Editorial

Biden debe enseñarle al país cómo decir adiós

2024-07-09

Entonces, ¿qué mantiene despierto a Trump a las 3:00 a. m.? Pienso que es un...

Thomas L. Friedman / The New York Times

Inmediatamente después de que Hamás invadiera Israel el 7 de octubre, insté a Israel a pensar en cómo debía responder con una pregunta: ¿qué es lo que tu peor enemigo quiere que hagas? Entonces, haz lo contrario. Irán y Hamás querían que Israel se precipitara contra Gaza —de manera abrupta, sin ningún plan ni socio palestino— y, desafortunadamente, Israel hizo exactamente eso.

En este momento de increíble importancia para Estados Unidos y el Partido Demócrata, insto al presidente Joe Biden, a su familia y a los dirigentes de su partido a que se hagan la misma pregunta: ¿qué es lo que tu peor enemigo, Donald Trump, quiere que hagan ahora? Entonces, hagan lo contrario.

Trump está entusiasmado ante la posibilidad de que Biden siga en la contienda presidencial para poder atizarlo desde ahora y hasta el día de las elecciones con anuncios en televisión y radio —por no hablar de memes en las redes sociales— sobre las respuestas incoherentes en el debate de la semana pasada, y en cada propaganda podría preguntar: ¿este es el hombre que quieres que conteste al teléfono a las 3:00 a. m. si nos atacan desde Rusia, China o Irán?

Esa es una campaña que la secta del Partido Republicano de Trump seguramente confía en que podrá ganar. Sospecho que los miembros del culto han sabido todo el tiempo que la única razón por la que Trump lidera muchas encuestas importantes era porque muchos posibles votantes de Biden no estaban preocupados por la inflación en la economía, sino por la edad del candidato. Y si los republicanos pudieran hacer que ese fuera el tema central, las elecciones serían para ellos.

Entonces, ¿qué mantiene despierto a Trump a las 3:00 a. m.? Pienso que es un escenario en el que Biden se dirige a su familia y a sus principales asesores y saca una frase del musical Hamilton:

George Washington: Me retiro. No voy a postularme a la presidencia.

Alexander Hamilton: Perdone, ¿qué?

Washington: Una última vez. Relájate, tómate una copa conmigo. Una última vez. Tomemos un descanso esta noche. Y luego les enseñaremos cómo decir adiós.

Sí, lo que más teme Trump ahora mismo es que Biden le enseñe al país cómo decir adiós.

Teme que Biden muestre la diferencia entre un líder y un partido que ponen al país como prioridad y un líder y un partido que se ponen a sí mismos en primer lugar, es decir, Trump y los republicanos que lo permiten a pesar de saber que antiguos asesores de Trump afirman que no es apto para el cargo, a pesar de saber que Trump intentó anular las pasadas elecciones, a pesar de saber que Trump no ha articulado ningún plan real para el futuro del país que no sea tomar “represalias” contra todos los que se cruzaron en su camino y el de sus seguidores.

¿Cómo podría hacer Biden lo que es mejor para el país y lo peor para Trump, un hombre pequeño en un gran momento que está poco dispuesto a decir adiós y que ni siquiera admitirá que perdió las elecciones en 2020 limpiamente? No luchando por poner de su lado a unos cuantos donantes asustados para que se mantengan hasta noviembre, insistiendo en que solo tuvo una mala noche de debate. Y no desafiando al partido para que lo destituya. Debería elevarse a sí mismo y al partido por encima de toda la contienda.

Eso implicaría declarar que liberará a los delegados que se comprometieron a votar por su candidatura en la Convención Nacional Demócrata de Chicago en agosto y que trabajará con el partido para establecer un proceso ordenado para que la próxima generación de candidatos demócratas presente sus argumentos al público, y para que los delegados de la convención elijan a un nuevo candidato. (Por cierto, una votación en la convención es como Lincoln y los dos Roosevelt fueron nominados, y eso funcionó bastante bien para el país).

Biden podría, si lo desea, apoyar a la vicepresidenta Kamala Harris o podría permanecer neutral. Pero debería dejar claro que la nominación debe decidirse mediante una competencia abierta. Durante las seis semanas previas a la convención y en la propia convención, todo el mundo en Estados Unidos escuchará atentamente cómo los mejores demócratas de la próxima generación presentan una visión esperanzadora para el país. Qué contraste con una convención republicana cuya única plataforma son los caprichos de su querido líder. ¿Será desprolijo? Claro que sí. Pero ahora todas las alternativas son desprolijas.

Biden podría añadir que, una vez que se presente una candidatura demócrata alternativa, utilizará su púlpito —y la credibilidad y admiración que este gesto seguramente le granjeará entre los estadounidenses de todas las tendencias políticas— para asegurarse de que derrotan a Trump.

En vez de tener que defenderse de un tsunami de anuncios sobre su menguante capacidad mental, Biden podría bombardear las ondas con un conjunto de argumentos que puedan responder a las mentiras de Trump y, al mismo tiempo, recordar a los votantes que la razón por la que lo eligieron en 2020 fue que sabían que Estados Unidos solo puede seguir siendo grande si está liderado por un unificador, no por un vengador.

Un anuncio podría comenzar con una de las mentiras más escandalosas de Trump, sacada a relucir en el debate del pasado jueves, sobre cómo la economía estadounidense ha sido un desastre desde que Biden llegó a la Casa Blanca. A lo que Biden podría decir:

Sabes, Donald, he leído que tienes que pagar 88,3 millones de dólares por daños y perjuicios por abusar sexualmente y difamar a E. Jean Carroll. Acabo de hacer algunos cálculos: si hubieras puesto 88,3 millones de dólares en un fondo del índice S&P el día de mi investidura, ahora estaría subiendo aproximadamente un 40 por ciento. Eso son unos 35 millones de dólares, Donald. ¡Qué desastre! ¡Piensa en las facturas legales que podrías pagar!

Otro anuncio podría citar las declaraciones de Trump sobre cómo podría trabajar con Vladimir Putin, el presidente de Rusia, de un modo en el que Biden nunca podría haber trabajado con él. A lo que Biden podría decir:

Donald, ¿sabes por qué, si Putin pudiera votar en nuestras elecciones, votaría por ti? Porque sabe una cosa de ti: que nunca podrías organizar el tipo de alianza que yo formé para expulsarlo de Ucrania y contener a China. Tirarías esas alianzas por la borda porque solo puedes concebir relaciones transaccionales. Una alianza duradera, Donald, como un matrimonio duradero, no es una relación transaccional. Está cimentada por valores compartidos. Tratas a nuestros aliados como si todos fueran zapaterías en algún vestíbulo de la Torre Trump que no pagan suficiente alquiler. Bueno, no solo has mentido sobre cuánto han contribuido nuestros aliados a Ucrania —cantidades masivas— sino que tampoco tienes ni idea de cuánto amplifican el poder y los valores estadounidenses.

Este tipo de refutaciones a Trump serían el mejor regalo de despedida que Biden podría hacer a su partido y a todos los estadounidenses.

Gautam Mukunda, estudioso de la presidencia y autor de Picking Presidents, me señaló el otro día que “en 1783, cuando George Washington anunció que renunciaría a su cargo, el rey Jorge III de Inglaterra —el hombre cuyo imperio destruyó— dijo que si lo hacía “sería el hombre más grande del mundo”. Catorce años más tarde, Washington volvió a hacerlo, dejando la presidencia por voluntad propia cuando fácilmente podría haberse convertido en presidente vitalicio. El padre de nuestro país selló su grandeza demostrando que a veces lo mejor que un presidente puede hacer por su país es renunciar a la presidencia. Hoy, ante la peor amenaza a nuestra democracia desde la Guerra Civil, Joe Biden puede cimentar su legado siguiendo el ejemplo de Washington”.

Biden, además de ser un buen hombre, ha sido un presidente verdaderamente consecuente. Merece ser recordado como el líder que salvó al país de Trump en 2020, que nos sacó de los días oscuros de la pandemia de la covid, que aprobó leyes fundamentales para reconstruir las infraestructuras de Estados Unidos, que renovó la dignidad del trabajo, que promovió la transición a una economía verde… y que, al final, supo cuándo y cómo decir adiós.



JMRS
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