Calamidades

Las maras están desapareciendo en El Salvador; su lugar lo toma la mafia de Estado

2023-01-24

Las maras fueron un flagelo para los salvadoreños durante mucho tiempo y ahora han perdido...

Juan Martínez d'Aubuisson | The Washington Post

En 2022 las maras salvadoreñas llegaron a lo que parece ser su final. Esta forma criminal llegó a controlar amplios territorios de El Salvador, llegaron a tener bajo su régimen a comunidades enteras y durante más de 20 años constituyeron un segundo gobierno mediante un sistema de normas y castigos para la población bajo su dominio, e incluso una forma de impuesto ilegal conocido popularmente como “la renta”. Pero las maras se vieron superadas y eventualmente desplazadas por una forma criminal mucho más eficiente, más organizada y con un poder bélico superior: la mafia de Estado bajo el mando del presidente Nayib Bukele.

El mundo criminal podría entenderse como una selva llena de criaturas que compiten y se devoran entre sí. Las maras fueron un animal superior que ganó el dominio del país cuando llegaron desde Estados Unidos en la década 1990, tras la guerra civil que duró 11 años y que dejó más de 75,000 personas muertas y desaparecidas. Era un lugar con un Estado débil y mucha población joven desempleada: la fórmula perfecta para el florecimiento del crimen.

El país se llenó entonces de formas criminales de diversa factura. En la escala más baja estaban los pequeños grupos de jóvenes ladrones, quienes sin más tecnología que una cuchilla y sin más estrategia que su propia bravura subían al trasporte público y arrebataban gorras, cadenas y relojes. En el medio estaban las pequeñas pandillas barriales y estudiantiles que han sido descritas por el historiador Vogel Garcia de la Universidad de Austin, Texas, como grupos efímeros y con pocas posibilidades de volverse una forma criminal compleja, pero con gran capacidad para la violencia. Y por último, en la escala superior, las bandas de secuestradores y asaltantes a gran escala, muchas de ellas conformadas por exmilitares, exguerrilleros o incluso oficiales de la recién fundada Policía Nacional Civil. Este universo criminal de la posguerra ha sido descrito por Ellen Moodie en El Salvador in the Aftermath of Peace, y Óscar Martínez y mi persona en El Niño de Hollywood.

Fue en ese contexto complejo que las maras llegaron desde California. Los niños y jóvenes que se fueron huyendo de la guerra civil a finales de la década de 1970 y durante la década de 1980, retornaron a través de deportaciones masivas desde Estados Unidos y llevaron con ellos un sistema de células extremadamente complejo. La estructura organizativa de estas pandillas implicaba la formación de federaciones, conjuntos de células organizadas por región llamadas “programas” y confederaciones de “programas”. Esto les permitió ser una criatura con muchas cabezas y, por lo tanto, difícil de matar. Las maras, al tomar bajo su control amplios espacios de territorio, incorporaron en su lógica a las poblaciones que los habitaban y en poco tiempo terminaron hibridándose con ellas y arraigando sus códigos culturales.

Su sistema criminal fue tan eficiente y su capacidad bélica tenía tanto alcance que para 2003, apenas 13 años desde que llegaron los primeros mareros deportados, ya habían exterminado a prácticamente a todas las formas criminales de El Salvador, salvándose apenas los grupos de narcotraficantes, quienes con el tiempo terminaron vinculándose a ellas. La nueva criatura, mejor adaptada al medio por sus aptitudes organizativas y su forma eficiente de usar la violencia, extinguió a las demás. Durante más o menos 20 años coronaron esa pirámide alimenticia de la fauna criminal, teniéndose como competencia únicamente a sí mismas: la Mara Salvatrucha 13 (MS13) al Barrio 18, y viceversa.

Desde 2001, los mareros empezaron a entrar de forma masiva a los penales producto de la política de mano dura que impulsaron los gobiernos de derecha que gobernaron de 1998-2009. Pero ya encarcelados, lejos de disiparse se agruparon más, surgieron líderes nacionales y aplastaron a las bandas carcelarias. Se adueñaron de penales enteros que el Estado terminó por cederles de forma oficial y, desde ahí, dirigieron a plomo la vida de millones de salvadoreños.

Parecía que las maras eran ya un grupo endémico de El Salvador y de la región entera, y que su gobierno callejero duraría varias décadas más. Sobre todo, cuando lograron dar el salto de una pandilla de origen californiano a una mafia al establecer negocios más sofisticados, cooptar a funcionaros públicos, comprar jueces, lavar dinero y enfocar su violencia a hacia fines económicos. Me convencí de esto cuando sellaron acuerdos públicos oficiales con el Estado en 2012. Me equivoqué. Ninguna criatura gobierna la selva para siempre.

En 2021 se estableció en El Salvador una forma criminal mucho más poderosa. El presidente Nayib Bukele tenía para entonces dos años en el poder, pero fue cuando su partido Nuevas Ideas ganó las elecciones legislativas y alcanzó, por procesos democráticos y por la fuerza, casi todos los estamentos de poder del país: controla ya también los poderes Legislativo y Judicial.

Entre otras acciones arbitrarias, destacó la destitución del fiscal general, Raúl Melara, y la imposición de uno nuevo a la medida de Bukele. Este nuevo funcionario puso candados jurídicos a los casos sobre corrupción de algunos funcionarios del bukelismo y suspendió las investigaciones en curso sobre desfalcos, compras ilegales y apropiaciones indebidas por funcionarios. Sin embargo, esas investigaciones terminaron en manos de la prensa independiente salvadoreña. Por esos documentos filtrados pudimos entender el organigrama de la nueva mafia. Un conjunto de personas, orientadas por un solo líder y que utilizan los mecanismos estatales para enriquecerse de forma ilícita y amedrantar o eliminar a su competencia: la mafia de Estado.

Por ejemplo, altos mandos de este gobierno figuran en listas que señalan violaciones a derechos humanos como la Magnitsky y de corrupción como la Engel. Decenas de investigaciones periodísticas apuntan, con una cantidad de pruebas abrumadora, que los funcionarios más importantes de este gobierno están involucrados en esta nueva mafia de una sola cabeza.

Esta no tolera competencia y en menos de un año, después de experimentar con diferentes espacios de negociación con las maras, decidió utilizar un régimen de excepción inconstitucional y un discurso fascista que entiende los derechos humanos como un obstáculo para arrebatar a las maras sus territorios y su poder. Ha encarcelado a decenas de miles de personas: lo mismo mareros que sus familiares y cualquiera que pudiera parecer sospechoso de formar parte de la base social de las maras. Por supuesto, han sido capturados también miles de inocentes. Pero algo es claro: las maras han sido desplazadas de El Salvador. Esa criatura está en extinción.

Es cierto que en los otrora bastiones de las maras ahora la gente respira con más calma: se abren nuevos negocios, los partidos de futbol se alargan hasta entrada la noche y flota un aire de alivio. “Todo mundo está abriendo negocios en la colonia, que antes no abrían por miedo a la extorsión. Ahora se vive bien. Es que fueron demasiados años que esos hijos de puta nos tuvieron jodidos”, me dijo un habitante de Sierra Morena, una colonia de San Salvador que fue bastión de la MS13.

Las maras fueron un flagelo para los salvadoreños durante mucho tiempo y ahora han perdido su poder. Fueron encarcelados, asesinados y su organización desmantelada. En un ejercicio de profundo simbolismo, el gobierno organizó cuadrillas de presos para destrozar las tumbas de los mareros muertos y pintar de blanco los grafitis de los barrios. El mismo gobierno ha diseminado videos en donde militares someten y humillan a pandilleros obligándoles a decir “acá manda la fuerza armada”, mientras soldados les apuntan a la cabeza.

Está claro que el régimen de excepción es una medida clasista y arbitraria, mediante la cual miles de salvadoreños han sido capturados de forma injusta. Pero a pesar de que al menos 90 detenidos habían muerto hasta noviembre pasado en los penales en circunstancias poco claras, y que se han cometido gran cantidad de vejaciones por parte de las fuerzas del orden, es una medida ampliamente aceptada y aplaudida por la población salvadoreña. Bukele ha pasado a convertirse en un héroe nacional y la derrota de las maras en su gesta heroica. La propaganda estatal ha sido tan intensa y bien diseñada que la mayoría de los salvadoreños no están al tanto de la corrupción ni de las operaciones de la nueva mafia. Mientras más evolucionada es una forma criminal, menos se nota su forma de operar.

De la misma forma que el cobro mensual de extorsión o “renta” era una figura menos violenta que un pistolero pidiendo el dinero de la caja, es menos violenta una mafia que roba desde las arcas del Estado, en las sombras, que una con la que debes convivir a diario.

Pero no todos los mareros fueron derrotados ni toda su estructura desmantelada. Algunos siguen en pie. Era de esperarse, pues desde que se desarrollaron en California no han parado de mutar y adaptarse. Pero en este caso solo han sobrevivido quienes se han acercado al bukelismo. El periódico digital elfaro.net demostró, con una sólida carga probatoria que incluía fotografías y audios, que Elmer Canales, alias “El Crook”, líder histórico de la MS13 y a quien aún le faltaban 40 años en prisión, no solo fue liberado sino escoltado por el director de Tejido Social, Carlos Marroquín, hacia Guatemala. Otro caso es el del socio de la MS13 Jorge Vega Knight, quien fue liberado de prisión y a quien le fueron devueltos todos los bienes incautados por la antigua Fiscalía, como documenté en una investigación para InSight Crime.

Por el momento el monopolio del crimen, y hasta cierto punto de la violencia, queda en manos de la mafia bukelista. Las maras sobrevivirán únicamente en la medida que puedan alinearse con este nuevo depredador que no tolera ningún tipo de competencia. Según mis cálculos, ojalá errados, esta mafia durará más o menos el mismo tiempo que la anterior y sus consecuencias, si bien menos sangrientas, dejarán una huella profunda en la institucionalidad y la cultura salvadoreña. Gobernarán este país y se hibridarán con su población, coronarán esa pirámide alimenticia en el lugar donde solo pueden estar los más fuertes. Entonces, quizá, venga una nueva forma criminal aún más eficiente y destroce sus tumbas y envilezca sus símbolos y todo comience de nuevo.
 



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