Nacional - Política
Reforma electoral de López Obrador debería enviar alerta a Estados Unidos
Eduardo Porter
(Bloomberg) -- En la década de 1970, a Washington parecía no importarle que México no fuera democrático. Enfrascado en la Guerra Fría y comprometido en maquiavélicos (y no del todo democráticos) tejemanejes en otros lugares de Latinoamérica y más allá, Estados Unidos se conformaba con ver que México avanzaba bajo el dominio del Partido Revolucionario Institucional, conocido como PRI.
Ahora la política mexicana pareciera estar volviendo a las prácticas de antaño. La semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador logró aprobar una ley que debilita al organismo de control electoral del país, creado en 1990 para ayudar a poner fin al dominio del PRI y dar lugar a una incipiente democracia multipartidista que hoy no tiene ni 25 años. La última medida en una agenda que se esfuerza audazmente por regresar al pasado predemocrático de México.
Desde que fue electo en 2018, AMLO, como se conoce al presidente, ha atacado en repetidas ocasiones a las instituciones creadas desde la década de 1990 para controlar el poder presidencial, desde el tribunal electoral hasta las comisiones de Transparencia y Competencia. El presidente ha presionado para restablecer el control estatal sobre la industria energética.
Ha desmantelado los programas sociales establecidos por sus predecesores, recurriendo en su lugar al tipo de dádivas directas que ayudan a ganar las elecciones. Ha desconfiado de un aparato estatal que considera corrupto y cooptado por intereses neoliberales elitistas y ha cedido a los militares parte de los servicios gubernamentales, desde la policía hasta las aduanas.
Puede que López Obrador ya no pertenezca al PRI, dado que ahora lidera su propio partido, Morena, pero el PRI de los años setenta en el que se forjó políticamente, una institución cuya falta de un centro ideológico coherente pretendía garantizar su control del poder, se parece mucho a su plantilla política.
“AMLO ha concentrado mucho poder en manos del presidente”, dijo Gaspard Estrada, director ejecutivo del Observatorio Político Latinoamericano de Sciences Po en París. “Es igual que el PRI antes de la transición”.
Es probable que el presidente estadounidense, Joe Biden, espere las reglas de los años setenta sigan vigentes. Como entonces, Washington en la década de 2020 ha estado ocupado en otras cosas -esta vez con China y Afganistán, el covid y Ucrania. Por tanto, su lista de peticiones para México podría reducirse a una sola prioridad: estabilidad.
Sin embargo, se le está acabando la suerte. Lo quiera o no, un presidente que llegó al cargo como un guerrero a favor de la democracia, gastando incalculables recursos para defenderla en Ucrania y coorganizando una “Cumbre de la Democracia” el mes que viene, podría verse obligado a adoptar una postura ante los apetitos poco democráticos de su competidor al otro lado de la frontera. El Congreso ya se está poniendo nervioso.
Es cierto que hasta ahora, AMLO ha contribuido a proporcionar la estabilidad que Biden ansía. A pesar de todas las quejas de los republicanos de los estados fronterizos, México ha desempeñado un papel esencial a la hora de frenar la llegada de inmigrantes a EU Por muy mal que el Gobierno gestionara la emergencia del covid-19, alcanzando una de las tasas de mortalidad más altas del mundo, México mantuvo la estabilidad macroeconómica: el peso hoy es más fuerte que antes de la pandemia.
Aun así, el pacto fáustico que Washington hizo con López Obrador posiblemente no resista los choques que vienen. Un ejemplo: la Cumbre de los Tres Amigos con Canadá del mes pasado, bastante inútil, puso de relieve cómo la relación transaccional entre EU y México obstaculiza el desarrollo de una estrategia regional para hacer frente a los nuevos desafíos globales.
No estamos en los años setenta. Por aquel entonces, la globalización aún no se había producido. La guerra contra las drogas acababa de empezar. Nadie hablaba de los migrantes. Los extranjeros solo representaban el 5% de la población estadounidense. Mientras México no saltara al regazo de la URSS, todo iría bien.
Contrariamente, en el año fiscal 2022, los agentes de la patrulla fronteriza estadounidense se toparon con inmigrantes que intentaban entrar al país en una cifra récord de 2,4 millones. El fentanilo y la metanfetamina -la mayoría de los cuales llega a través de México- alimentan una crisis de salud pública que solo en 2021 mató a cerca de 100,000 estadounidenses.
Además, la política en ambos lados de la frontera se está complicando. La polarización política sin precedentes en EU no solo puede poner fuera de su alcance una política razonada y bipartidista. Las drogas y la migración se están convirtiendo en los principales focos políticos que el Partido Republicano explotará de cara a las elecciones presidenciales de 2024.
Y adivinen qué, México también tendrá elecciones presidenciales en 2024. Maniobrar en torno al plebiscito mexicano no facilitará la gestión de la relación.
La cooperación entre México y EU en materia de incautación de drogas ya se encuentra en su punto más bajo. Es probable que no sea más fácil a medida que AMLO pula las credenciales nacionalistas de quienquiera que designe como su sucesor el próximo año. La cooperación en materia de inmigración también podría ser víctima de las maquinaciones políticas mexicanas.
Es más, la transición política mexicana podría complicarse, amenazando la estabilidad que tanto importa a Washington. AMLO sigue siendo muy popular entre los votantes mexicanos. Pero las acciones de su Gobierno no tanto. La votación de la semana pasada en el Congreso para desautorizar al Instituto Nacional Electoral sugiere que el mandatario está dispuesto a llegar lejos para asegurarse de que su sucesor se lleve el premio.
Volver a los años setenta sería un enorme desperdicio histórico para México. López Obrador tiene razón al criticar a una clase política autocomplaciente y a un modelo de desarrollo que excluyó a tantos mexicanos. Sin embargo, su Gobierno tiene poco de qué presumir. Y si el progreso se mide tanto en términos de reducción de la pobreza como de derechos políticos, México ha avanzado de forma incuestionable en los últimos 50 años.
El rumbo que tome México a partir de ahora lo tendrán que decidir, por supuesto, los mexicanos. Como dijo Earl Anthony Wayne, exembajador de EU en México, “es tarea de los mexicanos defender la democracia mexicana”.
Aun así, a pesar del deseo de Biden de sacar el tema fronterizo de las portadas de EU y centrarse en Ucrania, China y otros retos geopolíticos, el presidente podría terminar prestando más atención a la erosión de las instituciones democráticas mexicanas. Al final, el pacto fáustico podría volverse en su contra.
Jamileth
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