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En busca del antídoto contra la polarización de López Obrador
Ignacio Rodríguez Reyna, The Washington Post El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha escalado el modelo de comunicación política polarizador que tantos réditos le ha dado a partir de una tesis que puede sintetizarse en dos frases: elogio a la propaganda y desprecio al periodismo. Hasta hace poco la comunicación de López Obrador señalaba que el país, incluidos medios de comunicación y periodistas, se divide en dos bandos opuestos: quienes lo apoyan, que son el “pueblo”, y los que no, que son los “conservadores”. Ahora busca pasar a una nueva etapa en la que ya no solo se debe separar así a la sociedad, con ataques de un lado a otro, sino que casi cancela la posibilidad de tener puntos de encuentro y entendimiento entre quienes antes podían dialogar aunque no estuvieran de acuerdo. La escala de grises no le agrada a López Obrador. Su mensaje es inequívoco: basta de medias tintas o de intentar revisar la realidad con una gama de tonos que nos ubique fuera del negro o del blanco. Los medios, los periodistas y la sociedad, por el contrario, haríamos bien en evitar situarnos en los extremos. “El periodismo en época de transformación no puede estar en las medias tintas, no hay término medio”, aleccionó el mandatario hace unos días y aprovechó para citar a Julio Scherer, el ya fallecido director de la prestigiada revista Proceso, a quien lo unía una amistad, pero con quien tenía un desencuentro sobre la independencia frente al poder. “Él decía que el periodismo no tenía por qué tomar partido, y yo sostengo que sí. Cuando hablan de que son independientes me dan desconfianza”. En este ambiente de polarización, López Obrador ha dado un espaldarazo a quienes se presentan como periodistas y hacen propaganda en su favor. “Mi solidaridad a los periodistas que son tratados como ‘paleros’ por los conservadores”, dijo en referencia a quienes son considerados como simples patiños y aduladores oficiales, que utilizan sus canales en Youtube para transmitir a sus cientos de miles de seguidores su adhesión a las posturas oficiales. En su apuesta por la radicalización mediática, en la que se siente injustamente representado pues dice que son “muy poquitos” quienes están de su lado, el presidente ha dado un nuevo paso al defender a estas figuras desconocidas por su trabajo profesional, pero ávidas de servirle como plataforma acrítica. La defensa de López Obrador de quienes militan en su bando es predecible, lo cuestionable es que valida socialmente a quienes dominan, con todo el sesgo político en su favor, los espacios de preguntas en las conferencias diarias que ofrece en las mañanas. Es verdad que los propagandistas del régimen contribuyen al intento de instalar un pensamiento único, aunque no solo son ellos. La oposición también lo hace a través de personajes que alguna vez fueron periodistas o con medios dedicados al activismo en contra del régimen. Esta reiterada estigmatización y ataques del presidente a los medios críticos ha atraído la atención de organizaciones internacionales. La Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha hecho saber al gobierno que estas enrarecen el ambiente democrático y crean un entorno favorable para las agresiones a los periodistas. Lo mismo Artículo 19 o Reporteros sin Fronteras, que ha señalado que el país es el más mortífero del mundo para ejercer el periodismo. La postura del presidente mexicano incluso ha encontrado eco en líderes del continente como el salvadoreño Nayib Bukele, el peruano Pedro Castillo o el nicaragüense Daniel Ortega. Este modelo de López Obrador no es inocuo: el resultado del acoso oficial en América Latina ha dejado a periodistas forzados al exilio, encarcelados, hostigados por la justicia, acosados y linchados socialmente. Estas estrategias, cada uno con características propias, buscan dinamitar los espacios de convergencia social. El falso dilema de “estás conmigo o estás contra mí” oculta las múltiples opciones existentes entre esas dos ideas. La inmensa mayoría habitamos en el mundo que se desarrolla en medio. Esta lógica de la polarización tiene consecuencias. Los bandos alinean y endurecen a sus huestes y, en un ambiente así de crispado, ellos son quienes ganan al llevarnos a uno de los extremos. Perdemos quienes creemos que la opción no es alinearse a uno de los bandos. En el periodismo el efecto es doblemente indeseable: la vorágine polarizadora nos hace dar la espalda a las y los ciudadanos, a quienes condenamos a ser espectadores pasivos de la disputa por el poder y a consumir cantidades insoportables de odio y toxinas políticas. A los periodistas no les corresponde —ni están en posibilidades de— neutralizar la polarización política, pero sí tienen un compromiso para no alimentarla. La adicción de periodistas y medios a centrarnos en los conflictos de las élites, a amplificar las diferencias, ha llevado a que el desprecio de los medios a las audiencias se profundice. Hay un alejamiento hacia sus intereses, preocupaciones y aspiraciones. Y es recíproco. El Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, en su Digital News Report 2022, señala que la pérdida de confianza en los medios se ha acentuado en los últimos años en México y todo el mundo. A la sociedad le atañe aislar el ruido, retomar el control de la conversación, llamar la atención sobre temas fuera de la agenda mediática o premiar los esfuerzos por construir medios alejados de la narrativa incendiaria. La reconstrucción del entendimiento pasa por el compromiso de ser deliberadamente plurales, por buscar que las distintas voces de la sociedad, por más discrepantes que sean, encuentren un lugar en las que puedan hablar y ser escuchadas con respeto. Sería deseable que los políticos asumieran esta responsabilidad, pero es previsible que no lo hagan. No les conviene. Pero vale la pena intentar cambiar el tono de la conversación pública. Quizá encontremos una ruta para salir de este laberinto que está ahogando la diversidad de las sociedades. Jamileth |
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