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La inseguridad alimentaria que se avecina
Por Kattya Cascante | Política Exterior
La inseguridad alimentaria no hace más que aumentar, incluso antes de la pandemia y la guerra de Ucrania. La subida de precios de los alimentos explica la paradoja de un mayor número de hambrientos pese a la mayor producción mundial agrícola y ganadera.
En este año, la subida registrada por los precios de los alimentos, además de alta, ha sido brusca y repentina. El margen de reacción ante este tipo de subidas, para los sectores más vulnerables de la población, tanto de las economías más industrializadas como de aquellos países en desarrollo, es muy estrecho. Hoy en día, 2,300 millones de personas, casi un 30% de la población mundial, están en el límite de una situación de inseguridad alimentaria moderada o grave. De éstas, 924 millones de personas (el 11,7%) se encuentra en niveles graves y viven, principalmente en países de África (28%), Asia (13,5%) y de América Latina y el Caribe (8,5%), de acuerdo a los más recientes datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)..
Desde que en 2015 se aprobara la Agenda 2030 y el Objetivo de Desarrollo Sostenible de Hambre Cero, por el que Naciones Unidas anunciaba la erradicación del hambre en el mundo para 2030, el número de hambrientos en el mundo ha aumentado en más de 200 millones. Esto se debe a que, durante ese tiempo, el precio promedio de los alimentos básicos aumentó un 22,2% a pesar de registrarse un incremento de la producción alimentaria de un 1,2%. Esto sitúa el problema de la malnutrición en el lado de la restricción del acceso a los alimentos seguros, saludables y sostenibles, pero no de la escasez.
Aunque es indiscutible que la capacidad de producir y obtener alimentos se ha visto mermada en los últimos años debido a múltiples factores, la producción de alimentos no ha dejado de crecer. Desde que la crisis de 2008 pusiera en evidencia el abandono de la agricultura en las economías en desarrollo, los principales donantes y economías emergentes han impulsado la inversión y el apoyo al sector. En algunas regiones, esta producción también ha mejorado debido a las condiciones climáticas favorables, y la mejora de las técnicas de producción debido al uso de fertilizantes y semillas modificadas.
Un problema de acceso
En 2023, según la FAO, la producción mundial estimada de cereales aumentará un 1%, alcanzando los 2.813 millones de toneladas. La producción de trigo, pese a la invasión rusa de Ucrania, aumentará un 1,8%, la de maíz un 0,6% y la de arroz un 0,2%. Lo mismo ocurre con la producción mundial de carne que tendrá un aumento del 1,5%, siendo la carne de cerdo la que alcance el mayor crecimiento, un 2,5%, seguida por las de aves de corral, con un 2%. También se espera que aumente la producción mundial de leche, en un 1%.
«El margen de reacción ante estas subidas para los sectores más vulnerables es muy estrecho»
Sin embargo, este crecimiento no es uniforme. En algunas regiones, como África, la producción ha disminuido debido a la sequía y otros factores climáticos adversos. En otras regiones, como Asia, la producción ha aumentado, pero no lo suficiente para satisfacer la creciente demanda.
En estas regiones, para afrontar esta situación, resulta determinante considerar las condiciones socioeconómicas de la pobreza, la desigualdad y la discriminación, donde la pandemia de la Covid ha hecho estragos. Si la disponibilidad de acceso a los alimentos era ya suficientemente restringida, el aumento de los precios de la energía y la interrupción del suministro de cereales provocada por la guerra en Ucrania, han llevado esta situación al límite. El aumento de los precios de los alimentos ha tenido un impacto negativo en la seguridad alimentaria mundial. Ha dificultado que las personas más pobres puedan acceder a los alimentos seguros y nutritivos.
¿Por qué suben los precios?
Algunos factores de la subida de precios son los mismos que ya se encontraban como causantes de la crisis alimentaria de 1973. La interconexión entre factores a medio plazo, como la subida de precios de la energía (petróleo fundamentalmente) y ajustes de las inversiones en cartera de los productos básicos, se unen a elementos que influyen a largo plazo, el crecimiento de la demanda y la lenta respuesta de la oferta de producción agrícola y, a corto plazo, las inclemencias climáticas y los derrumbes de algunos mercados. Hay multitud de factores que intervienen directa e indirectamente en la subida de los precios de los alimentos.
En lo que respecta a los cereales, no pueden generalizarse los factores que influyen en la formación de los precios. Por un lado, está el dominio del mercado de grano estadounidense, cuyo grado de competitividad y eficiencia marca el precio en el mercado internacional, salvo el arroz que, al ser un producto de cultivo y consumo asiático, no tiene el mismo comportamiento. De hecho, el Gobierno de la India, el mayor exportador mundial de arroz, anunció el mes de julio la prohibición de las exportaciones de arroz para contener la subida de los precios a nivel nacional. El arroz blanco ha aumentado de precio en el último año un 11,5% en un año y tan solo en el mes de junio, un 3%. Esta decisión añade presión sobre el suministro de alimentos y, se suma a la retirada de Rusia del acuerdo que garantizaba el paso seguro de los cereales procedentes de Ucrania.
Por otro lado, deben considerarse aspectos específicos de los alimentos. La escasa elasticidad de la oferta que se reduce al someterse a una cosecha anual en ciertos cultivos con precios determinados en función de reservas decrecientes. Pero también de la demanda que se torna rígida frente a unos países que, debido a sus bajos ingresos, no pueden centrar su consumo sobre otros alimentos que no sean los cereales.
Este sería el caso de países como Egipto, la segunda economía más importante de África. Cada egipcio consume 180 kg. de trigo cada año, 100 kg. más que la media mundial, por lo que la subida del precio tiene graves consecuencias sobre su dieta, pero también sobre la estabilidad política. Egipto es el mayor importador de trigo del mundo y sus proveedores son Rusia (70%) y Ucrania (20%). Una situación compleja si se tiene en cuenta que la inflación llegó casi al 15% en abril de 2022 y las arcas públicas, que durante la crisis de 2008 subsidiaron la canasta básica para reducir el impacto de la subida sobre millones de familias, soporta una devaluación de la libra egipcia de más de un 17%.
Reservas y especulación
Lo cierto es que las reservas alimentarias y la especulación financiera se retroalimentan en la subida de los precios. Una causalidad bidireccional que comparte con las reservas mundiales de producción de cereales con la que mantiene dependencias singulares. Los agentes financieros utilizan las reservas cuando son bajas, para formar sus expectativas de precios en los mercados a futuro. Los mercados a futuro no reflejan la situación real de oferta y demanda en los mercados agrícolas y sus precios no convergen con los del mercado al contado, ni proporcionan una cobertura efectiva contra las fluctuaciones.
La falta de convergencia en los precios y la alta volatilidad hacen que los mercados de futuros sobre materias primas agrícolas sean poco fiables en cuanto a la estimación de los precios y de poca utilidad en la gestión de riesgo para productores y consumidores. Países como China e India, durante la crisis financiera de 2008, prohibieron la comercialización de futuros en productos como el arroz siendo una de las razones por las que su precio se mantuvo, a diferencia de productos como el maíz y el trigo que, además soportan un descenso en sus “graneros mundiales” de Rusia y Australia.
«Las reservas alimentarias y la especulación financiera se retroalimentan en la subida de los precios»
La especulación excesiva provoca distorsiones graves en los mercados encareciendo los precios de los alimentos, efecto que se amplifica a su vez por el “pánico” que provoca en los mercados agrícolas el clima extremo o los desastres naturales causados por el cambio climático o conflictos como la guerra de Ucrania. Cuando Rusia invadió Ucrania, el 24 de febrero de 2022, algunos operadores prefirieron no vender inmediatamente esperando a que los precios del trigo subieran, mientras que los compradores buscaban comprar lo más posible adelantándose a una reducción de la oferta. Este fue el verdadero motivo por el que el precio del trigo alcanzó un máximo histórico de 432,25 dólares por tonelada en marzo de 2022.
La crisis financiera de 2008 permitió colocar los alimentos como activos financieros a pesar de estar reconocidos como insumos garantes de la seguridad alimentaria y, por lo tanto, excluidos de los intereses de los grandes poderes económicos. Sin embargo, a través de los tratados de libre comercio, los poderes financieros consiguieron sortear dichos obstáculos en los países en desarrollo. La desregulación del sistema financiero permitió ampliar las repercusiones de los movimientos de la oferta y la demanda en los productos alimentarios básicos controlados, primordialmente, a través del proteccionismo agrario de Estados Unidos y la UE.
La tierra para quien la especula
Esto hace que los inversores ya no se conformen con los mercados de futuro y expandan su negocio a través de otras estrategias como la compra de tierras cultivables, insumos e infraestructura. Según la FAO, el 40% de las tierras agrícolas del mundo están en manos de grandes propietarios que tienen como objetivo la especulación. Tanto si se centran en cultivos rentables como la soja transgénica como si rentan las tierras para que no se cultiven e influir sobre los precios, al reducir la oferta agrícola los efectos son notables en términos de inseguridad alimentaria.
Este tipo de comportamiento tiene efectos muy particulares sobre las tierras de los países de África y América Latina, donde hay grandes extensiones y apenas existen limitaciones para el arrendamiento o compra de la tierra. Los pequeños agricultores además de soportar la pobreza crónica de las zonas rurales son expulsados de sus tierras o ven limitado el acceso a los recursos para cultivarlas. El efecto es devastador sobre las mujeres agricultoras de estos países. América Latina se ha convertido en el principal destino para comprar, arrendar y administrar tierras agrícolas con fines de lucro. Las tierras en Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay están entre los activos más preciados en el nuevo mercado global de terrenos agrícolas que ha surgido de la subida en los precios de las materias primas.
Si los precios de las materias primas se mantienen altos, la compra de tierras agrícolas sería la forma más directa de lucrarse con los cultivos y de aprovechar la revalorización, a largo plazo, de los terrenos agrícolas. A corto plazo, parece que el precio de las materias primas en general depende en gran medida del ritmo y la firmeza de la recuperación mundial más que de las tensiones propias entre producción y consumo de cereales. Sin embargo, a largo plazo se trata de regular en concreto la compra masiva de cosechas futuras de los cultivos de grano (cereales) y evitar que los países exportadores retraigan la oferta en función de intereses propios, produciendo un encarecimiento en las importaciones de los productos básicos de la dieta muy limitada de algunos países.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
El punto de partida señala a la crisis de 1973 y las decisiones de política internacional que se tomaron para salir de ella. Esta crisis fue la palanca que permitió la configuración de una estructura de globalización neoliberal, anunciada por una restructuración posfordista de la producción y la transnacionalización de las finanzas. Los cambios tecnológicos y en la organización económica se sucedieron al tiempo que se incrementó la productividad y se dio un mayor despliegue de capital. Se consolidó un sistema alimentario mundial basado en un orden internacional volcado en el interés particular de los Estados agroexportadores, que adquirieron una posición dominante sobre las negociaciones comerciales, la lógica institucional que regulaba los alimentos y el sistema financiero que ha terminado por amplificar el problema.
Las relaciones comerciales han contribuido a debilitar la seguridad alimentaria de los países en desarrollo, los cuales no tienen control sobre los precios de los alimentos que consumen. Esto se debe a que, mientras se pedía a los países periféricos del continente asiático y africano, que abrieran los mercados y liberalizaran sus productos agropecuarios, los países agroexportadores como EU, Argentina, Canadá, Australia y la UE, con su Política Agrícola Común (PAC), reforzaban el proteccionismo sobre los suyos. Esto explica el protagonismo de los alimentos de estos países en los mercados locales de los países más empobrecidos.
En esta estrategia, la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha cobijado rondas de negociación donde se ha ido erosionando cada vez más la capacidad productiva y distributiva de los alimentos de los países en desarrollo. Este es el caso de la Ronda Uruguay (1986-94) que, bajo un enfoque de libre comercio y autosuficiencia alimentaria, y bajo la máxima de “integrar más plenamente el comercio de la agricultura en el sistema” no pareció, sin embargo, atender la consideración de los déficits alimentarios de los países en desarrollo. A pesar de considerar algunas excepciones vinculadas a un compromiso de liberalización menor para la agricultura y, compensaciones en caso volatilidad de precios, no se consideró para los países importadores de alimentos, el derecho de salvaguardar para proteger su seguridad alimentaria en caso de déficit de suministro de alimentos básicos.
Pobreza agravada
Entre los años 1990 y 2005, según la FAO, las importaciones en África subsahariana aumentaron de 4,7 a 11,4 millones de toneladas de arroz y de 4,6 a 14,5 millones de toneladas de trigo. Este incremento incidió sobre las cotizaciones diarias de los precios que se adoptaban en los contratos de comercio de granos y éstos, a su vez, sobre los precios de los alimentos nacionales de otros continentes desembocando en una deflación en la economía especulativa (disminución del precio de los activos en Bolsa y de los inmobiliarios), mientras aumentaba la inflación de la economía real. Las bolsas de estos países se desplomaron aún más precipitadamente debido a la falta de confianza sobre sus divisas. Esto agravó la situación de pobreza que ya padecían los países africanos, al tiempo que se incrementaba su deuda y arrastraba a la economía real.
Las repercusiones fueron tan elevadas que incluso los precios en los mercados locales llegaron a ser más altos que los precios internacionales. El norte de África fue la región donde esta subida de precios tuvo mayor relevancia. En 2010, Túnez encabezó la primera revuelta de la “primavera árabe” vinculada al encarecimiento de los alimentos dada la correlación entre las manifestaciones en las calles y las variaciones del índice de precios de los alimentos. Al bajar los precios de los alimentos en 2009 y 2010 descendieron los conflictos para volver a activarse a finales de 2010 y principios de 2011 coincidiendo con un nuevo repunte de los precios de los alimentos. Durante 2008 se produjeron más de 60 disturbios diferentes en 30 países, con bajas humanas en al menos diez de ellos. Estas consecuencias de los acuerdos comerciales confirman una apertura prematura de los mercados, así como un papel desincentivador del comercio intra-regional y de la promoción de la diversificación productiva.
Para la mayoría de los países en desarrollo, la seguridad alimentaria ha pasado a ser sinónimo de dependencia creciente de las importaciones de alimentos, que no solo incrementaba su vulnerabilidad sobre la suficiencia, también sobre el equilibrio de su economía ecológica y financiera. Por todo ello, no estamos ante una nueva crisis alimentaria. Se trata de la deriva de un sistema agroalimentario basado en asimetrías que emergen ante la inestabilidad del contexto internacional, aunque cada vez con menor margen.
aranza
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