Amarildo Oliveira, un pescador conocido localmente como Pelado, de pie en su porche con una pistola.

Pereira llevaba una pistola calibre .380 con 18 balas. Decidió conseguir una mejor.

“Hoy estoy probando un nuevo juguete”, escribió a un amigo en mayo, adjuntando una foto de una escopeta frente a una diana acribillada.

‘Él confiaba plenamente en Bruno’

Tras dos décadas escribiendo sobre música electrónica de baile, Phillips llegó a Brasil en 2007 y comenzó una segunda etapa como corresponsal en el extranjero, escribiendo para varias publicaciones, entre ellas el Times.

Su último proyecto era un libro sobre las formas creativas de salvar la Amazonía. Se enfrentaba a una fecha límite exigente y a un escaso presupuesto cuando decidió hacer un último viaje de reportería, que sería una reunión con Pereira en el Valle del Yavarí.

Phillips solía ser meticuloso con la seguridad, y escribía detallados memorandos para su esposa y sus editores. Pero esta vez no lo hizo, según la familia y los colegas.

Alessandra Sampaio, su esposa, dijo que Phillips pasaba días estudiando mapas y hablando con Pereira. “Él confiaba plenamente en Bruno”, dijo.

El martes 31 de mayo inició un viaje de dos días hacia Atalaia do Norte, un pueblo de 20,000 habitantes en el inicio del Itaquaí.

Cuando llegó el miércoles, se entrevistó con Orlando Possuelo, compañero de Pereira en la formación de las patrullas indígenas. Possuelo le contó a Phillips sobre el pescador que le había disparado a Pereira.

“Él no sabía”, dijo Possuelo. “Se sorprendió”.

Sampaio dijo que su esposo nunca mencionó el tiroteo. “Habló en términos generales de que Bruno había sido amenazado”, dijo. “Pero Bruno había sido amenazado durante muchos años”.

Dos funcionarios de Univaja le preguntaron a Pereira si quería llevar dos guardaespaldas en el viaje, pero Pereira se negó.

Ese jueves, cuando Phillips salía de su pequeño hotel, le dio al personal un itinerario falso. Dijo que se dirigirían al oeste, aunque en realidad iban al sur. Sus colegas dijeron que Pereira solía hacer esto para evitar que lo siguieran.

Mientras Possuelo ayudaba a subir el equipo al barco, Pereira le dijo que Phillips estaba preocupado. Phillips había preguntado por el pescador que le disparó a Pereira, pero este le aseguró que todo estaría bien.

“Bruno estaba casi bromeando sobre eso”, dijo Possuelo. “Vivimos con estas amenazas”, añadió. “Así que, a veces, las afrontamos con cierta ligereza”.

Phillips le mandó a su esposa los datos de contacto del presidente de Univaja. “Creo que solo voy a volver a tener señal de celular el domingo”, dijo.

“Te amo”, respondió ella. “Ten cuidado”.

Los dos hombres se alejaron del puerto. Phillips llevaba cuadernos, cámaras y su iPhone. Pereira llevaba su pistola.

Un colega tomó una de las últimas imágenes conocidas del par, sentados uno al lado del otro mientras se dirigían al Itaquaí.

‘Podrían querer hacerle algo, matarlo’.

Después de tres horas, llegaron a la última casa antes de la reserva del Valle del Yavarí, una cabaña al aire libre con techo de zinc, sin electricidad y con un refrigerador dañado en el porche. Se quedarían con un pescador local y su perro, Black.

También los esperaba la patrulla indígena.

El viernes, Phillips entrevistó a los indígenas y los observó patrullar. Por la noche, algunos indígenas cocinaron perezoso. Pereira lo probó; Phillips lo rechazó.

A la mañana siguiente, temprano, Oliveira, el pescador que le había disparado a Pereira, pasó en su bote con otros dos hombres, dirigiéndose a la reserva. Algunos de los indígenas los persiguieron. Cuando se acercaron, Oliveira y otro hombre les apuntaron con sus escopetas.

Oliveira apagó el motor y dejó que la corriente lo llevara lentamente hasta pasar por donde estaban Pereira y Phillips.

Pereira estaba tomando café. Vio que Oliveira llevaba un cinturón de munición y le pidió a Phillips que le hiciera fotos.

“Buenos días”, dijo Oliveira en voz alta a Pereira. “Buenos días”, respondió Pereira.

Ese mismo sábado, el grupo acordó que dos hombres de la patrulla indígena acompañarían a Pereira y Phillips en su viaje de vuelta al día siguiente.

Pero durante el desayuno, Pereira dijo que volverían solos. Nadie esperaba que se fueran tan temprano, dijo.

Partieron a eso de las 6:00 a. m., llevando las fotos del patrullaje y los datos de localización de la caza furtiva.

En el camino de vuelta, Pereira tenía que hacer una diligencia. Se detuvo en una comunidad ribereña, São Rafael, para intentar programar una reunión sobre un programa de pesca sostenible para reponer las poblaciones del pirarucú gigante.

El líder de la comunidad que buscaban no estaba allí, así que hablaron con Jânio Souza, otro pescador. Souza dijo que Pereira mencionó las amenazas y le mostró su arma. “Dijo que tal vez quisieran hacerle algo, matarlo”, dijo Souza.

Pereira y Phillips se marcharon. Fueron vistos por última vez al pasar por la siguiente comunidad del río, São Gabriel, donde vivía Oliveira.

‘¿O es algo más grande?’

Pereira y Phillips bajaban a toda velocidad por el Itaquaí cuando fueron alcanzados por una embarcación mucho más rápida.

Esa embarcación llevaba a Oliveira y a otro hombre, Jefferson da Silva Lima, que les disparó con escopetas. Pereira recibió un disparo y respondió al ataque, según la policía, pero falló. Finalmente, la embarcación se estrelló contra la maleza.

La autopsia concluyó que Pereira había recibido dos disparos en el pecho y uno en la cara. Phillips recibió un disparo en el pecho.

La policía detuvo a Oliveira, Da Silva y al hermano de Oliveira, que, según dijeron, ayudó a desmembrar y esconder los cuerpos en el bosque. Sus abogados no quisieron hacer comentarios.

Las autoridades investigan si los asesinatos están relacionados con grupos del crimen organizado que financian y dirigen gran parte de la caza furtiva contra la que luchan las patrullas.

“¿Fue solamente una pelea entre Bruno y Pelado?”, dijo Eduardo Fontes, jefe de la investigación federal de los asesinatos, utilizando el apodo de Oliveira. “¿O es algo más grande?”.

El motor de la embarcación de Oliveira puede costar unos 10,000 dólares, es decir, aproximadamente lo que gana en un año un pescador de la zona. Las autoridades dijeron que esa pesca furtiva probablemente era patrocinada por delincuentes más poderosos.

Los investigadores creen que la lancha de Pereira y Phillips se estrelló en este sitio, en medio de la maleza que crece a lo largo del río Itaquaí.

Los investigadores creen que la lancha de Pereira y Phillips se estrelló en este sitio, en medio de la maleza que crece a lo largo del río Itaquaí.

El viernes pasado, la policía detuvo al peruano Rubens Vilar Coelho por presentar una identificación falsa al ser interrogado sobre los asesinatos. Coelho es uno de los mayores compradores de pescado de la zona y le dijo a la policía que le compraba pescado a Oliveira. Según la policía, negó estar relacionado con los asesinatos.

Después de su viaje, Pereira tenía previsto visitar a otro grupo indígena para recibir consejos sobre cómo patrullar el bosque.

Possuelo ocupó el lugar de Pereira. También planeó un viaje de compras. “Voy a comprar la misma arma que Bruno”, dijo.



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