Como Anillo al Dedo
López Obrador retoma la movilización masiva y la Cuarta Transformación se consolida
Pedro Miguel | The Washington Post
Pedro Miguel es escritor, columnista del diario ‘La Jornada’, activista político y social, y militante del partido Morena. Autor de ‘México en WikiLeaks, Wikileaks en La Jornada’, y de la novela ‘El último suspiro del conquistador’.
Al entrar en el último tercio de su mandato el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recuperó uno de los instrumentos fundamentales en su carrera política: la movilización masiva, que parecía sepultada por los formatos solemnes del poder y por el aislamiento social al que obligó la pandemia.
El 27 de noviembre se llevó a cabo la marcha convocada por el presidente, desde el Monumento a la Independencia hasta el Zócalo. Fue una travesía que tomó cinco horas y el embotellamiento peatonal más vasto de los últimos años. Acudieron 1.2 millones de personas, según las autoridades de Ciudad de México.
Desde que la marcha fue convocada, la oposición clamó que sería una suerte de revancha ególatra y mezquina por la manifestación realizada 14 días antes en contra de la reforma electoral propuesta por el Ejecutivo, una exhibición de músculo corporativo y hasta una ilegalidad por el hecho de haber sido promovida por funcionarios públicos. Pero el propio Instituto Nacional Electoral (INE), cuyas atribuciones y presupuesto se verían mermados por esa reforma, reconoció que no se había cometido irregularidad alguna en la convocatoria de la marcha.
Si algo aportó la manifestación opositora del 13 de noviembre a la que se hizo el 27 , fue la expresión despectiva “indio pata rajada”, lanzada como insulto por una participante de la primera en contra de López Obrador. 14 días después del agravio, el Paseo de la Reforma se colmó con miles de mantas y carteles cuyos portadores se reivindicaban como orgullosos indios pata rajada.
Lo demás fue un festejo en el que se fundieron secciones del partido Morena procedentes de los 32 estados del país con contingentes sindicales independientes, agrupaciones campesinas y urbanas, organizaciones sociales, gobernadores, legisladores y funcionarios; personalidades de la cultura, algunos empresarios y muchísimos ciudadanos sueltos y autoconvocados.
Lo cierto es que para los simpatizantes de la llamada Cuarta Transformación (4T), los primeros cuatro años de este viraje político, económico, social y cultural representaban un momento propicio para el festejo de muchas cosas que pueden sintetizarse en la aplicación, por fin, de un plan de gobierno que se venía construyendo desde 2004.
Los logros se concretan en la aplicación de programas sociales en beneficio de agricultores y pescadores, adultos mayores, jóvenes sin empleo ni lugar en las aulas, estudiantes, madres solteras y personas con discapacidad. También en una época de recuperación salarial tras décadas de retrocesos sistemáticos del poder adquisitivo y procesos contra la acendrada corrupción en la administración pública.
Podemos encontrar en la evolución del gobierno reivindicaciones simbólicas, pero también acciones concretas en favor de los pueblos indígenas y también la reconstrucción de la industria energética de propiedad pública, saqueada y devastada durante el ciclo neoliberal —1988 a 2018—.
Están también, como parte de los progresos, la consumación o el avance de proyectos de desarrollo como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, la Refinería Olmeca, el Tren Maya, la Vía Interoceánica en el Istmo de Tehuantepec y el que será el mayor generador solar de Latinoamérica, actualmente en construcción en Puerto Peñasco, Sonora.
Podemos mencionar el inicio de la reducción —exasperantemente lenta, sí— de los índices de inseguridad y violencia delictiva, que de mantenerse confirmarían la pertinencia del cambio radical de paradigma en materia de seguridad pública. Además, el tajante deslinde gubernamental con respecto al racismo, el clasismo, la discriminación y las fobias con todos los prefijos existentes. Y, sobre todo, la existencia y la sobrevivencia, a pesar de todas las acechanzas, de un gobernante que reclama y proclama su pertenencia popular.
Cinco horas y media después de iniciada la movilización, esos motivos de celebración fueron los puntos principales del mensaje presidencial en el Zócalo. No hubo sorpresas en el discurso, salvo tal vez un aspecto que el propio López Obrador destacó al inicio: la presencia mayoritaria de jóvenes en la marcha y en la concentración. Este hecho finca la perspectiva de durabilidad del proyecto transformador que le ha tocado encabezar y que habrá de seguir coordinando durante los próximos dos años.
A juzgar por las consignas, actitudes y declaraciones de quienes acuerparon al presidente López Obrador en su camino a la plaza principal del país —una fracción de 64% de la población que aprueba sus acciones, según el sondeo publicado un día antes—, el programa de la 4T parece haber fraguado en la conciencia del movimiento.
El dato es relevante no solo ante las acometidas de medios, partidos y estamentos de poder afines al viejo régimen, sino porque permite colocar en el centro de la sucesión presidencial de 2024 al programa político y no a un nombre propio y un rostro. Guste o no, López Obrador es un dirigente excepcional y ninguna de las personas que desde el oficialismo aspiran a sucederlo podrá igualar su conexión y su empatía con las masas ni su condición de elemento unificador.
Por eso, un punto crucial para la continuidad del movimiento es el acuerdo en torno a un qué y no en torno a un quién. Para tranquilidad del obradorismo y para infortunio de las oposiciones, el qué está meridianamente claro, tanto en el discurso del presidente como en el ánimo de quienes caminaron con él esos cuatro kilómetros.
El proyecto de nación que se venía gestando desde 2004, y que se renovó en 2011 y 2017 es, en el momento presente, el fundamento de un nuevo pacto social en México, mucho más sólido que el modelo neoliberal impuesto en 1988 y tanto como el nacionalismo revolucionario y el desarrollo estabilizador de décadas previas. El 27 de noviembre Andrés Manuel lo bautizó “humanismo mexicano” y, como es usual en sus expresiones, esta ha enfurecido a quienes lo consideran un indio pata rajada.
aranza