Vox Dei
"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?"
Marcos 3, 20-35
"¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?
En aquel tiempo Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: "Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los hecha fuera". Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Solo así podrá saquear la casa. Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno".
Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo. Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí afuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan". Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Reflexión
Por: Padre Nicolás Schwizer
¿No son los familiares los primeros en buscar desalentar e impedir que sigan por ese camino difícil y peligroso?
El Evangelista Marcos nos habla hoy de Cristo incomprendido por los demás. Incomprendido por sus parientes que lo consideran un exaltado, un loco. Incomprendido igualmente por los conductores del pueblo que lo acusan de ser un endemoniado. Con ello se manifiesta claramente la incapacidad de los hombres de entender el misterio de Cristo desde la base del “orden establecido”.
Marcos empieza señalando la conmoción que produce Jesús entre la gente. No bien vuelve a su casa, se juntan en grandes cantidades para escucharlo y lograr la curación de sus males. Ni para comer le dejan tiempo.
Esta situación no es del agrado de sus parientes. Es demasiado comprometedora. Jesús no sólo llama la atención por sus milagros, sino también por su doctrina que desborda los márgenes de lo tradicional. Su conducta provoca el escándalo. No respeta las tradiciones y prescripciones de la ley. Es amigo de los pecadores y come en casa de ellos. Entre los que le siguen se encuentran también los exaltados que anhelan el cambio social y político: buscan en Él al líder capaz de enfrentar a los sacerdotes y poderosos del pueblo.
Todo esto molesta a los parientes. Con los parientes uno está bien mientras piensa como ellos. Pero no bien uno sale de sus tradiciones o del orden establecido por ellos, corre el riesgo de ser víctima de su incomprensión y hasta de su persecución.
Las relaciones personales eran sumamente estrictas en la familia judía de entonces. En ella todos los miembros eran más dependientes unos de otros y debían seguir las disposiciones del patriarca de la misma. Por ejemplo, el trabajo y la profesión no los elegía el individuo, sino que eran predeterminados por el clan familiar.
Y a Jesús se le ocurre buscar amigos y discípulos en vez de parientes. En sus ojos, Jesús rompe el orden familiar, desatiende sagradas tradiciones y disposiciones. Se lanza a una vida rara de predicador ambulante, se rodea de exaltados y se enfrenta a los sacerdotes y poderosos del pueblo.
Entonces vienen los parientes para llevárselo, porque realmente lo creen loco. Y de una u otra forma han convencido también a María para que los acompañara, pensando tal vez que les ayudaría a persuadir a su hijo.
Pero no sólo sus parientes no lo comprenden. Están también los jefes del pueblo, sus enemigos de siempre, que lo acusan de endemoniado. Dicen que sólo en virtud de sus relaciones con el diablo realiza las curaciones y las expulsiones de demonios.
Jesús les responde con sabiduría y hasta con ironía: si Satanás echa a Satanás, entonces está dividido y, por lo tanto, su reino está amenazado. No habría, pues, por qué preocuparse de ello.
Pasando al contraataque, Jesús acusa duramente a sus enemigos. Ellos hablan mal, es decir, blasfeman contra el Espíritu Santo. Existe en ellos una mala voluntad manifiesta: quieren cerrar los ojos a la luz. Por eso, Jesús distingue dos clases de pecados:
El primer tipo son los pecados o blasfemias que se cometen por ignorancia o equivocación: todos ellos serán perdonados.
El otro tipo son los pecados contra el Espíritu Santo, que se presentan disfrazados como virtudes. Como en nuestro caso, en que los escribas llaman obra del demonio una obra que es evidentemente buena. Es una blasfemia que se oculta bajo el celo aparente por la gloria de Dios.
El trocar así totalmente la verdad, no deja lugar al arrepentimiento y al reconocimiento de la culpa, sino se empecina en el pecado. Es por eso que no puede ser perdonado.
Todo esto es un fuerte ataque contra el fariseismo, una tentación siempre presente también en nuestra Iglesia. Cuántas veces nosotros mismos disfrazamos nuestras fallas, nuestras mentiras y cobardías, nuestras injusticias u omisiones con el manto de absurdas e inexistentes virtudes.
Y lo mismo con respecto a lo que dice el Evangelio de los parientes de Jesús. ¿No consideramos locos muchas veces a los que luchan valientemente por más justicia, los que desenmascaran la mentira, los que defienden a los más pobres y sufridos?
¿No son los familiares los primeros en buscar desalentar e impedir que sigan por ese camino difícil y peligroso? ¿No somos, muchas veces, nosotros los que damos esos consejos prudentes de no meterse en problemas y líos, ya que de todos modos no va a cambiar nada?
Es por eso que Cristo sigue buscando discípulos y seguidores más que parientes. Y es por eso que proclama la gran novedad del parentesco evangélico con Él. Es el parentesco por la fe, superior a los lazos de la carne y de la sangre. Un corazón abierto al querer divino, es lo que crea el verdadero parentesco con Jesús: “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Queridos hermanos, allí tenemos a María, su Madre según la carne, pero mucho más todavía su Madre por haber cumplido siempre y con perfección única la voluntad del Padre. Sigamos su ejemplo, para formar parte de la verdadera familia del Señor, para pertenecerle a Jesús para siempre.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
JMRS