Ciencia y Tecnología

¿La Inteligencia Artificial acabará con los empleos sin sentido?

2024-08-05

“Estos trabajos se basan en vender una visión”, afirmó. “Me temo...

Emma Goldberg / NYT

Cuando Brad Wang empezó su primer trabajo en el sector tecnológico, justo después de la universidad, se maravilló de cómo Silicon Valley había convertido la monotonía del lugar de trabajo en una suntuosidad de salas de juegos, cabinas de siesta y frondosas rutas de senderismo. Eso es lo que debía sentir un invitado a una fiesta en casa de Jay Gatsby, pensó Wang.

Pero bajo la ostentación había una especie de vacío. Pasó de un puesto de ingeniero de software a otro, trabajando en proyectos que, en su opinión, carecían de sentido. En Google, trabajó durante quince meses en una iniciativa que sus superiores decidieron mantener aunque sabían que nunca se pondría en marcha. Luego pasó más de un año en Facebook en un producto cuyo principal cliente llegó a describir a los ingenieros como inútil.

Con el tiempo, la inutilidad de su trabajo empezó a molestar a Wang: “Es como hornear un pastel que va directo al bote de la basura”.

La oficina corporativa y su papeleo tienen una manera de convertir incluso los trabajos al parecer buenos —los que ofrecen salarios y prestaciones decentes y se desarrollan detrás de teclados ergonómicos en un ambiente confortable y climatizado— en una monotonía que aprieta el alma.

En 2013, el ya fallecido antropólogo radical David Graeber dio al mundo una forma distinta de pensar sobre este problema en un ensayo titulado “Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda”. Esta polémica anticapitalista del hombre que había ayudado a acuñar el icónico lema “99 por ciento” de Occupy Wall Street se hizo viral, al parecer hablando de una frustración ampliamente sentida en el siglo XXI. Graeber lo convirtió en un libro que profundizaba en el tema.

Sugirió que el sueño del economista John Maynard Keynes de una semana laboral de quince horas nunca se había hecho realidad porque los seres humanos han inventado millones de trabajos tan inútiles que ni siquiera las personas que los realizan pueden justificar su existencia. Una cuarta parte de la población activa de los países ricos considera que su trabajo podría ser inútil, según un estudio de los economistas holandeses Robert Dur y Max van Lent. Si los trabajadores consideran que su trabajo es desalentador y no aporta nada a la sociedad, ¿cuál es el argumento para mantener esos empleos?

El interés de esta cuestión ha aumentado con el avance de la inteligencia artificial, que trae consigo el espectro del desplazamiento laboral. Según una estimación reciente de Goldman Sachs, la IA generativa podría llegar a automatizar actividades equivalentes a unos 300 millones de empleos de tiempo completo en todo el mundo, muchos de ellos en puestos de oficina como administradores y mandos intermedios.

Cuando imaginamos un futuro en el que la tecnología sustituye el esfuerzo humano, tendemos a pensar en dos extremos: como una bonanza de productividad para las empresas y un desastre para los humanos que quedarán obsoletos.

Sin embargo, entre estos dos escenarios, existe la posibilidad de que la IA acabe con algunos trabajos que los propios trabajadores consideran sin sentido e incluso psicológicamente degradantes. Si así fuera, ¿estarían mejor estos trabajadores?

Lacayos, matones y marcadores de casillas

La forma en que los investigadores hablan de la IA puede sonar a veces como la de un director de recursos humanos que evalúa al becario optimista de verano: ¡muestra ser tremendamente prometedor! Es evidente que la IA puede hacer bastantes cosas —imitar a Shakespeare, depurar códigos; enviar correos electrónicos, leer correos electrónicos—, aunque no está nada claro hasta dónde llegará ni qué consecuencias tendrá.

Los robots son expertos en el reconocimiento de patrones, lo que significa que sobresalen en la aplicación de la misma solución de un problema una y otra vez: redacción de textos, revisión de documentos legales, traducción entre idiomas. Cuando los humanos hacen algo hasta la saciedad, se les ponen los ojos vidriosos y cometen errores; los chatbots no experimentan hastío.

Estas tareas tienden a traslaparse con algunas de las analizadas en el libro de Graeber, quien identificó categorías de trabajo inútil, como los “lacayos”, a los que se paga para que la gente rica e importante parezca más rica e importante; los “matones”, a los que se contrata para puestos que solo existen porque las empresas de la competencia crearon funciones similares; y los “marcadores de casillas”, que son, hay que reconocerlo, subjetivos. Tratando de hacer más útil la designación, algunos economistas la han mejorado: empleos que los propios trabajadores consideran inútiles y que producen un trabajo que podría evaporarse mañana sin ningún efecto real en el mundo.

Un candidato evidente para la automatización “lacaya” es el asistente ejecutivo. IBM ya permite a los usuarios crear sus propios asistentes de IA. En Gmail, los escritores ya no tienen que redactar sus propias respuestas, porque la respuesta automática genera opciones como “sí, eso está bien”. La IA promete incluso hacerse cargo de la logística personal: la empresa emergente de IA Duckbill utiliza una combinación de IA y asistentes humanos para eliminar por completo la lista de tareas pendientes, desde la devolución de compras hasta la compra del regalo de cumpleaños de un niño, tareas que antes se dejaban en manos de las recepcionistas en la época de “Mad Men”.

En opinión de Graeber, el telemarketing, otra área que la IA está superando, es un trabajo de “matones”, porque los trabajadores suelen vender productos que saben que los clientes no quieren o no necesitan. Los chatbots son buenos en esto porque no les importa si la tarea es satisfactoria o si los clientes son hoscos. Los centros de llamadas como el de AT&T ya están utilizando IA para programar las llamadas con los representantes de atención al cliente, lo que ha hecho que algunos de esos representantes se sientan como si estuvieran capacitando a sus propios sustitutos.

Los trabajos de ingeniería de software pueden inclinarse hacia el territorio de “marcar casillas”. Eso fue lo que sintió Wang cuando escribió líneas de código que no se pusieron en marcha. En su opinión, la única función de este trabajo era ayudar a sus jefes a ascender. Es muy consciente de que gran parte de este trabajo podría automatizarse.

Pero sin importar que estos trabajos proporcionen o no un sentido existencial, sí proporcionan salarios confiables. Muchos de los trabajos sin sentido que la IA podría sustituir han abierto tradicionalmente estos campos de cuello blanco a personas que necesitan oportunidades y formación, sirviendo como aceleradores de la movilidad de clase: asistentes jurídicos, secretarias, auxiliares. A los economistas les preocupa que, cuando esos empleos desaparezcan, quienes los sustituyan traigan consigo salarios más bajos, menos oportunidades de ascender profesionalmente y... aún menos sentido.

“Incluso si adoptamos el punto de vista de Graeber sobre esos empleos, debería preocuparnos su eliminación”, afirmó Simon Johnson, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés). “Es el hundimiento de la clase media”.

Una ‘crisis de identidad a nivel de especie’

Es casi imposible imaginar cómo será el mercado laboral a medida que la IA mejore y transforme nuestros lugares de trabajo y nuestra economía. Pero muchos trabajadores expulsados de sus empleos sin sentido por la IA podrían encontrar nuevas funciones que surjan a través del proceso de automatización. Es un cuento viejo: a lo largo de la historia, la tecnología ha compensado la pérdida de puestos de trabajo con la creación de otros nuevos. Los coches de caballos fueron sustituidos por automóviles, que crearon puestos de trabajo no solo en las cadenas de montaje de automóviles, sino también en la venta de autos y en las gasolineras. La informática personal eliminó cerca de 3,5 millones de puestos de trabajo, y luego creó una enorme industria e incentivó muchas otras, ninguna de las cuales podría haberse imaginado hace un siglo, dejando claro por qué la predicción de Keynes en 1930 de semanas laborales de quince horas parece tan lejana.

Kevin Kelly, cofundador de Wired y autor de numerosos libros sobre tecnología, se mostró optimista sobre el efecto de la IA en el trabajo sin sentido. Dijo que lo creía en parte porque los trabajadores podrían empezar a plantearse cuestiones más profundas sobre qué es un buen trabajo.

“Puede hacer que ciertas actividades tengan menos sentido del que tenían antes”, afirmó Kelly. “Lo que eso lleva a hacer a la gente es seguir cuestionándose: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo? ¿De qué sirvo?’”.

“Son preguntas muy difíciles de responder, pero también muy importantes”, añadió. “La crisis de identidad a nivel de especie que está promoviendo la IA es algo bueno”.

Algunos estudiosos sugieren que las crisis provocadas por la automatización podrían orientar a las personas hacia un trabajo socialmente más valioso. El historiador holandés Rutger Bregman inició un movimiento de “ambición moral” centrado en Holanda. Grupos de trabajadores de cuello blanco que sienten que tienen trabajos sin sentido se reúnen de manera periódica para animarse unos a otros a hacer algo que valga más la pena (siguen el modelo de los círculos “Lean In” de Sheryl Sandberg). También hay una beca para 24 personas con ambición moral, que les paga por cambiar a empleos centrados específicamente en la lucha contra la industria tabacalera o la promoción de carnes sustentables.

“No empezamos con la pregunta: ‘¿Cuál es tu pasión?’”, dijo Bregman sobre su movimiento de ambición moral. “Gandalf no le preguntó a Frodo: ‘¿Cuál es tu pasión?’. Le dijo: ‘Esto es lo que hay que hacer’”.

Es probable que lo que haya que hacer en la era de la IA se oriente menos hacia la carne sustentable y más hacia la supervisión, al menos a corto plazo. Según David Autor, economista laboral del MIT especializado en tecnología y empleo, es muy probable que los trabajos automatizados requieran “niñeras de IA”. Las empresas contratarán a humanos para editar el trabajo que haga la IA, ya sean revisiones legales o textos de mercadotecnia, y para vigilar la propensión de la IA a “alucinar”. Algunas personas se beneficiarán, sobre todo en trabajos en los que hay una división clara del trabajo: la IA se encarga de proyectos fáciles y repetitivos, mientras que los humanos se ocupan de los más complicados y variables (Pensemos en radiología, donde la IA puede interpretar exploraciones que se ajustan a patrones preestablecidos, mientras que los humanos tienen que enfrentarse a exploraciones que no se parecen a decenas que la máquina haya visto antes).

No obstante, en muchos otros casos, los humanos acabarán hojeando sin pensar en busca de errores en una montaña de contenidos elaborados por la IA. ¿Ayudaría eso a aliviar la sensación de inutilidad? Supervisar el trabajo pesado no promete ser mejor que hacerlo o en palabras de Autor: “Si la IA hace el trabajo y la gente hace de niñera de la IA, se aburrirán como tontos”.

Según Autor, algunos de los trabajos que corren un riesgo más inmediato de ser absorbidos por la IA son los que se basan en la empatía y la conexión humanas. Esto se debe a que las máquinas no se desgastan por fingir empatía. Pueden absorber bastante maltrato de los clientes.

Las nuevas funciones creadas para los humanos estarían desprovistas de esa dificultad emocional, pero también de la alegría que conlleva. La socióloga Allison Pugh estudió los efectos de la tecnología en profesiones empáticas como la terapia o la capellanía, y llegó a la conclusión de que el “trabajo conectivo” se ha degradado por el lento despliegue de la tecnología. Por ejemplo, los dependientes de supermercados se dan cuenta de que, con la llegada de los sistemas automatizados de caja a sus tiendas, han perdido las conversaciones significativas con los clientes —que, según entienden, los gerentes no priorizan— y ahora se quedan sobre todo con clientes exasperados por las cajas automatizadas. Por eso, Pugh teme en parte que los nuevos empleos creados por la IA tengan todavía menos sentido que los actuales.

Incluso los optimistas de la tecnología como Kelly sostienen que los empleos sin sentido son inevitables. Después de todo, la falta de sentido, según la definición de Graeber, está en el ojo del trabajador.

Algunas personas buscarán nuevas funciones; otras podrían organizar sus lugares de trabajo, intentando rehacer las partes de sus empleos que les resultan más molestas y encontrando sentido en animar a sus compañeros. Algunos buscarán soluciones económicas más amplias a los problemas con trabajo. Para Graeber, por ejemplo, el ingreso básico universal era una respuesta; Sam Altman, de OpenAI, también ha sido partidario de experimentar con un ingreso garantizado.

En otras palabras, la IA magnifica y complica los problemas sociales relacionados con el trabajo, pero no es un reajuste ni una panacea, y aunque la tecnología transformará el trabajo, no puede desplazar los complicados sentimientos de la gente hacia él.

Wang está convencido de que así sucederá en Silicon Valley. Predice que la automatización del trabajo inútil hará que los ingenieros sean aún más creativos a la hora de buscar sus ascensos. “Estos trabajos se basan en vender una visión”, afirmó. “Me temo que este es un problema que no se puede automatizar”.



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