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¿El diablo aparece poco en la Biblia?
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE
El diablo es frecuentemente mencionado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, veámoslo.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el demonio o diablo es frecuentemente mencionado. El siguiente artículo fue escrito hace ya varias décadas por el eminente biblista Francesco Spadafora que confirma lo que le estoy diciendo.
En hebreo recibe el nombre de has-satán ‘el adversario’ (Job 1,6. 9. 12; 2, 3.4.6. 7; 1 Par 21, 1; Zac 3, 1. 2), término que, sin artículo, indica un enemigo humano (1 Sam 29, 4; 2 Sam 19, 22; etc.). En el griego de los Setenta se lee diabolos, de diabaloo, ‘acusador’ ‘calumniador’ para traducir el hebreo has-satán y también sar y sorer, ‘enemigo’ (en Est 7, 4; 8, 1); hállanse los términos daímon y daimonion, con los cuales los griegos denominaban principalmente a la divinidad que dirige los destinos humanos, el genio tutelar inferior a los dioses, a las almas de los difuntos; pero los Setenta los emplean para nombrar al diablo, traduciendo los nombres hebreos se’îrìm (Lev 17, 7; 16, 8. 10; 2 Par 11, 15; Is 13, 21; 34, 14); sedîm (Dt 32, 17; Sal 106, 37; acadio Sidu); elîlîm (Sal 96, 5), Siyyîm (Is 34, 14).
Como principal responsable de la caída y de la consiguiente privación de los dones espirituales y preternaturales que sufrieron nuestros primeros padres (Gén 3, 1 ss.; cf. Sab 2, 24; Jn 8, 44; Heb 2, 14; Ap 12, 9; 20, 2) concíbese a este enemigo invencible como omnipresente y como espía que acusa a los hombres ante Dios y los tienta para lograr su condenación (Job 1, 6 ss.; 1 Par 21, 1; Zac 3, 1 s.). Al diablo de la lujuria, al que se vence con la mortificación y la oración, llámasele Asmodeo en Tob 3, 8; 6, 8 ss.; 12, 3. 14. Según cierta opinión rabínica seguida por Orígenes (PG 11, 1364) y renovada por los modernos, el Azazel de que se habla en Lev 16, 8, ss. para el día de la expiación, sería un diablo y precisamente el príncipe de los diablos. Pero probablemente Azazel no es más que un nombre del macho cabrio expiatorio, lanzado al desierto.
En el Nuevo Testamento, el diablo o satanás (frecuentemente singular colectivo, por los ángeles rebeldes en general) es el jefe de los ángeles rebeldes que fomentan el mal y la perdición (Ap 9, 11; 12, 7-9). El término en singular (ho diabolos) es empleado 39 veces en este sentido técnico de enemigo de Dios y de sus fieles; en plural es empleado en tres casos como atributivo ‘acusador’ (1 Tim 3, 11; 2 Tim 3, 3; Ju 2, 3). Aparece también 36 veces ó satanás, sin contar las voces afines oi daimones (Mt 8, 31) y tò daimonion (63 veces, 27 en singular y 36 en plural). En Ap 12, 9 y 20, 2 el diablo o satanás es identificado con el dragón. Llámasele también el ‘tentador’ ó peirázon: Mt 4, 3); el ‘maligno’ (ponerós: Act 19, 12; 1 Jn 2, 13); el ‘espíritu inmundo’) tò àkazarton: Mt 12, 43); en Ap 12, 10 se le da el calificativo de ‘acusador de nuestros hermanos (los cristianos) que les acusa ante Dios día y noche’, y en relación con el juicio que nos espera, se le llama también ‘el adversario en el tribunal’ (ho antidikos: 1 Pe 5, 8).
El diablo es un ángel pecador y castigado. La antigua tradición religiosa hebrea relacionada con el pecado de los ángeles está expuesta por San Pedro (2 Pe 2, 4) y por San Judas (1, 6). También alude a ella Jesucristo cuando dice: ‘Él era homicida desde el principio y no perseveró en la verdad, porque la verdad no está en él’ (Jn 8, 44), y San Juan en las palabras: ‘Peca el diablo desde el principio’ (1 Jn 3, 8). En cuanto a determinar la especie de pecado, se da la preferencia al de soberbia, por estar más en consonancia con la naturaleza espiritual del ángel. Habiendo sido confinados en los abismos tenebrosos (2 Pe 2, 4; Jds 1, 6) y castigados con el fuego eterno creado para ellos (Mt 25, 41), estos ángeles caídos, que son muy numerosos (Mc 5, 9; cf. Lc 8, 30), tienen un poder limitado sobre los hombres (1 Pe 5, 8) hasta que se dé la sentencia de condenación en el juicio final (II Pe 2, 4; Jds 1, 6).
Como ‘príncipe de este mundo’ (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11), ‘dios de este siglo’ (2 Cor 4,4) y ‘señor’ (Mt 4, 9; Lc 4, 6) manifiesta su poder entre las tinieblas de la idolatría (Act 26,18; Col 1, 13). La lucha diabólica va principalmente dirigida contra Cristo: después de las primeras tentaciones, de carácter mesiánico, lo acosó hasta la muerte sugiriendo a Judas Iscariote la traición (Jn 13, 2; cf. 6, 71) y tomando entera posesión de su espíritu (Lc 22, 3; Jn 13, 27; cf. Lc 22, 53). La lucha contra la Iglesia de Cristo está delineada en las parábolas del sembrador y de la cizaf’ia (Mt 13, 19. 25. 39; Mc 4, 15; Lc 8, 12).
Después de Cristo son tentados los cristianos (4ct 5, 3) con grande astucia (1 Cor 7, 5; 2 Cor 2, 11; 1 Tes 3, 5; etc.), por el diablo que se transforma en ángel de luz (2 Cor 11, 14), como promotor de falsas doctrinas (1 Tim 4, 1). Son especial objeto del odio diabólico los propagadores del cristianismo (Lc 22, 31; 2 Cor 12, 7; 1 Tes 2, 18). Pero Cristo infligió al diablo la primera y gran derrota cuando hizo realidad la profecía del Génesis (Gén 3, 5; Lc 10, 18; Jn 12, 31; 14, 30, 16, 11; 1 Jn 3, 8), destruyendo con su muerte al dominador de la muerte (Heb 2, 14) y libertando a los que estaban subyugados por el terror de la muerte (Heb 2, 15; Col 2, 14 s.). Pero como la derrota definitiva no tendrá lugar hasta el fin del mundo, la resistencia de los cristianos a sus ataques ha de ser de todos los días (1 Pe 5, 8. 9), con la sobrenatural ‘armadura completa’ (Ef 6, 16; 2 Cor 12, 7 ss.; Rom 16, 20). Y no será raro el buen éxito del diablo: hay fieles seguidores del diablo en tiempo de Cristo (Jn 8, 41. 44); en la edad apostólica son abandonados, en castigo, al poder de Satanás el incestuoso de Corinto y los apóstatas Himeneo y Alejandro (1 Cor 5, 5; 1 Tim 1, 20). Habrá oposición entre ‘los hijos de Dios’ y ‘los hijos del diablo’ (Jn 8, 44-47; 1 Jn 3, 8. 10), los cuales practican ‘obras del diablo’ (Act 13, 10) que se resumen en la impostura y en la seducción (Jn 8, 44; 1 Tim 4, 2; Ap 12, 9; 20, 9) por medio de las cuales se sustituyen la verdad y la justicia por el pecado (Rom 1, 25 ss.; Sant 5,19).
BIBLIOGRAFÍA.
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Tomado de: Francesco Spadafora, Diccionario Bíblico, Barcelona 1968, pp. 154-155
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