Internacional - Seguridad y Justicia
El invierno y los misiles dejan ver el temple de Kiev
Por JOHN LEICESTER
KIEV, Ucrania (AP) — La obra termina. Los actores hacen sus reverencias. Luego dan rienda suelta a expresiones de fervor patriótico en tiempos de guerra: “¡Gloria a Ucrania!”, gritan. “¡Gloria a los héroes!”, responde el público, poniéndose en pie de un salto.
Los actores no han terminado. Siguen más gritos, algunos de ellos con palabras soeces, maldiciendo todo lo ruso y prometiendo que Ucrania sobrevivirá. Más porras, más aplausos.
Abrigados contra el frío, luego todos salen del teatro oscuro y sin calefacción, apenas iluminado con generadores de emergencia. Vuelven a las duras realidades de la capital ucraniana, una ciudad de 3 millones de personas que solía ser cómoda y habitable y que ahora está iniciando el invierno con cada vez más recortes de electricidad, y en ocasiones también de agua, debido a los bombardeos rusos.
¿Pero qué hay de la esperanza, la capacidad de recuperación y la rebeldía? Kiev las tiene de sobra. Y quizás más ahora que en cualquier otro momento desde que Rusia invadió Ucrania hace nueve meses.
Cuando Butch, el bulldog francés de Lesia Sazonenko, necesita pasear y no hay luz en el elevador de su edificio en Kiev, Lesia baja los diecisiete pisos con su perro por las escaleras, y los vuelve a subir. La ejecutiva de una clínica de maternidad se dice a sí misma que el arduo esfuerzo es por una causa fundamental: la victoria.
Dejó una bolsa con dulces, galletas, agua y linternas en el elevador por si algún vecino se queda atrapado durante un apagón, para que pueda sortearlo hasta que regrese la electricidad.
“No nos van a quebrantar”, asegura. “Triunfaremos”.
Cuando París fue liberado tras la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle pronunció palabras eternas que ahora podrían aplicársele a Kiev: “¡París indignada! ¡París quebrantada! ¡París martirizada! ¡Pero París liberada!”, declaró el líder francés.
La indignación contra Rusia se percibe en todos los rincones de Kiev. El público y los actores en el Teatro en Podil lo dejaron absolutamente claro durante la representación de “Niña con un oso de peluche”, que se desarrolla en la era soviética y está inspirada en un libro del autor ucraniano Viktor Domontovych, del siglo XX. Cuando los actores pronunciaban la palabra “Moscú”, prácticamente la escupían y añadían un insulto en ucraniano. El público aplaudía.
Un muñeco de paja y un tazón con alfileres junto a una foto enmarcada del presidente ruso Vladimir Putin en la pizzeria Simona, en el centro de Kiev, también reflejan la ira de la ciudad. Es claro que muchos clientes tienen la necesidad catártica de desahogarse: el muñeco está repleto de alfileres casi de pies a cabeza.
Kiev también está quebrantada, no mentalmente pero sí en el aspecto físico: ahora los cortes de luz escalonados son la norma. Cuando la semana pasada hubo cortes de agua, los residentes se formaron soportando el frío para llenar botellas de plástico en llaves en la calle. Algunos recolectaron agua de lluvia de desagües pluviales.
Rusia asegura que el objetivo de los frecuentes ataques con misiles crucero y drones explosivos en las instalaciones energéticas del país es reducir la capacidad de Ucrania para defenderse. Pero las adversidades que le causan a los civiles dejan entrever que la intención también es martirizar sus mentes, atormentar a Kiev y otras ciudades para que Ucrania se rinda y exija la paz.
Tuvieron el efecto contrario en Margina Daria, de 21 años.
El 15 de noviembre, la empleada de servicio al cliente y su novio resistieron la mayor andanada ofensiva de Rusia hasta la fecha en un pasillo en Kiev. Pensaron que tener paredes a ambos lados los mantendría a salvo de los más de cien misiles y drones que Moscú lanzó ese día, dejando sin electricidad a 10 millones de personas en todo el país. El pasillo se quedó sin luz y la red de telefonía celular también dejó de funcionar.
“No había forma de siquiera comunicarle a nuestras familias que estábamos bien”, cuenta. Sin embargo, una de sus primeras reacciones después de que se anunció el final de los ataques fue aportar dinero para el esfuerzo bélico.
“La ira se convirtió en donaciones a beneficencias para derrotar al enemigo a la brevedad posible”, dice. “Planeo quedarme en Kiev, trabajar, estudiar y donar a las fuerzas armadas”.
¿Y qué hay de la última palabra que utilizó De Gaulle para referirse a París: “liberada”? ¿Cómo encaja eso en Kiev en el invierno, en plena guerra?
Las condiciones de vida eran más fáciles en la capital este verano, cuando los bañistas abarrotaron las playas del río Dniéper. Rusia, obligada a retirarse de las afueras de la ciudad en las primeras etapas de la invasión iniciada el 24 de febrero, no estaba atacando la red eléctrica de Ucrania con la regularidad destructiva que está haciendo la vida tan difícil ahora.
Pero el ánimo de Kiev también era más sombrío en aquel entonces.
El puerto de Mariúpol en el sur del país había caído en mayo, cuando los últimos defensores ucranianos se rindieron después de un asedio espantoso. Los primeros cuerpos de los soldados ucranianos asesinados en la destrozada planta siderúrgica de Azovstal estaban siendo recuperados. Desde la perspectiva ucraniana, había habido proezas militares inspiradoras. Pero por lo demás, las noticias desde los frentes eran, en su mayoría, constantemente desalentadoras. El presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy le estaba implorando a Occidente que enviara armamento para lo que decía era “un asunto de vida o muerte”.
Ahora, el frío, la oscuridad y los bombardeos de Moscú están convirtiendo al invierno en un arma. Y a pesar de ello, incluso con las temperaturas gélidas y las incomodidades, también se respira esperanza. Kiev se siente liberada de algunas de sus primeras ansiedades.
El armamento de Occidente le ha permitido a Ucrania frenar la marea por medio de la fuerza militar, con contraofensivas este otoño en las que ha recuperado franjas de territorio que los rusos habían ocupado. Parece que menos misiles rusos están alcanzando sus blancos en Kiev y otras partes del país, y los sistemas antiaéreos occidentales les han ayudado a derribar más de ellos.
“Es mucho mejor que antes. Sin duda”, asegura el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko.
En una clínica de maternidad de Kiev, Maryna Mandrygol entró en trabajo de parto mientras las fuerzas ucranianas estaban cerca de alcanzar su mayor éxito en el campo de batalla hasta ahora: la recaptura este mes de la ciudad de Jersón en el sur del país.
Mandrygol, una funcionaria aduanal de Jersón, huyó en abril de la ciudad invadida. Desde entonces le preocupaba que el estrés de su escape le afectara a su hija que aún no nacía, pues tuvo que pasar por seis controles fronterizos rusos y campos minados.
El 9 de noviembre Mia nació rosada y hermosa. Mandrygol salió de la sala de partos con su bulto de amor y se encontró con la impresionante noticia de que las tropas rusas se estaban retirando de su ciudad de residencia. Dos días después, con Jersón ya en manos de Ucrania, estallaron los festejos en la ciudad y en la Plaza de la Independencia, en el centro de Kiev.
El hecho de que la llegada de Mia y la liberación de Jersón hayan sucedido casi al mismo tiempo parecía de alguna forma predestinado: ambos acontecimientos eran nuevos comienzos tangibles, rayos de luz en un futuro para Ucrania que sigue nublado, pero quizá no tan oscuro como cuando Mia fue concebida aproximadamente en la época en que comenzó la invasión.
“El nacimiento de una niña nos trae paz y victoria”, dice Mandrygol.
aranza