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Hay nuevas pistas importantes sobre el impacto del COVID persistente
Editorial, The Washington Post
En un artículo publicado en The Lancet, Aranka Ballering y sus colegas de Lifelines Corona Research Initiative reportan una iniciativa para descubrir la naturaleza y la prevalencia de las condiciones después de sufrir COVID-19 usando como base una gran muestra de población. El informe hace la salvedad con aquellas personas que tenían ciertos síntomas antes de la infección por el virus, y también con la dinámica de la enfermedad en la población general. Eso les ayudó a profundizar en el daño real causado por la pandemia. Descubrieron que una de cada ocho personas sufrió síntomas persistentes posteriores al COVID-19.
De ser cierto, esa proporción podría traducirse en 70 millones o más de personas con long COVID en todo el mundo, basándonos en el total de más de 588 millones de infectadas hasta la fecha. Es bastante probable que sean muchas más. Algunos estudios han arrojado una prevalencia aun mayor. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en Estados Unidos descubrieron en un reciente estudio a gran escala que uno de cada cinco adultos de ocho a 64 años que había tenido COVID-19, y uno de cada cuatro en los mayores de 65 años, tenía al menos una condición de salud persistente relacionada con su infección de COVID-19. Otro estudio estableció la prevalencia en 43%.
El estudio de los Países Bajos se basó en cuestionarios digitales enviados a pacientes entre el 31 de marzo de 2020 y el 2 de agosto de 2021 —es decir, en su mayor parte antes de las oleadas de las variantes delta y ómicron— y registró síntomas de COVID persistente de tres a cinco meses después de la infección inicial. Los principales síntomas que afectaban a las personas eran dolor en el pecho, dificultades respiratorias, sensación de nudo en la garganta, dolor al respirar, dolor muscular, pesadez en brazos o piernas, pérdida de gusto y olfato, alternancia de sensaciones de frío y calor, hormigueo en las extremidades, y cansancio general. El estudio descubrió algunos síntomas que “no incrementaron de forma significativa” su gravedad entre 90 a 150 días después de la infección, lo que sugiere que podrían no estar vinculados con el COVID persistente: dolor de cabeza, picazón en los ojos, mareo, dolor de espalda y náuseas.
Otros estudios han identificado una constelación más amplia de problemas relacionados con el long COVID que afectan a casi todos los sistemas de órganos. Lo que este nuevo estudio no incluyó, pero sigue siendo una queja grave entre pacientes con COVID persistente, es la dificultad cognitiva, la llamada “niebla mental” en las postrimerías del COVID-19.
Un reciente plan de investigación publicado por el gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, enfatiza que el long COVID es real, pero su impacto aún no ha sido determinado por completo. La enfermedad y la discapacidad podrían obligar a muchas personas a trabajar menos o de manera diferente, lo que afectaría la economía y los lugares de trabajo. Las cargas en la atención de la salud podrían ser enormes. El COVID persistente podría exacerbar las disparidades raciales, étnicas y económicas. El plan de Biden señala: “Pandemias como la de la influenza y la poliomielitis tuvieron consecuencias a largo plazo que persistieron durante décadas”. Lo mismo pasará con esta pandemia. El desafío será averiguar cómo hacerle frente en los años venideros.
aranza
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