Reportajes

Pelé es el futbol y el futbol es Pelé

2022-12-30

En la cancha, fue un “todo poderoso”, capaz de hacer lo que otros jamás se...

David Faitelson | The Washington Post

De tiempo en tiempo, cierro los ojos y vuelvo a ser ese niño que corría en aquella pradera verde detrás de la casa, persiguiendo un balón y presumiendo orgulloso mi camiseta con el “10” en la espalda y los tonos en “verdeamarelas” mientras el sudor resbalaba desde mi frente. Ese día fui Pelé.

Ningún personaje del deporte ha sido tan famoso, universal e influyente como Edson Arantes do Nascimento, mejor conocido como Pelé (1940 Minas Gerais—2022 São Paulo). En la televisión, Pelé condujo al futbol del “blanco y negro” de los mundiales de Suecia 1958, Chile 1962 e Inglaterra 1966 al moderno “technicolor” de México 1970. En tiempos donde la tecnología y la comunicación no contaban con el desarrollo del que gozan actualmente, llevó su obra a cada rincón del planeta y generó ilusión en millones de personas a lo largo de toda su carrera y vida. Pelé terminó siendo un personaje más trascedente que el propio deporte que practico.

En la cancha, fue un “todo poderoso”, capaz de hacer lo que otros jamás se atreverían a hacer. Podía enfrentar al rival, confundirle con una finta y seguir su camino a la portería. Tenía una gran potencia, para disparar, para saltar y podía encontrar el espacio para darle el pase al compañero con ventaja para marcar el gol. Jugó casi toda su carrera con el Santos, donde según cifras extraoficiales, superó los 1000 goles. Terminó su carrera en el Cosmos de Nueva York, en un intento por desarrollar el futbol en los Estados Unidos, y asegurar la prosperidad económica de su familia.

Con la selección brasileña, fue “el sol” que alumbró el camino para convertir a Brasil en lo que es hoy: una superpotencia del juego. Pelé jugó, brilló y ganó el Mundial de 1958 con apenas 17 años y 249 días de edad. Sus dos goles en Estocolmo, en la final ante Suecia, significaron la redención brasileña tras el gran fracaso que habían sufrido ocho años atrás en su propio Mundial, con el famoso “Maracanazo” frente a Uruguay. En la siguiente cita mundialista, la de Chile 1962, sufrió una lesión en el segundo juego ante Checoslovaquia que le dejó fuera del torneo que Brasil terminó ganando de la mano de Garrincha.

Pero el momento cumbre de la carrera de Pelé llegó en 1970, en México. Algunos meses antes del Mundial, había sido descartado para ser parte de la expedición brasileña porque un estudio médico, en apariencia, probaba que tenía problemas de visión. Hubo un cambio de entrenador en Brasil. Mario “El Lobo” Zagallo, excompañero de Pelé en el Mundial de 1958, tomó el mando del equipo en sustitución del periodista habilitado como director técnico, João Saldanha y ello le permitió a Pelé y a Brasil protagonizar uno de los momentos más sagrados en la historia del futbol. Una selección que dominó el Mundial con grandes actuaciones y que llevó el futbol hasta dimensiones inimaginables. Pelé terminó en hombros, con el trofeo Jules Rimet en mano y ataviado con un sombrero charro mexicano, en aquella asoleada tarde del domingo 21 de junio de 1970 en el Estadio Azteca.

Tras sus gloriosos días en la cancha, se transformó en el medio por el que los grandes patrocinadores hacían del futbol la industria que es hoy. Pelé era la cara del futbol, de la tarjeta de crédito, de los refrescos de cola, de autos y el personaje que el futbol había señalado como el indicado para representar el juego. Pelé es el futbol y el futbol es Pelé.

Cuando llega un momento tan doloroso como este, despedir a una de las grandes leyendas del futbol y de la humanidad, parece fácil declararle como el mejor jugador que jamás haya estado sobre una cancha de juego. Hace apenas un par de semanas, en Qatar 2022, dábamos crédito de que Lionel Messi había escalado a un nivel superlativo, a una mesa que solo podía compartir con otros dos grandes futbolistas de todas las épocas: Diego Armando Maradona y Pelé. Introducirse en la discusión sobre quién es el mejor terminaría siendo una cuestión exclusivamente de gustos, pero tendré que decir, bajo mi opinión muy personal, que la obra de Pelé fue mucho más compleja y completa que la de los dos extraordinarios jugadores argentinos. Hay un antes, un después y un siempre en la historia de Pelé con el balón en los pies y con la trascendencia que le dio al futbol como deporte.

El más agradable recuerdo de mi infancia me conduce al regaño de mi madre cuando no podía permanecer quieto por el deseo de salir a correr detrás del balón. Unos minutos antes, mi padre, que había recorrido el país de norte a sur y de este a oeste, irrumpió en la sala de la casa sosteniendo orgulloso la camiseta “10” de los tonos “verdeamarelas”. Era la fiesta judía de Purim y yo tenía cuatro o quizá cinco años y vivía en un recóndito pueblo del sur de Israel, en el desierto del Neguev, apenas a unos kilómetros de lo que es en la actualidad la franja de Gaza. Mi gran ilusión en la celebración era vestirme de Edson Arantes do Nascimento, ser “Pelé”, aún del otro lado del mundo.

Mi madre y mi padre encontraron la forma de satisfacerme y convertirme en el niño más feliz del mundo. Pero, el verdadero mensaje de esta anécdota radica en la universalidad que Pelé había logrado para él y para el futbol, aún en tiempos donde la comunicación no estaba desarrollada plenamente.

En aquellos primeros años de la década de los años 1970, yo habría visto algunas fotografías y quizás un par de escenas en la televisión de lo que el brasileño había logrado en la cancha. Su obra era tan poderosa que eso era suficiente para esparcir su mito y su leyenda. Jamás olvidaré ese día, el día en que fui Pelé.
 



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