Barones y Magnates

Ni una columna más sobre Elon Musk

2022-12-19

Pensé que era ridículo cuando relató que Nerón, literalmente el...

Alexandra Petri | The Washington Posto

En La locura del rey Jorge hay varias escenas en las que médicos muy sabios le dedican tiempo y esfuerzo considerable a entrecerrar los ojos y examinar el contenido del orinal del rey. Uno piensa, al ver la película: “Bueno, ¡al menos estamos en una etapa de la civilización en la que ya no tenemos que hacer eso! No vivimos en un mundo que dependa de manera tan absoluta de la condición de uno o dos hombres poderosos como para que valga la pena que pasemos horas, todos los días, examinando sus defecaciones a detalle e intentando sacar conclusiones de ellas”. Pero entonces Elon Musk procede a comprar Twitter y… no puedo pensar en una mejor analogía para lo que ha sucedido desde entonces.

Uno de los tuits más acertados que he leído sobre Twitter es que cada día tiene a un nuevo protagonista y el objetivo es no serlo. Pero ahora Musk es el protagonista todos los días y, además de promover a algunas de las peores voces de Twitter, es sorprendentemente aburrido. Esta es una pequeña muestra de sus tuits: “O derrotamos el virus de la mentalidad woke o nada más importará” y “¡La cocina del Día de Acción de Gracias es una deliciosa sinfonía de sabores!”. En algún momento tuiteó una conversación generada por Inteligencia Artificial ligeramente entretenida, solo para revelar que ni siquiera la había generado él mismo. Esto sin mencionar todos los memes sobre operaciones psicológicas, aunque supongo que esto cuenta como una mención.

Más recientemente, Musk suspendió la cuenta de varios periodistas que informaban sobre él y sus esfuerzos por cerrar una cuenta que tuiteaba la ubicación de su avión privado. Aseveró que su trabajo periodístico equivalía a compartir “coordenadas para un asesinato”. Columnas y columnas se han escrito y vertido en el abismo: ¿por qué tomó esta medida? ¿Qué sucede con todas sus afirmaciones sobre la libertad de expresión? ¿Sabremos alguna vez cuál es su orientación política? (¿Podría ser que simplemente sea la que parece ser? ¿Que quizás quiere traer de vuelta a Twitter voces horripilantes de extrema derecha, no por un compromiso abstracto y de principios con la libertad de expresión, sino porque son voces que disfruta escuchar; y silencia a periodistas y críticos porque son las voces que no disfruta?)

Ya me he quejado de esto antes. Pero una de las frustraciones menores —si lo vemos en un panorama amplio— y persistentes de la era del expresidente Donald Trump fue la enorme cantidad de capacidad intelectual que todo tipo de personas (buenas, trabajadoras, incluso ingeniosas) tuvieron que gastar observando el abismo insondable de sus palabras y acciones para tratar de extraer algún significado de ellas. ¿Qué fue “covfefe”? ¡La gente pasó horas intentando descifrar eso! El masivo volumen de análisis y bromas, y del tenso e indignante esfuerzo para darle sentido a las motivaciones de Trump —y para entender qué hacía que su cabeza se abriera y un pájaro escandaloso saliera disparado de ella a intervalos regulares— fue extenuante.

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Hay tantas personas sobre las que deberíamos saber en este planeta. Algunas son agradables, otras son sabias, muchas de ellas son amables, y algunas son divertidas y educadas con los meseros. Algunas poseen habilidades notables, otras son maravillosas oyentes y algunas saben qué hacer si se derrama cierto tipo de cosas en ciertos tipos de superficies. Muchísimas de ellas tienen gatos y, cuando se conectan, lo único que hacen es publicar fotos de esos gatos haciendo cosas tiernas e interesantes. Hay muchísima gente interesante y, en su lugar, tenemos que seguir a Musk y a Trump. Tenemos que verlos como anfitriones de Saturday Night Live, leer sus estúpidos tuits y saber con precisión por lo que están pasando en todo momento, porque sus caprichos pueden costarle a la gente sus trabajos y arruinar sus vidas.

Los déspotas y plutócratas tienen algo desesperadamente aburrido. Una de las consecuencias frustrantes de una sociedad desigual es que al resto de nosotros nos tiene que importar lo que les pase. Quizás Trump podría ya haber desaparecido, pero todavía tenemos un protagonista que no queremos. Esto, por supuesto, no es un fenómeno nuevo. El historiador antiguo Suetonio puede no haber sido la fuente más precisa, pero al ver a personas como Musk y Trump en acción, siento más simpatía por sus relatos sobre lo que terminaba haciendo la gente aburrida con un poder que respondía a sus caprichos.

Pensé que era ridículo cuando relató que Nerón, literalmente el emperador romano, decidió que en realidad lo que quería ser era actor. Pero aquí tenemos a Musk, uno de los hombres más ricos del planeta, quien ha decidido sin ninguna razón que lo que quiere ser es ¡un trol de Twitter! Y ni siquiera uno divertido: es igual de transfóbico, antivacunas y horrendo como el trol más básico. ¡Siento haber dudado de ti, Suetonio! ¡Quizás, si tenemos suerte, Musk comenzará a hacer cosas más divertidas tipo César, como tratar de llevar un caballo al Senado, y detendrá su misión de convertir Twitter en una letrina llena de discursos de odio! Pero en realidad lo dudo.

Odio que tengamos que prestar atención. Nuestras vidas se verán afectadas si Trump vuelve a ser elegido presidente del país o, por ejemplo, si las carreteras se llenan repentinamente de autos explosivos, o si el lugar donde los periodistas discuten las noticias más recientes es incautado y sus reglas son reescritas, aparentemente de manera arbitraria y sobre la marcha. Mark Zuckerberg cambia un algoritmo y los medios de subsistencia en la economía de los creadores de contenido se estremecen de terror. Nada me gustaría más que no tener que saber o preocuparme por estas personas. Con la cantidad de tiempo que le dedico a estas, podría haber inventado Narnia dos veces. Pero en cambio seguimos sentados aquí, entrecerrando los ojos y examinando las defecaciones del rey.
 



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