Calamidades
Tras el huracán Ian, Florida no puede reconstruirse de la misma manera. Debe mejorar.
Eugene Robinson | The Washington Post
Si una definición de la locura es hacer lo mismo repetidas veces y esperar un resultado diferente, entonces reconstruir algunas partes devastadas de Florida tal como estaban antes del huracán Ian sería verdaderamente desquiciado.
El instinto de restaurar con exactitud lo perdido tiene una lógica emocional. Pero un intento cortoplacista de curar el dolor de las personas en comunidades devastadas solo las dejaría vulnerables para una nueva catástrofe. Lo más sabio es convertir a Ian en una oportunidad para reinventar las ciudades vulnerables al clima de Florida, y convertirlas en una visión del futuro resiliente en vez de un monumento condenado a un pasado irrecuperable.
El cambio climático está haciendo que los huracanes sean más grandes, húmedos e intensos. Sabemos que los niveles del mar han aumentado a nivel global alrededor de 22 centímetros desde 1880, según datos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés). Ese cambio ha sido más pronunciado en el golfo de México que en la mayoría de las otras regiones del océano mundial. Se espera que las aguas del golfo aumenten entre 35 y 45 centímetros adicionales para 2050.
Estos cambios ya estaban en marcha, aunque todavía no se comprendían bien, cuando la ciudad de Cabo Coral, en Florida, fue trazada en 1957. Desarrollada en terrenos bajos frente al río Caloosahatchee desde Fort Myers, Cabo Coral está atravesada por una intrincada red de canales que le permite a muchos propietarios atracar sus botes a solo unos metros de sus patios traseros y proporciona un hábitat para los manatíes y otros animales salvajes. Sin duda eso representa un servicio inmobiliario encantador, así como un diseño que tenía sentido hace más de 70 años. Pero el miércoles de la semana pasada, esos canales llevaron las crecidas a lo profundo de una comunidad de 200,000 personas que tiene una elevación promedio de apenas 91 centímetros. En un video capturado el jueves, era imposible distinguir las calles inundadas de Cabo Coral de sus canales.
Tres islas barrera largas y delgadas —las islas Sanibel, Pine y Estero— protegen la desembocadura del Caloosahatchee. Todas ellas sintieron la furia entera de los vientos de categoría 4 y la marejada ciclónica masiva de Ian. La calzada que unía a Sanibel con el continente fue arrasada; el puente a Pine quedó intransitable; y Fort Myers Beach, una popular localidad sinónimo de sol y diversión en Estero, quedó reducida a un vasto campo de escombros.
Tormentas como Ian dejan claro que no queda más remedio que vivir y adaptarse al cambio climático que hemos causado. El primer paso en esa adaptación es enfrentar la realidad.
“El aumento del nivel del mar creará un cambio profundo en las inundaciones costeras durante los próximos 30 años. Provocará un incremento de las alturas de las mareas y las marejadas ciclónicas, las cuales llegarán más hacia el interior”, declaró la NOAA hace algunos meses. Los científicos de la agencia predijeron que para 2050, ocurrirán en promedio cinco veces más inundaciones “importantes” destructivas que en la actualidad.
El tramo de la costa suroeste de Florida devastada por Ian, incluidas las áreas metropolitanas de Fort Myers y Naples, debe reconstruirse de formas que tengan en cuenta estos nuevos riesgos.
Los códigos de edificación son un punto de partida obvio. En junio, en el primer día de la temporada de huracanes, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés) lanzó una iniciativa para fomentar un fortalecimiento de los códigos de edificación en todo el país que tome en cuenta al cambio climático. De hecho, Florida está a la vanguardia en este frente: luego de que el huracán Andrew azotara a Miami en 1992, causando la muerte de 65 personas y provocando daños valorados en 27,000 millones de dólares, las autoridades implementaron un código estatal que requería que las nuevas edificaciones, en especial los techos nuevos y de remplazo, fueran más resistentes al daño de los vientos fuertes.
Se supone que las nuevas edificaciones de Florida que sean vulnerables a marejadas ciclónicas deben estar elevadas sobre el nivel del suelo a la altura de una “inundación de 100 años” (también llamada “inundación de 1%”) ocurrida en esa zona, más 30 centímetros adicionales. Sin embargo, dado el ritmo del aumento del nivel del mar, el incremento de la intensidad de los huracanes y el hecho de que las tormentas de 100 años ahora ocurren con mayor frecuencia, las nuevas casas quizás deberían tener incluso mayor elevación.
Una pregunta más difícil es qué se debe hacer con comunidades como Cabo Coral, que tienen redes de canales. Los ingenieros en los Países Bajos han estado instalando compuertas para evitar las marejadas ciclónicas durante siglos, pero esa no es una medida barata. Sin embargo, elevar toda la ciudad no sería precisamente más económico y además cambiaría de forma radical la naturaleza de Cabo Coral.
La pregunta más difícil de todas, tanto en Florida como en todos los estados vulnerables a huracanes, es qué hacer con las construcciones en las islas barrera. Obviamente no vamos a evacuar Miami Beach, demoler complejos turísticos y rascacielos valorados en miles de millones de dólares, y regresarle esa isla a la naturaleza. Pero, ¿y en el caso de la isla Estero, tras el paso de Ian? La localidad de Fort Myers Beach está destruida. ¿En realidad tiene sentido volver a construir, en el mismo lugar, y simplemente cruzar los dedos?
Antes de reconstruir, la zona de Fort Myers necesita tomarse un tiempo y analizar la situación. Sin duda habrá otro huracán tan terrible como Ian o incluso peor, quizás el siglo que viene, quizás el próximo año. La mejor manera de defender el estilo de vida de Florida es reinventarlo, no sentenciarlo a una destrucción perpetua.
aranza