Huesped

Inundaciones

2007-11-08

En lo que se refiere a las inundaciones, hay varios elementos que llaman a la reflexión. En...

Julián López Amozurrutia, El Universal

Durante los últimos días, nuestra mirada ha debido dirigirse de manera reiterada hacia el sureste del país. Primero fue el trágico accidente de las plataformas petroleras. Después, las inundaciones en Tabasco y Chiapas. Una generosa porción de la patria, a la que tanto debemos y que en muchos de sus rincones conoce un franca falta de atención.

En lo que se refiere a las inundaciones, hay varios elementos que llaman a la reflexión. En primer lugar, la magnitud de la tragedia. Nos encontramos, sólo viendo los números, ante un acontecimiento verdaderamente colosal. Es imposible no quedar asombrados cuando se ha hablado de más de un millón de víctimas y de 70% del estado de Tabasco bajo el agua. A ello debemos añadir, como suele suceder en estos casos, que las noticias nos refieren básicamente lo que ocurre en Villahermosa, y que de muchas zonas perdidas en la selva no tenemos información. Tal vez lo que se pudo retratar en los techos de la gran ciudad lo podemos imaginar en los árboles de las zonas más alejadas. Un nivel de emergencia puede ceder en intensidad en ciertos lugares, pero las historias personales trascienden siempre las estadísticas.

Por otro lado, tenemos el contraste. Vivimos la dramática paradoja de una simultánea falta de agua y de su abundancia catastrófica. Se dice que en el futuro nuestra civilización conocerá guerras en torno al agua. Mientras tanto, somos testigos de su fuerza descomunal e incontrolable. El agua para el ser humano es esencial. La conocida ambivalencia entre su absoluta necesidad para la vida y su fuerza destructiva, el poderoso simbolismo de purificación y fecundidad que suele asumir en las más diversas culturas nos resulta ahora patente. Tenemos sed y un diluvio nos ahoga.

Entre la magnitud de la tragedia y el contraste de su contenido, reaparece la urgencia de promover una mentalidad de la protección civil. Precisamente a este respecto se ha abundado en los últimos meses: no construir en las orillas de los ríos. Con todo, precisamente lo acaecido recientemente nos lleva más allá de la planeación, a perspectivas imprevisibles e incluso inimaginables.

Queda abierto el desafío, delante de estas desgracias, de una reacción inmediata. Como sociedad tenemos que estar organizados desde antes de cualquier eventualidad. Las normas de convivencia tienen también la finalidad de protegernos. No podemos olvidar que nuestras concentraciones urbanas han adquirido grandes dimensiones. Sólo en la ciudad de México se ha vuelto con frecuencia a la amenaza latente del agua y del drenaje, por no hablar de peligros más que previsibles, como los de naturaleza telúrica. Las advertencias permanentes nos exigen desarrollar y volver creíbles los ejercicios de protección civil no sólo para cubrir una agenda, sino para establecer un mecanismo organizado que permita proteger y salvar vidas. Vislumbrar el colapso no es alarmismo: es una oportunidad de reducir en la medida de lo posible las víctimas.

Afortunadamente, si nuestra cultura de la protección civil es aún insuficiente, no lo es, en cambio, la de la solidaridad. Sobrepasando lamentables episodios de rapiña, surge siempre el corazón generoso de una sociedad que sabe unirse al menos en los casos de emergencia. De hecho, la educación en la protección civil es una manera de lograr que la solidaridad se adelante a la tragedia.

* * * * *

Horacio, un joven seminarista, murió esta semana después de ser arrollado por una motocicleta en las calles del DF. Porque creemos que la semilla que cae en tierra da fruto, nuestra mirada sobre la tragedia es serena y esperanzada. Descanse en paz.

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Sacerdote y teólogo católico



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