Vidas Ejemplares
Mi vocación es el amor
Autor: Juan del Carmelo
Esta es la exclamación, de una joven monja del Carmelo Teresiano, llamada Sor Teresa del niño Jesús y de la Santa Faz, hoy en día Santa Teresa de Lisieux. Durante su infancia siempre destacó por su gran capacidad para ser especialmente consecuente entre las cosas que creía o afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en cualquier campo. A los 15 años quiso entrar en el Carmelo pero por su edad no se lo permitieron y se fue a Roma en busca de una autorización que consiguió. Nació el 2 de enero de 1873, en Alençon (Francia), siendo la hija menor de cinco hermanos, sus padres ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos venerables. Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió, y se truncó bruscamente la felicidad de su infancia, a los 23 años enfermó de tuberculosis y murió en su convento en el Carmelo de Lisieux.
Durante su corta vida, Santa Teresita, pues así se la llamaba cariñosamente dada su pequeñez, no sobresalió por encima de las otras monjas del convento de carmelitas en Lisieux. Pero inmediatamente después de su muerte, muchos milagros y favores fueron concedidos a través de su intercesión. "Después de mi muerte dejaré caer una lluvia de rosas". "Pasaré mi Cielo haciendo bien sobre la tierra". San Pio X la canonizó en 1925, Santa Teresa de Liseux, jamás en su vida había pisado una aula de docencia espiritual, pero la gracia divina la había penetrado en su mente de tal forma, que todos sus escritos son perfectos en cuento a la doctrina de la Iglesia católica y San Juan Pablo II, ante unos 70 mil fieles, ante 16 cardenales y numerosos obispos, ante una delegación oficial francesa, ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, declaraba en 1997 doctora de la Iglesia universal a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Y es que el conocimiento de Dio Dios y de su voluntad, se conoce y aprende mejor más directamente, amándole a Él, porque la luz divina el Señor la regala gratis a sus amaores.
En relación a la vida espiritual el mérito, particular de Santa Teresa de Lisieux, lo que caracteriza su forma de ser, es haber sabido mostrar a plena luz una verdad: la mortificación ejercida en las cosas pequeñas, incluso en las más insignificantes, resulta más humillante y no menos mortificante que la practicada con grandes e ingeniosos dolores físicos voluntarios.
Escribía Santa Teresa de Lisieux diciendo: "Siempre he deseado, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan". Y como ella no se consideraba por si sola, capaz de conseguir la ascesis a la santidad por un áspero camino quería encontrar un medio más adecuado a sus posibilidades: "Soy un alma muy pequeña, que sólo puede ofrecer cosas muy pequeñas a Nuestro Señor," dijo en una ocasión: "pero quiero buscar un camino nuevo hacia el cielo, muy corto, muy recto, un pequeño sendero. Estamos en la era de los inventos. Me gustaría encontrar un elevador para ascender hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir los empinados escalones de la perfección. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección".
Frente a quienes construyen caminos tachonados de perfección y actos heroicos, de vencimientos, de manos llenas con las que justificarse ante Dios, Santa Teresa de Lisieux nos propone una inversión que nos sitúa en la realidad: colocar ante el Padre nuestra pobreza, nuestra humildad, la vida pequeña de cada día y presentársela no como mérito sino como amor, por agradecimiento por una existencia ya salvada por Jesús.
J. Martinez Gonzales escribe diciendo: Santa Teresa de Lisieux, rechaza el valor de los padecimientos como algo que podamos o tengamos que presentar a Dios; para ella el Evangelio no es una religión basada el dolor o en el sufrimiento: aunque intente dar un sentido al mal o al dolor. El Dios gestado por Santa Teresa de Lisieux, es un Dios madre, lleno de ternura y misericordia, de rostro amoroso sonriente.
Jean Lafrance capta perfectamente el espíritu de la Santa de Lisieux y nos dice: "La intuición genial de Teresa ha sido descubrir el rostro más profundo y más misterioso de Dios, el de su Misericordia, que Jesús ha venido a revelarnos a la tierra". "Teresa ha comprendido maravillosamente que Dios esperaba de ella la fe en la Misericordia y no en el sacrificio. Y a lo largo de los manuscritos no hará más que cantar las misericordias del Señor para con ella. Pero hay algo original en Teresa ; "Es que en ella no se llega al amor por el espíritu de sacrificio, sino que se llega al espíritu de sacrificio por el amor".
Biela Slawomir escribe diciendo que: "Para Teresa de Lisieux la santidad consiste, no en ciertas prácticas, sino en "una disposición del corazón que nos vuelve humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre". En la espiritualidad moderna, el amor a Dios le ha ganado terreno al santo temor a Él. Santa Teresa de Lisieux, es la gran abanderada de esta corriente.
Tal como nos dice el teólogo Royo Marín O.P. que a pesar de lo ya expuesto: "No olvidemos nunca que ella, supo ver en el sufrimiento un manantial inagotable de goces y alegrías, porque por él podía manifestarle a Dios su inmenso amor, hasta el punto que pudo escribir esta sublimes y heroicas palabras: "He llegado a no poder sufrir, porque me es dulce todo padecimiento por amor a Dios". Imposible llegar a un mayor refinamiento en el amor a Dios".
Todavía hoy, después del mensaje de la gran santa de Lisieux está arraigadísima entre el pueblo sencillo, y aún entre muchas personas consagradas a su santificación personal, la idea, enteramente equivocada, de que para llegar a la cumbre de la santidad es menester entregarse a las grandes penitencias y maceraciones que leemos en las vidas de muchos santos.
JMRS