Ecología

Salmón del río Columbia, al centro de una religión antigua

2022-08-16

La contaminación y el cambio climático no solo amenazan la salud del río y su...

Por DEEPA BHARATH

A LO LARGO DEL RÍO COLUMBIA (AP) — James Kiona se para en una saliente rocosa con vista a la cascada Lyle donde el agua hace espuma y se precipita a través de las paredes de un cañón estrecho justo antes de fusionarse con el río Columbia. Su cola de caballo plateada ondea con el viento y una cadena de garras de águila adorna su cuello.

Kiona ha pescado aquí salmón chinook durante décadas en el andamio de su familia al borde de la cascada con una red de pesca suspendida de un poste de 11 metros —como lo hizo su padre antes de él y lo hará después su hijo.

“Pescar es un arte y una práctica espiritual”, dice Kiona, uno de los ancianos de la Nación Yakama. “Sientes emoción en el cuerpo cuando sumerges esa red en el agua y sientes el pez. Entonces luchas con el pez. El pez lucha contigo, hace agujeros en la red, la tira del andamio”.

En esa lucha, él encuentra fuerza, santidad e incluso salvación. El río salvó a Kiona cuando regresó de la guerra en Vietnam. Mientras luchaba contra la adicción, la depresión y el trauma, el río le proporcionó una terapia que ningún hospital hubiera podido darle.

Cuando se acuesta sobre las rocas junto al río caudaloso y cierra los ojos, escucha las canciones y las voces de sus ancestros. El agua, dice, guarda la historia de la tierra y de su gente.

“Te sana”.

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Desde su nacimiento en la Columbia Británica, donde las Montañas Rocosas hacen cresta, el río Columbia fluye hacia el sur al estado de Washington y luego hacia el oeste y al Océano Pacífico en su desembocadura cerca de Astoria, Oregon. Justo debajo de la confluencia con el río Snake, el afluente más grande del Columbia, el río gira a través de la Cordillera de las Cascadas y talla la garganta del río Columbia.

Es un cañón espectacular de 128 kilómetros de largo y hasta 133 metros de profundidad, con acantilados, crestas, arroyos y cascadas. El paisaje y los colores cambian dramáticamente desde las colinas marrones, los arbustos y la artemisa en las elevaciones más bajas hasta los verdes exuberantes de los pinos ponderosa, los abetos y los alerces más arriba. Águilas y gavilanes pescadores anidan a lo largo del río.

Durante miles de años, las tribus nativas de esta zona han confiado en Nch’i-Wána, o “el gran río”, para proveerles su salmón y trucha arcoíris, y en sus alrededores para los campos con raíces comestibles, hierbas medicinales y arbustos de bayas, así como venados y ciervos canadienses (o wapití) cuyas carne y pieles son utilizadas para alimento y ritual. Esa dependencia trasciende del ámbito material hacia el espiritual, pues los actos de recolectar, consumir y respetar esos alimentos están inextricablemente vinculados a la práctica religiosa de las tribus.

Sin embargo, el río está bajo amenaza. El calentamiento de las aguas relacionado con el cambio climático pone en riesgo al salmón, que necesita temperaturas más frías para sobrevivir. Las represas hidroeléctricas en el río Columbia y sus afluentes han reducido el flujo del río, lo que ha puesto en mayor peligro la migración del salmón río arriba desde el Pacífico hasta sus áreas de desove de agua dulce. La contaminación industrial también es una amenaza; las pruebas realizadas por Columbia Riverkeeper, una organización sin fines de lucro cuyo objetivo es proteger la calidad del agua, muestran que los peces capturados en esa zona están contaminados con retardantes de fuego; bifenilos policlorados y metales pesados.

La contaminación y el cambio climático no solo amenazan la salud del río y su hábitat, sino también las tradiciones espirituales milenarias que mantienen unidas a las comunidades nativas.

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“Somos el pueblo del salmón o la gente del río”, dice Aja DeCoteau, directora ejecutiva de la Comisión Intertribal de Pesca del Río Columbia, que representa los intereses de las cuatro tribus del tratado del río Columbia —Yakama, Umatilla, Warm Springs y Nez Perce— para la reglamentación, defensa y manejo de la cuenca. “Sin agua no hay peces, plantas ni hierbas”.

Cada año, las tribus honran al salmón, las raíces, las bayas, los venados y los ciervos canadienses —que ellos creen fueron puestos en la tierra para sustento suyo— en las que se conocen como “ceremonias del primer alimento”. Cuando los niños pescan, excavan raíces o recogen bayas por primera vez, se les presenta antes sus mayores en la casa comunal y son reconocidos como recolectores de alimentos.

Los ancianos hablan de cómo los arroyos fluyen de las montañas santificados por las oraciones de los antepasados que se dirigieron allá para conversar con los espíritus. Estos riachuelos luego fluyen río abajo y se fusionan con el Columbia. Si Nch’i-Wána es la arteria principal de la tierra, esos arroyos son como las venas que la alimentan. Así que hasta el arroyo más pequeño es vital y sagrado.

En las comidas comunitarias, los miembros de la tribu típicamente comienzan y terminan con agua —“tomas un trago de agua para purificarte antes de comer y terminas la comida con agua para mostrar respeto por lo que has comido”, dice DeCouteau.

Las tribus también utilizan el agua y las rocas del río para rituales como las ceremonias de purificación en las cabañas de sudor, que se llevan a cabo en estructuras bajas con forma de cúpula donde las rocas del río se calientan junto con hierbas medicinales.

“Después de que suda y ora, también está la práctica de saltar al río para limpiarse”, dice DeCouteau. “Es difícil continuar la práctica de estos rituales cuando el río está tan contaminado”.

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Ya sea que el día esté a 38 grados Celsius o 13 bajo cero, Terrie Brigham saca su bote de pesca todos los días antes del amanecer. Su familia, integrante de las Tribus Confederadas de Umatilla, es propietaria del Mercado de Pescado de Brigham en Cascade Locks, un bucólico pueblo a la orilla del río, de unos 1,500 residentes, a una hora de distancia en automóvil al este de Portland. Su abuelo erigió los andamios de la familia en la década de 1950.

En una fría mañana de junio, Brigham observa con orgullo hacia los andamios donde su sobrino de 23 años, Brigham Campbell, lucha contra un gran salmón chinook que se retuerce en su red. Asegura el pez y lo sostiene con una sonrisa, y ella vitorea con fuerza y captura el momento con su teléfono celular.

La pesca ha sido la vida y el sustento de la familia durante generaciones, pero es también una gran parte de su identidad espiritual. Brigham habla de su andamio como si fuera un templo y su barca un altar.

“Para mí, el río es sagrado. El agua es sagrada. Los peces son sagrados”.

Cada año, cuando Brigham pesca el primer pez de la temporada, dice: “Gracias, Creador”. Luego, ata una cuerda alrededor de su boca para que pueda usarse en la casa comunal como parte de la ceremonia para dar la bienvenida de nuevo a los peces, conocida como el Primer Festín del Salmón.

Ese primer pez es siempre compartido con los demás de la comunidad, incluso si a cada persona le toca sólo un bocado.

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Bill Yallup Jr. Tenía seis años cuando las cataratas Celilo se “ahogaron”, como dice él.

Conocidas como Wyam por los pueblos nativos, las estruendosas cataratas fueron un lugar sagrado donde durante 15,000 años las tribus indígenas capturaron salmón en sus redes cuando los peces saltaban río arriba. Fueron también su centro neurálgico económico, con el trueque de salmón por todo tipo de bienes, desde plumas de aves hasta cobre y wampum —cuentas hechas a mano con conchas.

La familia de Yallup llegó a las cataratas Celilo desde Toppenish, Washington, cuando él era un bebé.

“Mi mamá cocinaba con agua del río”, dice. “Podías escuchar la caída a kilómetros de distancia. Era un sonido sagrado”.

Las cataratas cayeron en silencio en 1957, cuando el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos construyó la represa Dalles, inundó el área y creó el embalse del lago Celilo. Su padre lo llevó a Lyle, Washington, cuando tenía 17 años. Allí aprendió a pescar.

Cuando era joven, Yallup soñaba con una carrera en Hollywood como guionista y actor. Interpretó a un anciano tribal en la serie “Northern Exposure”, una comedia dramática de la CBS de la década de 1990, sobre los extravagantes residentes de un pequeño pueblo ficticio en Alaska que duró cinco temporadas.

Pero el poderoso río tiene una atracción inconmensurable y lo atrajo de regreso. Le recuerda quién es realmente, dice Yallup: “Soy un pescador”.

En su profundo tono de barítono, disfruta contar historias del río que se han transmitido a lo largo de generaciones.

Una historia que ha contado cientos de veces narra cómo Coyote, uno de los personajes más importantes de la mitología tribal, trajo el salmón de regreso al gran río. Los peces se habían ido después de una batalla legendaria entre el monte Hood y el monte Adams, ambos retratados como mujeres en la historia, que causó que el salmón se drenara hacia el océano. Los peces dijeron a Coyote que regresarían, pero sólo si eran respetados.

Los salmones jóvenes nadan río abajo por el Columbia hasta el océano, donde crecen entre uno y cinco años. Luego migran de regreso y nadan río arriba para desovar. Algunos son atrapados y se convierten en una fuente de sustento para la gente, y otros mueren y se vuelven uno con el medio ambiente. El ciclo se repite una y otra vez.

“Lo sagrado de este río”, dice Yallup, “está en el sacrificio que hacen los salmones cada vez que cumplen su promesa de volver”.

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Los Whitefoot son una familia numerosa extendida a lo largo de la costa oeste de Estados Unidos. La miembro mejor conocida del clan, Patricia “Patsy” Whitefoot, es una defensora de las mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas. Integrante de la Nación Yakama, viaja con frecuencia a lo largo del río para reunirse con sus primos y asistir a ceremonias, nacimientos y funerales en casas comunales.

Su activismo es una parte tan importante de su identidad nativa como su práctica religiosa.

“Si eres indio, serás político toda tu vida”, dice.

En una tarde reciente, visita a sus primas Debra y Sandy Whitefoot, quienes viven cerca de la represa Bonneville en un “sitio alternativo de pesca”, tierras reservadas por el Congreso para compensar a las tribus cuyas aldeas fueron inundadas por las represas.

Muchas familias aquí viven en remolques sin baños, luces o desagüe, y Debra, como directora ejecutiva de la organización sin fines de lucro Nch’i-Wána Housing, trabaja para proporcionar hogares a las personas nativas que viven a lo largo del río.

“Mi mamá vio pasar el mundo en Celilo”, dice y se seca las lágrimas. “Hemos perdido demasiado. Estamos experimentando un trauma intergeneracional. Mi esperanza es poder levantar una aldea o algunas aldeas para mi gente para poder sanar y seguir adelante”.

Sandy ahuma salmón recién pescado. Acomoda las piezas limpias y cortadas en bandejas y las coloca en un cobertizo de madera para ahumar junto al río. Tiene un empleo en una tienda de emparedados, pero esto, dice Sandy, es “lo que hago”.

El primer pez que atrapó fue una trucha arcoíris desde el andamio de su padre.

“Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida”, dice.

El hijo de Debra, Aaron Paul, y su pareja, Bettie Sutterlicht, también viven junto al río. Cuando su hijo, Bennie, terminó la escuela secundaria el año pasado, se tomó su foto de graduación en el andamio con un chaleco bordado con un águila que lleva un salmón. Hoy estudia ciencias de la conservación en la Universidad Estatal de Montana.

Debra está orgullosa de los jóvenes como su nieto, quien creció junto al río, hizo la tarea bajo un poste de luz y ahora estudia en la universidad para aprender a proteger sus recursos naturales.

“Me dan esperanza”.

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Fueron las preocupaciones por la desaparición del salmón de primavera del río lo que inspiró a Elaine Harvey a obtener su licenciatura en ciencias acuáticas y pesqueras. También le preocupan especies como la lamprea del Pacífico, que “ha existido desde los dinosaurios” pero que hoy enfrenta una posible extinción.

Ahora, como bióloga de peces de la Pesquería Yakama, Harvey dice que lo que le impide dormir por la noche es lo que llama una “carrera para aprovechar la energía verde” que ha atraído a las corporaciones multinacionales a Columbia.

“Las turbinas eólicas y las granjas solares afectan nuestros sitios arqueológicos, sitios de recursos culturales, vida silvestre y peces”, dice al señalar una montaña sagrada cerca de la represa John Day que los nativos llaman Push-pum. “Nuestros campos de raíces están en esa montaña. Podríamos perder el acceso a nuestra comida”. Las tribus también están enfocadas en preservar áreas en afluentes como el Klickitat y White Salmon, dos ríos glaciares que proveen agua fría para el salmón migratorio.

Harvey espera impartir este conocimiento y sentido de administración a sus hijos y nietos.

“Viajamos con niños a las estaciones de pesca, los cotos de caza y los campos de raíces”, dice. “Les ofrecemos la experiencia de acampar en nuestras tierras”.

Ella se conecta con la tierra al dormir en el suelo y cocinar en una fogata abierta, tal como hicieron sus ancestros cuando recorrieron estas tierras a caballo y a pie.

Harvey dice que nunca dejará el río porque eso es lo que le enseñaron sus mayores.

“Tenemos una conexión real y profunda con todos estos lugares. Nuestro linaje está aquí.

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El primo de Harvey, Bronsco Jim Jr., fue nombrado jefe de la parte media del río Columbia cuando tenía 21 años, y es en esa capacidad que realiza servicios, ceremonias del primer alimento y funerales en casas comunales. Conoce muchos cantos sagrados, uno de los cuales habla del nacimiento del primer salmón en un lugar del río Columbia.

“La palabra autorizada de dios desciende al cuerpo (del salmón)”, dice Jim. “Salta fuera del agua en un movimiento circular, y en esa única revolución, se le dio vida”.

La luz del Sol entra a raudales en la casa comunal durante una comida ceremonial reciente con los ancianos en la histórica aldea de Celilo. Sostenido por altas vigas de madera, el edificio tiene el altar en su centro, un rectángulo de tierra que Jim limpia con agua antes de que comience el servicio.

Jim lleva pendientes de conchas y un collar de cuentas con el colgante de la silueta de un caballo en honor a sus antepasados que los montaban. Su voz suave y mesurada se eleva en una canción y resuena por toda la estancia. No tiene palabras, pero es un sonido de oración profundo y visceral capaz de provocar escalofríos o lágrimas.

Los miembros tribales sentados alrededor de una mesa donde se encuentran los primeros alimentos —en orden: salmón, raíces, bayas— se unen suavemente, agitando su mano derecha lejos de su cuerpo y luego hacia adentro, hacia su pecho. El gesto aprovecha la luz y la energía a su alrededor y las lleva a su corazón, explica Jim. Las creencias tribales prohíben capturar estos servicios solemnes en video o fotografía porque eso congelaría las oraciones en el tiempo y evitaría su transmisión al Creador.

En las familias nativas que habitan la cuenca del Columbia, la educación sobre los primeros alimentos comienza en el hogar y continúa en estas casas comunales, acompañada de enseñanza y ceremonia. Las creencias profundamente arraigadas también dictan las reglas de recolección de alimentos.

“No puedes sólo salir casualmente a recolectar comida”, dice Jim. La ceremonia para cada uno de los alimentos se realiza en una época diferente del año que depende de cuándo están disponibles. Los salmones son los primeros en aparecer en primavera. Las raíces están listas para ser excavadas en el verano, y las diferentes bayas se recolectan en verano y otoño.

A los miembros de la comunidad se les exige esperar ese primer festín para honrar cada alimento antes de salir a recolectarlo. Dentro de la casa comunal y fuera en las montañas, la recolección de alimentos se acompaña con canciones.

“Estas canciones y ceremonias son parte de todo lo que hacemos”, dice Jim. “Necesitamos el río y estos alimentos en nuestras vidas”.

Perder estos alimentos irreemplazables y sus fuentes podría costarles su identidad espiritual, dice.

“Alimentan nuestro cuerpo y alma”.



Jamileth
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