Vox Dei
«¿Elías debe venir primero?»
Llucià Pou Sabaté
Sábado de la 2ª semana de Adviento
"San Juan Bautista es el cumplimiento del anuncio de Elías, la llegada de Jesús Salvador"
Lecturas
Eclesiástico 48, 1-4.9-11
Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha. El atrajo sobre ellos el hambre, y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos! ¿quién puede jactarse de ser igual que tú? En torbellino de fuego fuiste arrebatado en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda.
Reflexión
Los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... -“El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha”. El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de la purificación última de los últimos tiempos. Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego la víctima para consumar la comunión con Dios.
“Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo. Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11). Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49). Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..." (Hch 2,3). ¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!
Elías fue arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos de fuego. -“Fuiste designado para el fin de los tiempos”. Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús. Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente. Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también nosotros poseeremos la verdadera vida. Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta.
Salmo 80,2-3,15-16,18-19
Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño; tú que estás sentado entre querubes, resplandece / ante Efraím, Benjamín y Manasés; ¡despierta tu poderío, y ven en nuestro auxilio! / ¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya, desde los cielos mira y ve, visita a esta viña, / cuídala, a ella, la que plantó tu diestra! / Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste. / Ya no volveremos a apartarnos de ti; nos darás vida y tu nombre invocaremos.
Reflexión
Pedimos al Señor en el salmo que nos “guíe como un rebaño; tú que estás sentado entre querubes, resplandece (...) ¡despierta tu poderío, y ven en nuestro auxilio!”, y nos proponemos: “Ya no volveremos a apartarnos de ti; nos darás vida y tu nombre invocaremos”. Dios no puede olvidarse de la obra de sus manos. Muchas veces nosotros hemos vivido lejos del Señor, pero Él, como un Padre amoroso y compasivo, siempre está dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero. Dios, por medio de su Hijo Encarnado, ha salido a nuestro encuentro con su amor misericordioso.
Evangelio, Mateo 17,10-13
«Elías vino ya, pero no le reconocieron,sino que hicieron con él cuanto quisieron»
Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
Reflexión
«Los hombres del mundo no reconocen a los hombres de Dios»
En aquel valle de Jericó, junto al Jordán, predicaba el Bautista, cerca del camino de caravanas que de Perea van hacia Jerusalén. Tiene cuerpo robusto, la piel curtida por el sol; cabellos largos. Resistente, parco en comer y hablar. Mirada profunda, exigente. Voz poderosa, que llega. Valiente, cumple su misión: "voz del que clama en el desierto." Sus discípulos preguntan a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: “Elías ya ha venido”, es Juan Bautista. Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al pueblo para el reino de Dios. San Juan Crisóstomo alaba así su tarea: «Es deber del buen servidor no sólo el de no defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino también el de rechazar los honores que quiera tributarle la multitud... San Juan dijo “quien viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y “Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y que había visto al Espíritu Santo descender en forma de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”...
«Juan, haciendo oficio de amigo, tomó la diestra de la esposa, al conciliarle con sus palabras las almas de los hombres. Y Él, tras haberles acogido, los ligó tan estrechamente a sí mismo que ya no regresaron a aquél que se los había confiado... [Jesús] lo llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su boda».
El bautismo es el punto final del Antiguo Testamento y el punto de partida del Nuevo. Tenía como promotor a Juan, el Bautista, ´porque entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista’ (Mt 11,11) Juan era el último de una serie de profetas, porque “todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan” (Mt 11,13) El inaugura la era mesiánica, tal como está escrito: ‘Comienza la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios... Apareció Juan el Bautista en el desierto... Juan bautizaba’ (cf Mc 1,1.4). (…) Todos los profetas eran admirables, pero ninguno es mayor que Juan el Bautista (…) en el claustro del seno materno saltó de gozo. Sin ver con los ojos de la carne, bajo la acción del Espíritu Santo, reconoció al Maestro. La grandeza del bautismo pedía un guía grande en el inicio de la nueva era” (San Cirilo de Jerusalén).
El bautismo, la iluminación, es el momento de la conversión, como San Agustín nos cuenta de su experiencia, de ese itinerario largo hasta acabar rendido ante la Verdad: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (San Agustín).
Siguiendo el hilo de esta exigente llamada del Maestro, podemos revisar nuestra vida con un examen de conciencia, hacer ese repaso al corazón, cada día es una página en blanco para escribir. "Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto" (S. Canals). La finalidad de ese examen es un conocimiento más profundo del estado de nuestra alma, y del conocimiento de la voluntad de Dios y de cómo vamos en cumplirla. Ahí nos preguntamos: “¿Dónde está mi corazón?” Ahí reconocemos detalles de vanidad, el buscar aplausos; quizás resentimientos y antipatías; sensualidad o rutina… pero todo ello no importa, si acaba con un acto de amor, de no dejarse llevar por el desánimo sino “arreglar” las faltas de amor con un acto de amor, recomenzar, volver a empezar… y por eso va bien terminar con un propósito. El examen nos predispone a tener un corazón nuevo, para preparar esos caminos del Señor como San Juan, del que decían: “¿Quién pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él" (Lc 1, 57-66). Señala la presencia de Jesús y proclama: “ése es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.
«Juan Bautista “desde el seno de la madre había sido consagrado por el Espíritu Santo. Jeremías había sido consagrado, pero no había profetizado en el seno de la madre. Sólo Juan Bautista, en el claustro del seno materno saltó de gozo. Sin ver con los ojos de la carne, bajo la acción del Espíritu Santo, reconoció al Maestro. La grandeza del bautismo pedía un guía grande en el inicio de la nueva era” (San Cirilo de Jerusalén, 313-350). Y con humildad no quiso brillo propio sino mostrar la luz del Señor. Tuvo la fortaleza de dar la vida. De él podemos aprender a quitar lo que nos aparta de Dios, pues la debilidad se transforma en fortaleza cuando se aparta la ocasión. Apartar significa con frecuencia huir de las ocasiones de enfriamiento, con pequeños sacrificios en el cumplimiento del deber, ofrecer esos actos de entregamiento por las intenciones que llevamos en el corazón. Rezamos en la oración colecta: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz».
JMRS