Panorama Económico

¿Está bien preparado el bombero financiero global? 

2022-09-09

«Una opción más controvertida y de la que se habla mucho menos es que los...

Ngaire Woods | Política Exterior

Mientras el mundo se dirige hacia una ‘cascada de crisis financieras’ en las economías emergentes, una de las pocas áreas en que los países del G20 estarán de acuerdo es la necesidad de que el FMI desempeñe un papel central en el manejo de una crisis global.

El mundo necesita prepararse para una cascada de crisis financieras en las economías emergentes y en desarrollo. Las señales son ya evidentes, con Ghana, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka haciendo cola a las puertas del Fondo Monetario Internacional. Hoy los países más ricos deben equipar al FMI, el principal bombero financiero del planeta, para que evite y maneje la propagación de las crisis. Podrían comenzar por asegurarse de que la organización cuente con los fondos necesarios para evitar que las economías de menores ingresos adopten políticas de “empobrecer al vecino” que acaben por destruir los sustentos de otros países y amenacen la estabilidad política y económica.

A medida que se fortalece el dólar estadounidense y se ralentiza el crecimiento global, varios gobiernos de países pobres que ya tenían dificultades por el Covid-19 y las crisis alimentaria y energética provocada por la guerra de Rusia en Ucrania, ahora deben enfrentar la depreciación de sus monedas y el aumento de los costes de la deuda. Tampoco se puede contar con el apoyo de China, cuando su economía crece al menor ritmo en cuatro décadas, debido a sus nuevas prioridades políticas, sus medidas de Covid cero, su afligido mercado inmobiliario, las presiones demográficas y las reformas estructurales.

Para agravar las cosas, los inversores extranjeros están retirando sus fondos en países emergentes a un ritmo que marca un récord histórico. Como resultado, varios de estos países están recurriendo a las reservas en moneda extranjera que habían acumulado cuidadosamente después de las crisis pasadas.

«A medida que se fortalece el dólar estadounidense y se ralentiza el crecimiento global, varios gobiernos de países pobres que ya tenían dificultades (…) deben enfrentar la depreciación de sus monedas y el aumento de los costes de la deuda»

Las grandes economías deberían estar adoptando varias medidas prácticas. Por ejemplo, durante la crisis financiera global de 2008-09 los líderes del G20 acordaron crear un “FMI de un billón de dólares” con la capacidad de reducir y contener la propagación de la crisis. Eso implicó dejar que el FMI se endeudara con un conjunto de países dispuestos a prestarle fondos, así como aumentar su capital a 477,000 millones de derechos especiales de giro (DEG), o 621,000 millones de dólares.

El FMI cuenta con líneas de defensa adicionales. En enero de 2021, su programa de Nuevos Acuerdos para la Obtención de Préstamos (NAB, por sus siglas en inglés), bajo el cual 38 países han aceptado conceder préstamos al FMI en caso de que sea necesario, se duplicó en tamaño y se extendió hasta 2025. Además, el FMI ha establecido acuerdos de préstamo bilaterales, cuya amplitud se está negociando en la actualidad.

Más aún, en agosto de 2021 los países acordaron una asignación general de 650,000 millones de dólares en DEG, la mayor en la historia del Fondo. Su propósito era fortalecer la resiliencia y la estabilidad de la economía global, y ayudar a las economías vulnerables que estaban luchando por superar la crisis del Covid-19. Sin embargo, puesto que los DEG se distribuyen de acuerdo a las cuotas de los países en el FMI, que dependen mucho de su PIB, el impacto de la medida ha sido más bien limitado.

En crisis financieras anteriores, el FMI ha desempeñado un papel clave para ayudar a mantener un nivel de confianza mínimo, reduciendo así los costes de contener y manejar las crisis. Dado el actual panorama de mercados volátiles, inversores que retiran sus fondos y gobiernos sobrecargados en lo financiero, hay buenos argumentos para volver a reforzar la capacidad de incidencia del FMI.

Para comenzar, los países del G20 deberían comprometerse a duplicar el capital principal del FMI, lo que significa aumentar al doble de la contribución de cada país (que es proporcional al tamaño de su economía). Tales negociaciones resultaron difíciles en el pasado, debido a que las economías en crecimiento rápido insistirán en obtener mayores cuotas (influencia) en el FMI, como lo han hecho Japón, Arabia Saudí y China a lo largo de los años. Las profundas reformas de 2010 supusieron cambios sustanciales y, si bien desde entonces las tensiones geopolíticas han aumentado, fueron cambios que allanaron el camino para realizar otro aumento ahora.

Una de las pocas áreas en que los países del G20 estarán de acuerdo es la necesidad de que el FMI desempeñe un papel central en el manejo de una crisis global. Deberían hacerlo pronto, porque ratificar e implementar un nuevo conjunto de cuotas tomará tiempo (cinco años, en el caso del acuerdo de 2010).

Un segundo y más inmediato paso sería que el FMI mejore sus disposiciones crediticias con los países más ricos a través de los ya mencionados acuerdos bilaterales y el NAB. Por ejemplo, los países productores de energía de Oriente Medio irán recibiendo hasta 1,3 billones de dólares en ingresos petroleros adicionales a lo largo de los próximos cuatro años y, si aceptan aumentar sus préstamos al FMI, pueden ganar una ventaja silenciosa.

«Una opción más controvertida y de la que se habla mucho menos es que los países más ricos que no son deudores del FMI reduzcan el importe que el Fondo les paga por su deuda con ellos.»

Una tercera posibilidad es vender parte de las reservas de oro del FMI, o que los países acepten otra asignación general de DEG. Pero, nuevamente, la mayor parte de la emisión de derechos especiales de giro se va a las economías más grandes (que, en su mayoría, han preferido no redistribuirlos a los países en necesidad). Además, hay límites para la voluntad de los países de cambiar sus reservas en monedas fuertes por DEG.

Una opción más controvertida y de la que se habla mucho menos es que los países más ricos que no son deudores del FMI reduzcan el importe que el Fondo les paga por su deuda con ellos. En 2020, el FMI destinó 546 millones de DEG a remuneraciones de puestos del tramo de reserva de sus miembros, y otros 90 millones de DEG en intereses, cantidades que aumentarán a medida que se eleve la tasa de interés de los DEG y los créditos pendientes de pago por parte del FMI.

Por último, el FMI, tal como el Banco Mundial, su institución hermana, podría aprovechar los mercados de capitales, algo que nunca ha hecho con anterioridad. El Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) del Banco Mundial proporciona préstamos a países de ingresos bajos a medios, y obtiene esos fondos endeudándose en 4 a 5 veces su capital propio en los mercados. Incluso la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el vehículo de financiación en condiciones favorables del Banco para los países más pobres, depende de los mercados de capitales para maximizar su financiación, aunque en una escala mucho menor.

Tanto el BIRF como la AIF tienen calificaciones crediticias de AAA, lo que les permite minimizar su coste de capital. Su experiencia, junto con la de otros acreedores multilaterales, sugiere que el FMI podría emitir deuda con calificación AAA y apalancar sus fondos propios, aprovechando su historial de nunca haber tenido una insolvencia en sus 78 años de existencia.

Los países poderosos que forman parte del FMI, especialmente los que además están en el G20, deben considerar con seriedad lo que está en juego. Al igual que los incendios forestales que este verano abundaron en el hemisferio norte, las crisis financieras se propagan con rapidez. Para enfrentarlas con efectividad será necesario dotar al FMI con antelación de reservas y cortafuegos bien posicionados.
 



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