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La risa de Kamala Harris es un tema de campaña. Nuestro crítico de comedia opina
Jason Zinoman / NYT
Kamala Harris es de risa fácil. Para el equipo de campaña opositor, esto parece ser una vulnerabilidad a explotar.
Donald Trump aprovechó esta característica cuando hace poco reveló un apodo para ella: “Kamala Harris, la risueña” y agregó que “se puede saber mucho por una risa”. Esta semana circularon por internet recopilaciones de sus carcajadas. La investigación de la oposición del Comité Senatorial Republicano Nacional le puso un subtítulo a su “risa inapropiada” en el apartado de temas: rara.
Lo primero que hay que decir sobre esto es simplemente: de risa loca.
Lejos de ser un lastre, su risa es una de sus armas más eficaces.
Solo en una época en la que todo se politiza, una campaña podría atacar con furia una risa bulliciosa. ¿Qué sigue? ¿Estar en contra de los perritos y los helados? La risa trasciende la política partidista y ha ayudado a todos a comunicar mensajes, desde Ronald Reagan hasta John F. Kennedy. Y, sin embargo, en su estilo insinuante, Trump está aprovechando algo, que la imagen tradicional del liderazgo está mejor representada por un rostro estoico que por una convulsión alegre.
Ya vimos esto antes, la última vez que una mujer lideró una candidatura presidencial. La risa de Hillary Clinton fue criticada y también se dijo que era rara. Se sugirió que la hacía parecer inauténtica, lo cual era extraño, ya que la risa genuina es, si no involuntaria, sí muy difícil de fingir. Lenny Bruce desafió una vez a un público a intentar carcajearse cuatro veces en una hora.
Decir que las mujeres son demasiado emocionales o histéricas es un tropo sexista y existe una larga historia en las que se opone la risa a la razón. Platón advirtió contra el amor a la risa, sugiriendo que indica una pérdida de control. Siempre atento al teatro del poder, Trump rara vez se ríe, desde mucho antes de dedicarse a la política. El mago Penn Jillette, al recordar su temporada en el programa “El aprendiz”, se maravillaba de pasar horas viendo hablar a Trump sin notar la más mínima sonrisa.
Al ver entrevistas de ambos candidatos es evidente que hay una disparidad considerable en las risas. Trump se burla y, de vez en cuando, sonríe, lo que puede atraer al público. Pero reírse no es lo suyo. En los programas de entrevistas, Harris lo hace para desviar la atención y conectar, para establecer intimidad, pero también para subrayar lo absurdo de algo. En sus momentos más efusivos, su risa puede llamar la atención y, fuera de contexto, puede parecer que es la única que entendió el chiste.
Harris ha dicho que heredó esa manera de reír de su madre. Pero tiene más tipos de risa. En su discurso inaugural de campaña, incluso obtuvo una gran respuesta al amortiguar una risita después de decir: “Me he enfrentado a criminales de todo tipo” en el pasado.
Este atisbo de risa da pie a su frase más exitosa hasta la fecha: “Así que escúchenme cuando digo que conozco el tipo de Donald Trump”.
El argumento en contra de la risa es que hace que un líder parezca menos serio. Esto se basa en el malentendido común de que la risa es principalmente una respuesta a algo gracioso. Las investigaciones de las últimas décadas han corroborado lo que llevan diciendo los filósofos desde hace más de un siglo: que la risa es inherentemente social, más asociada con las relaciones y la comunicación que con las bromas. Intenta recordar la última vez que te reíste solo.
Bien utilizada, la risa es una forma de comunicación muy flexible, puede lograr más que cualquier argumento. La gente recuerda como instante memorable de su segundo debate presidencial en 1980 la frase de Ronald Reagan a Jimmy Carter: “Otra vez lo mismo”, pero lo que mencionan con menos frecuencia es que introdujo la frase con una carcajada.
Harris hace algo similar en esa frase que se ha vuelto viral en la que cita a su madre: “¿Acaso crees que te caíste de un cocotero?”. Imagínala diciendo eso sin acompañarlo de una estruendosa carcajada. La frase se vuelve más dura. Al soltar una carcajada, muestra afecto mezclado con una broma irónica.
Bill Clinton se vinculó con la gente al morderse el labio y hacer contacto visual. Se hizo famoso por sentir tu dolor. Con sus mayores carcajadas, las que hace con todo el cuerpo, Harris proyecta algo más: alegría.
El presidente Joe Biden es lo opuesto. Lo que la gente vio en el debate no fue solo que era menos elocuente o coherente que hace cuatro años. Su ataque verbal se volvió rígido, al carecer de encanto o de agilidad se le dificulta dar forma a los argumentos. La risa ayuda.
Los comediantes saben de esto. Muchos se ríen de sus propios chistes no solo porque causan gracia. Es para hacer más aceptable una idea difícil o para pasar de una idea a otra. La risa es un lubricante social. Basta ver cómo Harris y su hermana hablan de lo extraño que es llamar fiscal general a uno de tus hermanos. Las hermanas se ríen unas de otras. Y puede haber problemas reales bajo las burlas. Pero se puede ver cómo encuentran un terreno común en su risa, cómo crece y luego estalla al unísono.
Las películas suelen destacar el lado siniestro de la risa. El Guasón se ríe; Batman, no. Martin Scorsese ha conseguido que la risa de los mafiosos resulte seductora y grotesca al mismo tiempo. ¿Y existe una advertencia maternal más inquietante que ese “Todos se van a reír de ti”, en “Carrie”?
Pero la mayoría de las risas del mundo real no son insensibles, sino que conectan; no son excluyentes, sino unificadoras. La risa puede comunicar nerviosismo, pero también puede calmarlo.
aranza
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