Ciencia y Tecnología

En el fracaso o en el éxito, SpaceX es un aviso para Europa 

2023-05-26

El programa espacial chino también aspira a competir en eficiencia de costes y a aumentar la...

Francesco Nicoli y Giuseppe Porcaro | Política Exterior

Europa va a la zaga en el sector espacial, un ámbito con inestimables ramificaciones para la economía y seguridad. El percance del Starship abre una estrecha ventana de oportunidad para que Bruselas busque su autonomía estratégica, la innovación y la eficiencia en materia espacial.

El 20 de abril, un prototipo de cohete orbital, Starship, construido y operado por SpaceX, de Elon Musk, alcanzó una altitud de 39 kilómetros antes de explotar. Aunque es posible que algunos en Bruselas, París o Pekín hayan experimentado cierto grado de satisfacción ante la frustrada prueba de lanzamiento y los retrasos que provocará, el contratiempo solo ha dado a los competidores un tiempo limitado para ponerse al día. Los dos próximos vehículos de prueba de SpaceX ya están preparados y las modificaciones de la infraestructura terrestre de la empresa están en marcha. Europa no puede permitirse quedarse de brazos cruzados mientras SpaceX sigue innovando y mejorando.

Si el Starship llega a estar operativo, será uno de los mayores cohetes orbitales jamás construidos, capaz de poner en órbita sus cargas por una fracción de los costes actuales. Está diseñado para ser totalmente reutilizable, una hazaña que hasta ahora se le ha escapado a cualquier otro diseño de cohete, incluido el ya retirado transbordador espacial. El proyecto es objeto de división, con un diseño, viabilidad económica e impacto medioambiental criticados por algunos observadores. La Administración Federal de Aviación estadounidense suspendió la licencia de lanzamiento del Starship tras la explosión del 20 de abril, a la espera de una revisión de seguridad y control medioambiental que podría durar meses.

No obstante, la industria y los responsables políticos europeos deberían empezar a planificar una nueva era en el espacio. La principal limitación es el coste. A principios de la década de 2010, el coste de poner un kilogramo del transbordador espacial en sus últimos años en órbita terrestre baja oscilaba entre los 18,000 dólares, el Ariane 5 europeo entre los 9,000 dólares y el Protón ruso entre los 5,000 (el cual ya no está disponible para los operadores europeos debido a la guerra en Ucrania).

SpaceX, con sus sólidos contratos a largo plazo, especialmente con la NASA, ya ha recortado sustancialmente el coste. Su Falcon 9 permite el acceso por tan sólo 2,700 $/kg, mientras que el Falcon Heavy lo reduce aún más hasta unos 1,400 $/kg.

Starship, con una carga útil de hasta 150 toneladas, podría rebajar estas cifras drásticamente. Si SpaceX sigue siendo un actor dominante, tendría vía libre para fijar los precios y maximizar los beneficios.

El mercado de los lanzamientos es cada vez más competitivo, pero la mayoría de los nuevos participantes no son europeos. Blue Origin, una empresa privada propiedad del fundador de Amazon, Jeff Bezos, está desarrollando un cohete llamado New Glenn, que afirma que será uno de los vehículos de lanzamiento más asequibles disponibles. El programa espacial chino también aspira a competir en eficiencia de costes y a aumentar la frecuencia de los lanzamientos desde plataformas móviles y marítimas.

Por tanto, independientemente de los contratiempos a corto plazo de SpaceX, la Unión Europea tiene que actuar ahora o asumir que se quedará atrás. Bruselas cuenta con varios proyectos e iniciativas espaciales, como el sistema de navegación por satélite Galileo y el programa de observación de Copernicus Earth. Se está desarrollando el lanzador Ariane 6, que ofrece un precio estimado de 7,200 $/kg para llegar a la órbita terrestre baja, más caro que las alternativas ya existentes de SpaceX. Aunque los operadores europeos de cargas comerciales podrían beneficiarse del acceso a un mercado estadounidense de transporte espacial más barato, depender en exceso de EU coloca a la Unión en una posición vulnerable.

Las implicaciones van mucho más allá del ámbito comercial. Starship podría garantizar potencialmente el acceso exclusivo al espacio a los militares estadounidenses por una mínima parte del coste actual, revolucionando el papel que desempeña el ámbito espacial en la defensa. La nueva economía del sector espacial significa que, incluso para el poder militar, el problema ya no es simplemente tener la capacidad de poner un satélite en órbita, o de derribar un satélite hostil. Cuando el lanzamiento de un nuevo satélite cueste muchas veces menos que el misil antisatélite que acabe derribándolo, aquellos que dispongan de las capacidades de lanzamiento más baratas y fiables disfrutarán de una gran ventaja estratégica.

Europa no tiene esperanzas de igualar ese rendimiento por ahora, y no hay soluciones rápidas. En primer lugar, en materia de investigación y desarrollo, Europa debe dar prioridad a la inversión en reutilización y en un acceso al espacio competitivo en costes. En segundo lugar, la UE debe estar dispuesta a asumir más riesgos y aumentar la financiación global de los sectores público y privado para los viajes espaciales. En tercer lugar, deben incrementarse los contratos a largo plazo de las agencias espaciales públicas y de la UE, con flujos separados para los nuevos actores y los ya establecidos. Por último, Europa debe seguir aprovechando sus puntos fuertes, incluidos los componentes espaciales, los instrumentos y la fabricación de satélites.

El percance del Starship abre una estrecha ventana de oportunidad para que Europa empiece a subir el ritmo de la competición. Dada la atención prestada a la autonomía estratégica y a la seguridad económica, es hora de que la UE reevalúe sus objetivos y enfoques también en materia espacial.
 



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