Divagaciones de Merlín
Vivamos la Navidad como San José
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong
Delante del misterio simplemente callamos para dejarnos iluminar y habitar por su gloria.
No podríamos terminar el adviento y llegar a la gruta de Belén sin ir a José, sin la referencia al esposo de María, sin recibirlo como uno de los grandes guías espirituales que Dios ha puesto en este camino de preparación para conducirnos directamente ante el Niño y su Madre.
Hemos sido guiados por la palabra de Isaías y Juan Bautista que anuncian al Mesías, y ahora se trata de dejarnos guiar por el silencio de José, por la fe de José, por la obediencia de José que sabe acoger el misterio. No puede faltar en nuestra vida el silencio, el recogimiento interior, para lograr procesar tantas situaciones de la vida y para escuchar la voz de Dios en medio de nuestras dudas y sufrimientos.
El estilo de vida que llevamos y el ritmo frenético de nuestra sociedad nos hacen ser regularmente impulsivos y primarios. No tenemos el hábito de ponderar las cosas, sino que reaccionamos de manera impulsiva sin darnos la oportunidad de reconocer todos los mensajes que guardan los acontecimientos que vivimos y que están al alcance de la prudencia y del silencio.
Por eso, desde la precipitación solemos tomar decisiones equivocadas y nos provocamos mucho sufrimiento, al no ser capaces de buscar el silencio y meditar profundamente en los acontecimientos que muchas veces llegan de manera inesperada.
Por otra parte, se necesita el silencio para no perdernos de todas las manifestaciones de Dios en nuestra vida. Cuando nos quejamos que Dios no nos habla o se ha olvidado de nosotros, en el fondo reflejamos nuestra falta de atención y silencio, pues las huellas que Dios va dejando en nuestra vida y los signos que va realizando requieren de una mirada atenta y de una vida de silencio.
¡De qué manera san José viene a ponernos, en vísperas de la Navidad, delante del misterio de Dios! Los acontecimientos ponen a prueba la bondad de nuestro corazón. Cuando se trata incluso de situaciones injustas y dolorosas que vivimos, cuánto vale no perder la calma y reaccionar siempre con bondad, a pesar de que la maldad se estrelle en nuestra vida.
Cuando no nos dejamos atrapar por la dinámica del mal que quiere ponernos en la misma tesitura de ataques, odios y resentimientos ponemos las condiciones para que el Señor nos asista en esos momentos de prueba, para que Él llegue manifestarse.
La visión sagrada y sublime que tenemos del nacimiento de nuestro Salvador no debe hacernos olvidar el dramatismo y la aflicción que rodearon este acontecimiento. Tenemos que situarnos, en esta ocasión, delante del dolor y la frustración que supone para José enterarse del embarazo de María.
La tradición siempre ha calificado a José como un varón justo porque, entre tantas cosas, al enterarse de esta situación pensó en lo mejor para María, más allá de su desconcierto y su dolor. Lo primero que pensó fue no hacerle daño a María, sino protegerla.
Por haber reaccionado con bondad, por pensar en el bien de María, viene en esas circunstancias el mensaje del Señor, a través de un sueño, para decirle que no basta con protegerla y no hacerle daño, sino que tiene que aceptar a su esposa y acoger el misterio de Dios. Dios le pide hacerse cargo de María y el Niño, y de protegerlos.
“Ya es hora de despertar del sueño”, nos decía la palabra de Dios al inicio de este tiempo de adviento. El sueño puede ser signo del descuido en nuestra vida, cuando nos confiamos en exceso y dejamos de ser vigilantes. Pero también puede significar la apertura a lo sagrado, la disposición para escuchar, la actitud de silencio para que, en medio del desconcierto y antes de juzgar la realidad, seamos iluminados por Dios como le sucedió a José.
En nuestro caso se trata de despertar, como José, para hacer lo que se nos pide, para vivir la obediencia de la fe en la medida en que nos hagamos cargo de la realidad que vivimos, a fin de permitir que venga Jesús, que nazca Jesús entre nosotros.
La Navidad viene a recordarnos que Dios también llega a nuestra vida y nos pide acogerlo, aunque se trate de un misterio que nos desborda. Decía el papa Francisco: “Hay que preparar el corazón para acoger toda la pequeñez, toda la maravilla, toda la sorpresa de un Dios que abandona su grandeza, y se hace pobre y débil para estar cerca de cada uno de nosotros”.
Nos ayuda también la reflexión de Benedicto XVI: “Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor”.
El silencio nos ayuda a escuchar la voz de Dios, especialmente en los momentos donde necesitamos fortaleza y claridad respecto de lo que tenemos que hacer. Pero también corroboramos que san José era un hombre de silencio porque cuando las cosas son demasiado grandes simplemente callamos.
Delante del misterio simplemente callamos para dejarnos iluminar y habitar por su gloria. Hemos tratado de guardar silencio durante este tiempo de adviento y llega el momento de despertar, como José, para llevar a María y al Niño con nosotros, para no dejarlos a la deriva, sino darles posada en nuestro corazón.
aranza