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Por esto estoy liderando una delegación del Congreso estadounidense a Taiwán: Pelosi


2022-08-03

Nancy Pelosi, The Washington Post

Nancy Pelosi, demócrata por California, es la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.

Hace unos 43 años, el Congreso de Estados Unidos aprobó con una abrumadora mayoría la Ley de Relaciones de Taiwán (la cual posteriormente fue promulgada por el presidente Jimmy Carter), uno de los pilares más importantes de la política exterior de Estados Unidos en Asia Pacífico.

La Ley de Relaciones de Taiwán estableció el compromiso de Estados Unidos con un Taiwán democrático, y proporcionó el marco para una relación económica y diplomática que rápidamente se convertiría en una alianza clave. Fomentó una profunda amistad arraigada en intereses y valores compartidos: autodeterminación y un gobierno autónomo, democracia y libertad, dignidad humana y derechos humanos.

Además, estableció la promesa solemne por parte de Estados Unidos de apoyar la defensa de Taiwán: “Se debe considerar cualquier iniciativa para determinar el futuro de Taiwán por medios que no sean pacíficos (…) como una amenaza para la paz y la seguridad de la región del Pacífico Occidental, así como una grave preocupación para Estados Unidos”.

Hoy, Estados Unidos debe recordar esa promesa. Debemos apoyar a Taiwán, una isla de resiliencia. Taiwán es líder en la gestión de asuntos públicos: lo demuestra en la actualidad, en la gestión de la pandemia de COVID-19 y la defensa de la conservación ambiental y la acción climática. Es líder en paz, seguridad y el dinamismo económico: posee un espíritu emprendedor, una cultura de innovación y una destreza tecnológica que son la envidia del mundo.

Sin embargo, y de manera perturbadora, esta democracia vibrante y sólida —calificada como una de las más libres del mundo por Freedom House y orgullosamente liderada por una mujer, la presidenta Tsai Ing-wen— está bajo amenaza.

En los últimos años, Pekín ha intensificado de forma dramática las tensiones con Taiwán. La República Popular China (RPC) ha incrementado las patrullas de bombarderos, aviones de combate y de vigilancia cerca o incluso sobre la zona de defensa aérea de Taiwán, lo que ha llevado al Departamento de Defensa de Estados Unidos a concluir que el Ejército de China “probablemente se está preparando para una contingencia para unificar Taiwán con la RPC por la fuerza”.

La República Popular China también ha llevado la lucha al ciberespacio. Ha lanzado decenas de ataques diarios contra las agencias gubernamentales de Taiwán. Al mismo tiempo, Pekín está exprimiendo económicamente a Taiwán: presiona a las corporaciones globales para que corten lazos con la isla, intimida a los países que cooperan con Taiwán y restringe con fuerza el turismo desde la RPC.

Frente a la agresión acelerada del Partido Comunista de China (PCCh), la visita de nuestra delegación del Congreso debe verse como una declaración inequívoca de que Estados Unidos respalda a Taiwán, nuestro socio democrático, mientras se defiende a sí mismo y a su libertad.

Nuestra visita —una de varias delegaciones del Congreso a la isla— no contradice de ninguna manera el viejo principio de una sola China, guiado por la Ley de Relaciones de Taiwán de 1979, el Comunicado Conjunto de Estados Unidos y la República Popular China y las Seis Garantías. Estados Unidos continúa oponiéndose a los esfuerzos unilaterales para cambiar el statu quo.

Nuestra visita forma parte de una gira más amplia al Pacífico —que incluye a Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón— centrada en la seguridad mutua, la alianza económica y la gobernabilidad democrática. Nuestras conversaciones con nuestros socios taiwaneses se centrarán en la reafirmación de nuestro apoyo a la isla y la promoción de nuestros intereses compartidos, como el avance de una región del Indo-Pacífico libre y abierta. La solidaridad de Estados Unidos con Taiwán es importante hoy más que nunca, no solo para los 23 millones de habitantes de la isla, sino también para millones de otros oprimidos y amenazados por la República Popular China.

Hace 30 años viajé en una delegación bipartidista del Congreso a China, donde, en la plaza de Tiananmén, desplegamos una pancarta en blanco y negro que decía: “Por quienes murieron en la lucha por la democracia en China”. La Policía uniformada nos persiguió mientras salíamos de la plaza. Desde entonces, el pésimo historial de derechos humanos de Pekín y su desprecio por el Estado de derecho ha continuado, y el presidente Xi Jinping ha afincado su control sobre el poder.

La brutal represión del Partido Comunista de China contra las libertades políticas y los derechos humanos de Hong Kong —hasta el punto de arrestar al cardenal católico Joseph Zen— manda a la basura las promesas de “un país, dos sistemas”. En el Tíbet, el PCCh tiene mucho tiempo liderando una campaña para borrar el idioma, la cultura, la religión y la identidad del pueblo tibetano. En Sinkiang, Pekín está perpetrando un genocidio contra los uigures musulmanes y otras minorías. Y por toda China continental, el Partido Comunista continúa atacando y arrestando a activistas, líderes defensores de la libertad religiosa y otros que se atreven a desafiar al régimen.

No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras el Partido Comunista de China amenaza a Taiwán y a la propia democracia.

Sin duda, estamos realizando este viaje en un momento en el que el mundo se enfrenta a una encrucijada entre la autocracia y la democracia. Mientras Rusia libra su guerra premeditada e ilegal contra Ucrania, en la que ha matado a miles de inocentes —incluidos niños—, es esencial que Estados Unidos y nuestros aliados dejemos claro que nunca cederemos ante los autócratas.

Cuando encabecé una delegación del Congreso a Kiev en abril —la visita de más alto nivel de Estados Unidos a la nación asediada— le transmití al presidente Volodímir Zelenski nuestra admiración por la manera en que su pueblo defendía la democracia de Ucrania y de todo el mundo.

Con nuestro viaje a Taiwán, honramos nuestro compromiso con la democracia: reafirmamos que las libertades de Taiwán —y de todas las democracias— deben respetarse.



Jamileth


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