Punto de Vista

¿Y la comida?

2008-05-20

En las últimas semanas ha sonado la alarma mundial ante los problemas ocasionados por el...

Rosario Green, El Universal

Cuando George W. Bush recorrió Latinoamérica en 2007, su interés fundamental era alentar la expansión de la producción brasileña de etanol, como parte de una cruzada general en favor de los biocombustibles que pronto se tradujo en una oleada de opiniones que veían en la elaboración de carburantes a partir de productos agrícolas una respuesta eficaz al acelerado incremento de los precios del petróleo.

En las últimas semanas ha sonado la alarma mundial ante los problemas ocasionados por el rápido ascenso de los precios de los granos, lo cual se empieza a traducir en situaciones de conflicto social que amenazan con extenderse en forma progresiva a todo el orbe. Desde luego, la producción de biocombustibles ha sido señalada como la principal causante de esta problemática.

Sin embargo, una revisión minuciosa de los numerosos análisis que se han publicado al respecto permite apreciar dos aspectos: primero, no se trata de algo meramente coyuntural y, segundo, al lado de la conversión de granos en etanol aparece una constelación de factores que inciden en un problema de dimensiones planetarias, con capacidad de afectar en el corto plazo a más de 100 millones de personas, particularmente en países de Asia, y de profundizar la emergencia alimentaria en África y hasta en América Latina, donde ha empezado por Haití.

Entre los factores mencionados figuran: malas cosechas, incremento de la población mundial, expansión acelerada de la capacidad de consumo de China e India, interés creciente de los fondos de inversión por la especulación en los granos que cotizan en bolsa y descuido de la producción agrícola; esto último como producto de las políticas de liberalización comercial por parte de los países en desarrollo, combinadas con la producción subsidiada de la Unión Europea y Estados Unidos.

Ninguno de esos elementos puede ser revertido a corto plazo y todos ellos están interconectados entre sí y con otros aspectos de la economía global, por lo que se requerirá una concertación internacional macro para tratar de evitar las catástrofes que anticipa el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. No obstante, es obvio que cada país tendrá que hacer todo lo que esté de su parte para resolver lo que le atañe directamente.

La crisis de los alimentos ya está instalada entre nosotros. Las cifras sobre inflación del Banco de México consignan que entre abril de 2007 y marzo de 2008, el incremento promedio de los precios de cinco productos agropecuarios de importación (maíz, trigo, soya, leche en polvo y semillas para siembra) fué de 72% y representó para el país una "pérdida de ingreso" de 2 mil 185 millones de dólares.

Llegados a este punto, cabe plantearnos si México está medianamente preparado para afrontar esta realidad global que, según el Banco Mundial, llegó para quedarse por lo menos hasta 2015. La respuesta difícilmente puede ser positiva si se toma en cuenta que dependemos del exterior para satisfacer la mayor parte de nuestras necesidades de maíz, trigo y arroz, como resultado de una política que privilegió a los cultivos de exportación sobre los destinados a la alimentación básica.

El campo, como lo han reiterado las organizaciones campesinas, demanda una acelerada actualización tecnológica y su transmisión a los productores rurales, inversiones en infraestructura, créditos, fertilizantes, sistemas de almacenamiento y transporte eficaces, constitución de reservas y, sobre todo, una cuidadosa revisión de los acuerdos de participación en los mercados de productos agropecuarios.

La alarma global debería ser atendida inmediatamente por el gobierno mexicano para poner en marcha una estrategia nacional de producción de granos básicos que evite una crisis social de incalculables dimensiones.

Senadora de la República (PRI)



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