Valores Morales

La Humanidad Santísima de Jesús 

2024-06-24

Esta vida errante, sin casa propia, durmiendo al raso muchas noches, sin tiempo a veces ni para...

Por | Jesús Simón Pardo

«Mis palabras no pasaran»

Dice el Símbolo Atanasiano que Jesús es: perfecto Dios y perfecto hombre.

A través de las descripciones sencillas de algunos pasajes de la vida de Jesús que nos transmiten San Pablo y los Evangelistas, de algunos rasgos de su personalidad que aparecen en esas descripciones, podemos hacer una semblanza, podemos intentar ver cómo era la Humanidad Santísima de Jesús.

En los Evangelios encontramos muchos rasgos del aspecto físico de Jesús: Nace de una mujer, la Virgen María; crece en edad, conocimientos y gracia; padece hambre, sed y fatiga; viste como la gente corriente de su época, ni con una pobreza llamativa, ni con un lujo ostentoso; fue un hombre correcto, como se ve en su actuación cuando es invitado a casa de personajes importantes de su tierra.

Su aspecto externo debió ser particularmente atrayente y atractivo. Así parece demostrarlo la exclamación de una mujer del pueblo: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste», y la respuesta de Jesús que desvía su pensamiento al orden sobrenatural; así también la extraordinaria impresión que causaba a las gentes, sobre todo sencillas, a los enfermos y a los pecadores, cuando se presentaba ante las multitudes.

Particularmente atractivos debían ser sus ojos, pues en diversos pasajes evangélicos se anota como dominaba con su mirada a la multitud.

Otro rasgo muy acusado en los Evangelios es su vigor físico, ya que aparece como un hombre hábil para el trabajo, resistente a la fatiga y realmente robusto. Es una prueba de ello: su costumbre de empezar a trabajar muy de mañana, de retirarse a la montaña al atardecer, etc.

Su vida, al menos su vida pública, transcurrió en continuas peregrinaciones apostólicas a través de cerros y llanuras de toda Palestina, con el equipo más elemental, como El mismo enseño a sus discípulos. El Evangelio de San Juan nos cuenta el último viaje que hizo desde Jericó, hundido en la depresión del Jordán, hasta Jerusalén, en plena montana de Judá, por caminos sin sombras y pedregosos, con un sol ardiente y un desnivel de unos mil metros. Este viaje lo realiza en seis horas, predica después de llegar, en Jerusalén participa esa noche en una cena que le preparan en Betania.

Esta vida errante, sin casa propia, durmiendo al raso muchas noches, sin tiempo a veces ni para comer, ni para descansar, demuestran la fortaleza física de Jesús.

Entre los rasgos psicológicos de Jesús que aparecen en los Evangelios con mayor vigor, esta la lucidez extraordinaria de su juicio y la inquebrantable firmeza de su voluntad. Esta firmeza de voluntad se traduce en afirmaciones rotundas: «Yo he venido»... «Yo no he venido», que expresan de modo claro su sumisión inquebrantable a la voluntad del Padre, que constituyó la ley de su vida.

Jesús sabe lo que quiere y se dispone a realizarlo desde muy joven. Siempre aparece como persona de voluntad resuelta, sin que se le vean indecisiones o vacilaciones; jamás se vuelve atrás, y así lo exige a sus discípulos. Su vida y su ser son un sí o un no.

Toda su vida esta llena de luz, firmeza y energía, como testifican hasta sus mismos enemigos. Precisamente su amor a la verdad, su lealtad y fidelidad a si mismo motivaron su condena a muerte, aceptada además por Él como prueba de su amor a Dios Padre y de obediencia a la misi6n del mismo recibida.

Tiene un sentido exigente de la vida, pidiendo a sus discípulos posturas definidas y a veces también heroicas.

Esa voluntad recia, esa iniciativa, esa fuerza en su acción hacen de Jesús un verdadero jefe. Llama a sus discípulos y estos lo dejan todo para seguirle; arroja a los vendedores del Templo y nadie se atreve a resistirle; decide ir a Jerusalén donde le amenaza la muerte y los discípulos le siguen. Esta impresión de superioridad, que emana de su vida, llevaba a la multitud a compararle con los grandes personajes de la antigüedad.

Cuando se trata de dar testimonio de la verdad, Jesús no conoce la vacilación o el miedo. Su norma era reaccionar con energía contra todo lo que no era Dios o iba contra Dios. Es que había venido a este mundo para dar testimonio de la verdad.

Pero, a la vez, obra como un hombre sencillo que huye de todo gesto teatral, realiza sus milagros para dar a conocer su divinidad y se mueve siempre por el deseo de remediar una enfermedad y una necesidad cualquiera, si bien pidiendo que no lo divulguen; o también cuando desaparece al ver que quieren proclamarle rey.

Podemos afirmar que Jesús no era como uno de tantos, por eso le seguían las multitudes.

Sus conocimientos y el modo de expresarlos siempre motivaron la admiración de sus oyentes. Así se aprecia, por ejemplo, cuando aún era un niño y asiste a la catequesis del templo de Jerusalén, en su primera actuación en Nazaret, en el sermón del monte, ante sus mismos enemigos.

Su modo de expresarse es sencillo, con frases breves, insinuantes y muchas veces ingeniosas, exponiendo las verdades sobrenaturales con un ropaje ameno e inteligible para los menos cultos.

Es unánime la admiración por sus parábolas en todo el mundo, hasta el punto de que los gustos y las costumbres de las gentes han cambiado, pero las parábolas y comparaciones de Jesús siguen siendo actuales, habiéndose cumplido en ellas lo dicho por el mismo Jesús: «mis palabras no pasaran.»

Pese a no constarnos su asistencia a las escuelas de los Rabinos y doctores de la ley, nunca pudieron estos sorprenderle con sus preguntas capciosas, quedando ellos mismos maravillados de sus respuestas, después, incluso, de demostrarles su ignorancia de las Sagradas Escrituras.

Su enseñanza sobre Dios, el hombre y las cosas materiales trasciende toda filosofía. Así nos presente a Dios como nuestro Padre Celestial que envía a su Hijo para salvarnos, al que hay que invocar como Padre nuestro.

El hombre es considerado como hijo de Dios, hermano de los demás hombres, a los que deberá perdonar y amar.

Jesús ensena a contemplar las cosas del mundo como obras de la bondad divina que las cuida y las llena de hermosura.

La infancia de Jesús se desarrolla en el seno de una familia que cumple fielmente sus obligaciones religiosas. Nos consta que Jesús fue circuncidado a los ocho días, que fue presentado en el Templo a los cuarenta días de nacer, según la ley de Moisés, que sus padres iban cada año a Jerusalén a la fiesta de la Pascua y que Jesús les acompaño al cumplir los doce años.

Ya en su vida pública, uno de los rasgos que mes le caracterizan es su dedicación a la oración. Todos los acontecimientos que podríamos señalar como más sobresalientes los prepara siempre con un tiempo largo dedicado a la oración: por ejemplo. la vida pública, la elección de los Apóstoles, la promesa del Primado a Pedro, la Pasión, etc.

La vida de Jesús aparece orlada con el ejercicio de todas las virtudes. Como ejemplo podemos referirnos a la virtud de la religión, de la justicia, de la mansedumbre y la humildad, de la magnanimidad, de la misericordia, de la longanimidad, de la veracidad, etc.

Pero la virtud que sobresale en la vida de Jesús como reina y señora de todas es la caridad. El amor que Jesús tuvo a Dios Padre y a los hombres resalta por encima de las demás virtudes. El amor a Dios Padre se refleja de modo especial en lo que se ha llamado oración sacerdotal, que nos transcribe el evangelista San Juan en el cap. 17 de su Evangelio. Aquí aparece como una tierna y firmísima unión de amor con el Padre.

Este amor a Dios Padre ha sobresalido siempre en su vida. Cuando solo tenía doce años proporcionaba un disgusto a sus padres «porque tenía que ocuparse en las cosas de su Padre»; era frecuente que, después de un día agotador, dedicase la noche a la oración; muchas veces expreso que su mayor alegría estaba en hacer la voluntad del  Padre que le envió»; acepta gustoso la Pasión y la Cruz para cumplir la voluntad de su Padre Celestial; etc.

El amor a los demás se manifiesta con unas características especiales: es universal, ama a todos, amigos y enemigos, niños y adultos, judíos y gentiles....; es costoso: la Pasión y la Muerte no fueron fáciles; es tierno: sabe llorar por el amigo muerto; es afectuoso: con los niños y con los enfermos; es varonil: sabe corregir a los discípulos y al pueblo cuando es necesario; etc.

Esta vida limpia de Jesús, llena de virtudes como fruto de su amor a Dios, trasciende a los demos. Sus Apóstoles, sus enemigos, Pilato, y hasta el mismo Judas, que le traiciono, son testigos de la limpieza del alma de Jesús.



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