Salud

Lo que necesitamos ante la viruela del mono son respuestas, no estigma

2022-08-15

Desde hace varios años escribo sobre el VIH. También sobre el COVID-19. Ahora escribo...

Lucas Gutiérrez | The Washington Post

Muchas cosas han cambiado desde marzo de 2020. Nos sorprendemos al ver en películas de años anteriores a protagonistas sin tapaboca, y el “choque de puños” ha reemplazado a los besos en las mejillas y la estrechada de manos. A lo que no podemos jamás acostumbrarnos es a la falta de solidaridad ante los virus, al odio focalizado en grupos vulnerables, no solo por empatía, sino porque aprendimos de la peor manera que lo que pase nos afectará tarde o temprano a todes.

El primer caso de viruela símica en humanos se registró en un niño de nueve años en la República Democrática del Congo (África) en 1970. Para 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) seguía registrando picos endémicos de la viruela del mono en el país. El organismo ha detallado que, en ese momento, las vacunas para la viruela humana —la que conocíamos más popularmente— conferían protección para su variante símica y que, aunque ya habían aprobado nuevas vacunas más específicas para esta última, el sector público no tenía disponibilidad a gran escala. En estos más 50 años la viruela del mono siguió estando presente y me permito preguntarme si su total erradicación no hubiese sido posible habiendo ya vacunas. Al 5 de agosto de este año, la OMS registraba 37,360 casos entre probables y confirmados en 89 países.

Este nuevo brote no inicia en el total desconocimiento, como lo fue en su momento la aparición del VIH y, más recientemente, la del COVID-19. Entonces, ¿por qué no se han usado plenamente los recursos efectivos ya existentes? La Organización Panamericana de la Salud (PAHO) y la OMS alertaron sobre mayor cantidad de casos entre gays, bisexuales y hombres que tienen sexo con hombres (HSH). Los colectivos de varones gays somos los más afectados, este es un dato fáctico y no homofóbico —como ha sido descrito— que debería marcar el norte a las acciones a realizar. Lo que sí es homofobia es que, aún con esta información disponible, no se usen los recursos necesarios o se espere a que la situación se desborde para tomar acción.

El director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo el 23 de julio pasado que 98% de los casos habían resultado entre varones gays, bi y HSH, y decidió sugerirnos a quienes somos parte de este porcentaje que reduzcamos la cantidad de parejas sexuales. Estos dichos paternalistas pocas veces se traducen en prevención concreta, solo sirven para estigmatizar a estas poblaciones y hacerle pensar a quienes no son parte de ellas que están libres de cualquier tipo de transmisión. “Es como si en 2020, habiendo vacunas para el COVID-19, le hubiéramos dicho a la población que tiene que quedarse en casa, reducir los contactos sociales, teletrabajar y usar mascarilla”, me dijo en entrevista Iván Zaro, activista de la organización Imagina Más, desde Madrid, donde ya están vacunando.

En Estados Unidos, al 9 de agosto, van 8,900 casos desde el primero registrado el 18 de mayo. Si siguen aumentando en el país, las dosis no van a alcanzar, expresó Robert M. Califf, comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos. Ante ese panorama, se aprobó dividir cada vacuna para que rinda cinco aplicaciones. España registra más de 5,000 positivos y desde el Ministerio de Sanidad, dirigido por Carolina Darias, ya expresaron su preocupación por la disponibilidad de vacunas.

Escribo desde Buenos Aires, Argentina, donde hasta ahora, según el Boletín Epidemiológico del Ministerio de Salud, al 10 de agosto hay 49 casos declarados. De la última pandemia vivida, la de COVID-19, me quedó la certeza de que las distancias geográficas no son garantía de nada. Aprendí que Wuhan en China y Villa Crespo en la Ciudad de Buenos Aires no están tan lejos. Por eso, lo que pase en Estados Unidos o España, o en Perú dónde hasta el 13 de agosto hay más de 700 resultados positivos, o Brasil, con más de 2,400, no me es indiferente.

Durante los años 2020 y 2021, gran parte de la respuesta al COVID-19 surgió gracias a repensar los sistemas de patentes de la vacuna. Porque incluso cuando existe una solución, si esta no llega a todes, nunca se terminarán las pandemias. Voy más atrás y pienso en les activistas de Act Up con sus intervenciones revolucionarias para reclamar el acceso a las mejores medicaciones para no morir por causas relacionadas al SIDA. Entonces, en este 2022, me pregunto cuánto hemos aprendido de la historia. Esta vez los brotes comienzan con la ventaja que hay una vacuna ya existente, pero nos debemos preguntar a quién va llegar.

¿Es que realmente no aprendimos nada de la crisis de VIH y SIDA? ¿Un año encerrades en casa no nos ayudó a repensar nada del mundo en el que vivimos? Mientras me pregunto esto, hay personas que, aunque tengan síntomas, no se acercan a los sistemas de salud por miedo a ser desenclosetadas o por ser juzgadas por asociarlas con esta idea tan errada de que la monkeypox es el resultado de encuentros sexuales sin protección. Hasta con preservativo puesto en el encuentro de las pieles, si hay lesiones puede darse la transmisión.

Desde hace varios años escribo sobre el VIH. También sobre el COVID-19. Ahora escribo sobre la viruela del mono. Pero, al final del día, no escribo sobre ninguno de estos virus. Estoy, en realidad, escribiendo de otra cosa: de solidaridad internacional, de acceso a la medicación, de desigualdad social y de prejuicios sobre los colectivos no heterosexuales. También escribo sobre los cuidados colectivos que aparecen frente a la adversidad, sobre las acciones revolucionarias que buscan —y hasta consiguen— respuestas. Escribo, sobre todo, de lo que pasa cuando las comunidades unidas vencen sus prejuicios y avanzan hacia los logros.
 



aranza