Diagnóstico Económico

Europa corre, corre y se queda rezagada 

2023-09-20

Angela Merkel salvó el euro, lo cual no es poco, pero a costa de empobrecer Europa, Alemania...

Andrés Ortega | Política Exterior

Antes de la gran recesión, la economía de la UE era equivalente a la de EU. Hoy es la mitad, pese a sus esfuerzos y auténticas transformaciones. Los ciudadanos medios europeos se han empobrecido, y el Viejo Continente es más dependiente de Washington.

En los últimos tiempos la Unión Europea ha hecho grandes avances, tanto que la presidenta de la Comisión Europea, en su último discurso sobre el estado de la Unión, no ha dudado en hablar de una legislatura “transformadora”, hacia adentro y hacia afuera. Pero por mucho que haya corrido, y lo ha hecho, se ha quedado atrás. Su retraso y dependencia de EU –en economía, en tecnología, en seguridad, en energía, en cultura– ha aumentado. En un nuevo mundo, y pese a que sean muchos los que quieran venir a vivir aquí o, como Ucrania u otros, ingresar en este club de elite, Europa –llamémosla así– no es una potencia. Si acaso, un modelo, no exportable, y que necesita hacer mucho más pues está inmersa en una plena transformación del mundo.

En 2008 la economía de la UE era más o menos equivalente a la de Estados Unidos. Hoy, la de EU es el doble de grande que la de la UE. Europa no ha sabido gestionar la que fue para ella la larga crisis que empezó, en Wall Street en 2008. En la recuperación el ciudadano medio estadounidense se ha enriquecido, mientras el europeo se ha empobrecido. La propia secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, lo dice abiertamente: “»A la mayor parte de Europa le va peor que a Estados Unidos”.

Angela Merkel salvó el euro, lo cual no es poco, pero a costa de empobrecer Europa, Alemania incluida. Después, afortunadamente, ha cambiado la visión de Berlín y de Bruselas. Con la adquisición coordinada de vacunas, por ejemplo (pero poca ayuda al Sur), o con los fondos NextGeneration, difíciles de repetir, pero que, junto las ayudas e inversiones nacionales, ponen un punto final al neoliberalismo tal como lo conocíamos, con una nueva política industrial, antes tan denodada, en la que la UE y sus Estados fuertes hacen ahora hincapié levantando los límites a las ayudas públicas. Se mantiene como potencia comercial. Y mira más hacia fuera con su programa Global Gateway para hacer competencia a la Franja y la Ruta china. Se ha coordinado para enviar armas a Ucrania, a veces con permiso de EU pues se trata de armas estadounidenses. Hay, sin embargo, profundas divisiones en la UE que acabarán estallando, ante un conflicto en el que, hasta que llegue el momento de la reconstrucción, la OTAN ha resurgido como la organización dominante en Europa en materia de seguridad. Por no hablar de la falta de reflexión sobre cómo recuperar, aunque solo sea en parte, a Rusia, a otra Rusia, o sobre cómo se perdió Rusia.

Europa no ha sabido aprovechar la pandemia del COVID19 y la guerra de Ucrania, con la que EU se ha situado como un gran exportador de gas, petróleo, y de armamento. Si a ello sumamos los avances en microchips y en Inteligencia Artificial, el resultado es que hoy la UE es más dependiente de Estados Unidos que antes, por mucho que aspire a una soberanía estratégica “abierta”.

Europa, a pesar de algunas importantes transformaciones internas, se ha quedado atrás. Los importantes planes industriales europeos, incluso añadiendo los nacionales, se han quedado cortos frente al chorro de dinero público que ha metido en la economía estadounidense el Inflation Reduction Act. La guerra de los subsidios la está ganando Washington sobre Bruselas. Sin contar en esta ecuación a una China que, pese a sus actuales problemas, sigue creciendo en casi todo, aunque menos que antes, y ante la cual la UE pena para, a la vez, reducir sus riesgos (derisking) y preservar su comercio. El juego del dominio de la decisiva Inteligencia Artificial –se está viendo con la generativa, dominada por empresas estadounidenses– es esencialmente entre dos, EU y China, que está también en ello. Europa, pese a sus programas, es un tercero distante, lo que no está mal, pero indica que no está entre los que deciden la carrera. Eso sí, regula, pero esta no es una fuerza de poder real, sino de valores, importantes, sin duda.

Incluso estos valores están en entredicho de dos formas. Por una parte, la Europa de Melloni y de Órban –también la de Vox y la de Le Pen– que va hacia menos soberanía y supranacionalidad europeas y más hacia una recuperación de las soberanías nacionales.

La segunda es lo que Hans Kundnani, autor de Eurowhiteness (Euroblancura) llama la  “falacia del eurocentrismo”, en su crítica al supuesto cosmopolitismo europeo, tras el que late una “amnesia imperial”. Amnesia de los europeos (y de muchos de sus museos), no de los pueblos colonizados que alzan su voz y sus reclamaciones ante sus antiguos colonizadores. Ya no solo no nos hacen caso, sino que nos piden que reconozcamos los errores y delitos del pasado. Pretendemos darles lecciones al resto del mundo, mientras China les construye infraestructuras o Rusia les aporta mercenarios de Wagner o lo que suceda a este instrumento del Kremlin. A cambio, unos y otros, de materias primas y de mercado. Lo hemos visto en Níger, suministrador de un 30% del uranio que usa la muy atómica Francia. Europa ha abandonado toda esta parte central y pobre que cruza África, la del Sahel, donde se cultiva el terrorismo yihadista y por donde pasa mucha inmigración que los europeos no quieren. Sin caer en un neocolonialismo trasnochado, ante Níger (y antes Mali y ahora Gabón, casos todos diferentes), Europa, y muy especialmente Francia, han hecho gala de una inteligencia estratégica nula, incluida la ayuda económica europea, superada por la de China. “Níger es un drama espantoso para Macron, una humillación”, señala el estudioso francés Bertrand Badie. Washington, ha conservado al menos una cierta, muy disminuida, capacidad de interlocución con los golpistas de Níger. ¿Pero es realmente ésta la Europa que aspira a ser una potencia mundial?

Todo esto puede sonar a europesimismo, que no euroescepticismo. En mayo hay elecciones al Parlamento Europeo. Será una buena ocasión para debatir, partiendo de las realidades, sobre lo que quiere y puede ser Europa –con Biden, Trump u otro en la Casa Blanca–, y los esfuerzos que hay que hacer para lograrlo. La UE tiene grandes planes de ampliación y de otras cosas, pero mal explicados y con medios insuficientes. Nos va en ello el futuro de la UE, el continental, el global e incluso el meramente español. No ya porque España sea el problema y Europa la solución, sino porque si Europa va mal, España irá mal.



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