Vuelta al Mundo

Integrar a Rusia en un hogar común europeo 

2023-04-04

Difícil. ¿Ingenuo? Quizá. Como apuntara el gran sociólogo alemán...

Andrés Ortega | Política Exterior

Hay que empezar a pensar en una nueva estructura socioeconómica y de seguridad en Europa que permita incorporar a Rusia en un hogar común europeo, después de la guerra. Que establezca garantías –diferentes– tanto para Kiev como para Moscú. Con una premisa: Ucrania podrá entrar en la Unión Europea, pero no en la OTAN.

Tras tres guerras cruentas –la de 1870, y las dos guerras mundiales– Francia y Alemania se reconciliaron e hicieron impensable la guerra entre ellas. Este es uno de los logros duraderos de la posterior construcción europea. No solo debería ser posible y deseable, sino perentorio, hacerlo con Rusia y con Ucrania cuando acabe –y aún no se sabe cómo– el conflicto armado. Es más, una visión a largo plazo puede contribuir a una paz a corto. De momento, lo único que se plantea es tensión sine die.

En el periodo de entreguerras, primero, y en plena contienda de la Segunda Guerra Mundial, personas con visión como Jean Monnet, José Ortega y Gasset o Richard Coudenhove-Kalergi, empezaron a pensar un futuro de reconciliación por la integración. Hay que empezar a pensar en cómo integrar a Rusia, no a Vladímir Putin, en un esquema de integración paneuropea. La historia y la geopolítica pesan y grandes países como Francia o Alemania querrán una cooperación con el país más extenso del mundo, con importantísimas materias primas, con armas nucleares, que no debería quedar al albur y dependiente de China, aunque la alianza entre Moscú y Pekín se ha cimentado. Es parte del nuevo paisaje en el que estamos. No se trata ya de volver al pasado, al statu quo anterior a la invasión rusa. Será necesario un nuevo marco de cooperación, socioeconómico y de seguridad, paneuropeo. Y mundial. Con una premisa: Ucrania podrá entrar en la Unión Europea, pero no en la OTAN. Y una doble condición: garantías de seguridad para Ucrania y de tranquilidad para Rusia. Con Putin, con una Rusia como la que quiere, re-imperial, no será posible. Tampoco para Volodímir Zelenski puede ser un punto de partida. Pero hay que levantar la mirada y mirar más lejos.

De momento, lo que se está intentando pergeñar es un plan de paz. China ha presentado una propuesta, vulgarmente llamada plan chino en 12 puntos, que Pedro Sánchez, como presidente del gobierno de España, país que ejercerá la presidencia del Consejo de la UE el próximo semestre, ha podido discutir en Pekín. Es demasiado general. Por ejemplo, defiende el principio de la integridad territorial (que China siempre ha defendido), pero sin precisarla (¿Crimea? ¿Qué hacer con el Donbás?) En Europa Occidental, por lo bajín, pese a muchas declaraciones oficiales, muchos consideran imposible conseguir que Crimea deje de pertenecer a la Federación Rusa (y tienen dudas sobre el Donbás). Es interesante que China pida evitar el uso de armas nucleares, y el viaje de Xi Jinping a Moscú puede haber servido para reducir esta posibilidad, pese al anuncio de Putin de desplegar vectores tácticos en Bielorrusia. Pero no es un plan, y Xi lo debe saber, sino una base sobre la que, quizá, poder construir un plan. Tampoco lo es el así llamado plan en 10 puntos que Zelenski presentó en diciembre, que Sánchez dijo haber defendido ante Xi. Son principios.

En todo caso, no se puede rechazar de plano el plan chino, como se ha hecho desde Washington y desde varias capitales europeas, sin ofrecer una alternativa, salvo la de más guerra. Hasta Zelenski ha entendido que ha de hablar con Xi. Sánchez sí consideró que en el planteamiento chino hay puntos “muy relevantes” (como el nuclear). Pese a las declaraciones oficiales en sentido contrario –Sánchez habló de una unidad “clara y rotunda”–, algunos gobiernos europeos están convencidos de que Ucrania no puede ganar esta guerra, y así se lo habrían comunicado privadamente al presidente Zelenski, según una información de febrero de The Wall Street Journal. Aunque China sola quizá no sea la mejor mediadora.

Hay que pensar en un horizonte más lejano, en sí y para facilitar que se despeje el horizonte más cercano, en una nueva arquitectura europea que, si las condiciones se dan, incluya a Rusia. A juzgar por la nueva doctrina rusa de política exterior para hacer frente a lo que llama “amenazas existenciales” (incluido Estados Unidos), que describe a Rusia como un “Estado-civilización distintivo” con una “misión histórica única”, no se dan esas condiciones. Para lograr llegar a los nuevos horizontes constructivos, Occidente, y la propia Ucrania, deben dirigirse más a la opinión pública rusa, empezando por los numerosos rusos que han huido del país.

Hay que comprender que los ciudadanos rusos ven la OTAN como un diablo que se ha ido aproximando a sus fronteras. EE UU acaba de inaugurar en Poznan su primera base militar permanente en Polonia, la primera en el flanco oriental de la Alianza, que albergará el cuartel general del V Cuerpo de Ejército, y Polonia está poniendo en pie la mayor fuerza terrestre de Europa para hacer frente a Rusia. Incluso en 2005, tras las ampliaciones de la Alianza antes de la anexión rusa de Crimea y de la actual guerra –cuando en Rusia se hablaba poco de la OTAN– algunas encuestas, entre ellas una de la propia organización, indicaban que un 57% de los rusos tenía una visión negativa de la Alianza, que consideraban que actuaba a las órdenes de EE UU, y solo un 27% positiva. Hoy, peor. También la opinión pública en la UE recela, comprensiblemente, mucho más de Rusia, según un estudio de octubre de 2022 de Eurobarómetro.

No se trata aquí aún de perfilar todos los detalles de esa nueva arquitectura paneuropea, sino de pedir que los gobiernos se pongan a trabajar sobre ello. Algunos ya lo están haciendo El canciller alemán, Olaf Scholz, habló recientemente de que Rusia tenía que “volver al redil” tras la guerra de Ucrania y reanudar las relaciones comerciales normales con Occidente. El presidente francés, Emmanuel Macron, viene diciendo, a la vez, que desea la derrota de Moscú, pero que hay que pensar en una nueva arquitectura de seguridad que establezca “garantías para Rusia”, lo que no es bien recibido por algunos de sus socios, ni, claro, por Kiev. “Necesitaremos un marco que dé transparencia y previsibilidad a los acontecimientos” en Europa, según Macron, quien desea ver “una estructura para la resolución de conflictos en el continente”. Como indicaba en noviembre de 2022 un interesante análisis de Stefan Meister publicado en Carnegie Europe, “a Europa le interesa un cierto nivel de integración financiera y tecnológica con Rusia” para mantener una cierta capacidad de “influencia e información.”

Una nueva arquitectura de seguridad exigirá, para que Rusia la acepte, que Ucrania no entre en la OTAN. El premio de consolación para Ucrania sería, tras reformarse internamente en profundidad, entrar en la UE, incluso con una participación política previa, y garantías de seguridad. La Unión tiene, como la OTAN (art. 5) una cláusula de seguridad mutua o de solidaridad en el art. 42.7 del Tratado de la Unión Europea. Esta cláusula establece que, si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros tienen la obligación de prestarle ayuda y asistencia por todos los medios a su alcance, de conformidad con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Pero a diferencia de la OTAN, carece de pegada, de organización eficaz para llevarla a cabo. Por ello, Kiev querrá un acuerdo bilateral con Washington.

En este horizonte se han crear medidas que generen confianza, garantizar límites en los despliegues militares, acordar desnuclearizaciones. Se podría plantear que Rusia, otra Rusia, cooperase. Incluso crear un gran mercado de Lisboa a Vladivostok, sin por ello volver a caer en la dependencia energética, en gas y petróleo, que va además contra los planes verdes de Europa. Desde la tribuna de la ONU en 1988, Mijaíl Gorbachov llamó a construir una “casa común europea”. Un nuevo espacio común paneuropeo requeriría, como poco, unos pilares y un tejado.

En el pasado, muchos acuerdos funcionaron, desde el acta final de Helsinki, el acuerdo “cero-cero” sobre misiles de alcance intermedio, el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (CFE), o el Acta Fundacional y el Consejo OTAN-Rusia, entre otros. No se trata de resucitar este conjunto, sino de entretejer una nueva red de intereses compartidos que generen estabilidad. Por orden, pero con perspectivas. Primero la paz –a la coreana, a la austriaca o seguramente con una nueva fórmula–, pero algo más, mucho más. Como señala Henry Kissinger, “al final hay que encontrar un lugar para Ucrania y un lugar para Rusia, si no queremos que Rusia se convierta en un puesto avanzado de China en Europa”.

Desbrozar estos futuribles requeriría cinco condiciones:

La primera es lo que quiera Ucrania, como repite un dirigente occidental tras otro. La actitud resistente de Zelenski y los ciudadanos ucranianos está siendo fundamental. Pero no nos equivoquemos, quién decide realmente son los occidentales, y entre estos, EE UU en primer lugar, y el eje Washington-Londres-Polonia-Bálticos.

Luego están los rusos. Para la paz, la cuestión de levantar las sanciones económicas será esencial para Rusia. Así como la de cómo financiar las reparaciones por las muertes y destrucción causadas a Ucrania. Para el horizonte a más largo plazo, también. A ambos países –Ucrania y Rusia– habrá que atraerles, de forma desigual hacia una Europa y un mundo que no serán perfectos para ellos, pero sí mejor que el horror actual y vivir, todos, por siempre, bajo el miedo, bajo un nuevo miedo.

En tercer lugar, convencer a EU, que está dirigiendo una política para dejar a Rusia debilitada. Nuevos acuerdos de control de armentos, no solo nucleares, podrían interesar a Washington. Tampoco EU es respecto a la guerra de Ucrania un monolito. Una parte del Partido Republicano (Donald Trump, Ron DeSantis), está en contra de la política de Joe Biden hacia esta guerra.

Cuarta condición será lograr una posición conjunta por parte de una UE profundamente dividida, pese a las apariencias. El citado eje dirigido por Polonia y esa potencia aún europea que es EU está dirigiendo más la política europea que París y Berlín. Lo que afecta a España. Catalizar esta visión común debe ser uno de los objetivos políticos de la próxima presidencia española del Consejo de la UE.

Lo que incluye la política hacia China, quinta condición, una política más razonable y autónoma de la que ha planteado Washington (y en esto sí hay consenso interno en EU). La guerra ha impulsado una dependencia de Rusia hacia China que EU siempre trató de evitar. Ahora bien, el orden europeo dependerá mucho del nuevo orden mundial que se vaya creando, que habrá de acomodar algunos intereses legítimos chinos (tema central que desarrollaremos en otra ocasión) y gestionar la competencia entre las dos superpotencias, que es una realidad. Aunque históricamente, los recelos han sido mutuos, la de Rusia y China se ha convertido en “la alianza no declarada más importante del mundo”, como la define Graham Allison, el autor de La trampa de Tucídides (en la que pueden caer EU y China). Occidente, y sobre todo Europa, no debe buscar romper directamente esta alianza, sino hacerse más atractivo para Rusia, y llegar a entendimientos con esa China que es a la vez “socia, competidora y rival sistémico”.

Difícil. ¿Ingenuo? Quizá. Como apuntara el gran sociólogo alemán Max Weber, “hay que intentar lo imposible para lograr lo posible”. La alternativa es un mundo mucho peor y peligroso.
 



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