Consultorio Financiero

Revaluación del peso

2007-11-07

Ciertamente, la revaluación del peso constituye un instrumento formidable para el...

José Luis Calva, El Universal

El inesperado apretón monetario del Banco de México, elevando su tasa de fondeo bancario de 7.25% a 7.50% (el 26 de octubre), acentuó el proceso de apreciación del peso mexicano que venía observándose desde el 18 de septiembre, cuando la Reserva Federal estadounidense redujo su tasa de interés objetivo de 5.25% a 4.75%, mientras que el Banco de México mantuvo entonces sin cambio su tasa de referencia.

Como es habitual, el mayor diferencial de tasas de interés trajo consigo la afluencia de capitales hacia la compra de títulos mexicanos de deuda, así como hacia la especulación cambiaria en los mercados de futuros del peso. Además, el diferencial se agrandó con la posterior baja en la tasa de interés de la Reserva Federal estadounidense (de 4.75% a 4.50%, el 31 de octubre). Por si fuera poco, el Banco de México había anunciado previamente (el 16 de octubre) su intervención directa en el mercado de cambios con la subasta de 9 millones de dólares diarios a partir de noviembre, contribuyendo también al fortalecimiento del peso. El resultado agregado ha sido una revaluación de 3.6% de nuestra moneda respecto a la divisa estadounidense: el dólar interbancario pasó de 11.14 pesos el 17 de septiembre, a 10.74 pesos el 5 de noviembre.

No es para echar las campanas al vuelo. Ciertamente, la revaluación del peso constituye un instrumento formidable para el abatimiento de la inflación, a través de su incidencia directa en los precios internos de los bienes importados y en las expectativas inflacionarias. Sin embargo, no hay que olvidar que el anclaje de la inflación logrado a costa de una creciente sobrevaluación de nuestra moneda tiene efectos adversos sobre la economía real. En lo inmediato, el efecto de una apreciación real del peso es la pérdida progresiva de competitividad-precio de los productos mexicanos tanto en el mercado interno (frente a las importaciones) como en el exterior, de modo que la sobrevaluación quita compradores a la planta productiva mexicana, incidiendo desfavorablemente en el producto nacional y en el empleo.

Además, "llueve sobre mojado": la reciente revaluación del peso se monta sobre un proceso de apreciación real previamente observado. Después del primer semestre de 1996 —cuando la paridad peso/dólar estadounidense se ubicó alrededor de su nivel de equilibrio de largo plazo, puesto que la balanza de cuenta corriente (0.06% del PIB) y la balanza comercial sin maquiladoras y sin ingresos petroleros extraordinarios (0.07% del PIB) se encontraban prácticamente en equilibrio—, el peso mexicano entró en un proceso de apreciación real respecto al dólar estadounidense, hasta alcanzar una sobrevaluación acumulada de 31.2% en 2006 (en una trayectoria no lineal, desde luego).

Los efectos adversos de esta apreciación sobre la competitividad-precio de los productos mexicanos han sido abrumadores. Para contrarrestarlos, sería necesario un incremento de la productividad muy superior al conseguido por nuestros competidores comerciales. Pero dada la debilidad de nuestras inversiones en ciencia y tecnología, infraestructura, política industrial, educación, etcétera —así como los elevados costos de nuestros servicios bancarios y de otros bienes y servicios de oferentes oligopólicos—, resulta ilusorio esperar que México pueda ganar la carrera de la productividad y la competitividad. Durante el periodo 1997-2006, por ejemplo, la productividad del trabajo en la industria manufacturera presentó un incremento acumulado de 29.1% en México, contra 50.2% en Estados Unidos.

En estas condiciones, la apreciación real del peso mexicano no es signo de eficiencia macroeconómica. Recuérdese que entre las causas del contrastante desempeño económico de México y China se encuentran sus diametralmente opuestas políticas cambiarias: de sobrevaluación en México y subvaluación en China (véase nuestra entrega del 1/XI/07).

Por eso —permítaseme remarcarlo— es necesario poner punto final a la estrategia macroeconómica que utiliza el tipo de cambio como ancla antiinflacionaria; y pasar a una nueva estrategia en la que la política cambiaria esté orientada a favorecer la competitividad-precio de los productos mexicanos y, en consecuencia, a promover el crecimiento acelerado del producto nacional y del empleo.



ROW

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna

Utilidades Para Usted de El Periódico de México