Punto de Vista

Las guerras mexicanas

2008-05-21

Ha comenzado una guerra, aún de baja intensidad, por los granos, el agua, los espacios...

Ricardo Pascoe Pierce, El Universal

México está enfrascado en muchas guerras, simultáneamente. Hay una guerra del Estado contra el narcotráfico y la guerrilla. Aunque habría que decir que también hay guerra entre los propios narcotraficantes, como purgas de muerte entre los "camaradas" de las guerrillas. Hay otra guerra, distinta, de la sociedad civil contra el narcotráfico y el Estado, como se constata en Ciudad Juárez y sus muchas mujeres muertas, o de los levantamientos de grupos sociales enteros contra el Estado, como se confirma con alarmante regularidad en Oaxaca. Hay guerras intestinas en sindicatos, donde la lucha por la supremacía es cosa de todos los días, desde el sindicato de maestros y el de mineros, pasando por todas las organizaciones sindicales del PRI, destacadamente los petroleros, hasta los independientes: telefonistas, STUNAM, SITUAM.

¿Y qué decir de las guerras intestinas de los partidos, además de sus enfrentamientos no muy cívicos entre ellos? Los legisladores alemanes, de visita a nuestro Congreso, atestiguaron la amargura del debate entre los partidos mexicanos. El caso más asombroso, aunque no el único, es el conflicto interno en el PRD. La bajeza y vulgaridad de sus actores, empezando por López Obrador, merecen especial atención, pues encierran una inevitabilidad (lo digo yo, enemigo declarado de las "inevitabilidades"): la ruptura, quizá violenta. No hay divorcios felices. Menos en este caso.

Ha comenzado una guerra, aún de baja intensidad, por los granos, el agua, los espacios físicos. Ésta ya se observa en comunidades urbanas y rurales. Asimismo, se acerca una guerra por el acelerado deterioro del ambiente y la destrucción del entorno silvestre, flora y fauna. Podremos descubrir un día que los países se vuelven inhabitables. La destrucción de los bosques enfrenta a taladores ilegales con campesinos pobres y oficiales corruptos. La producción de granos, aunque haya crecido en tonelaje, no se distribuye bien para asegurar el consumo nacional y existe miedo a la función reguladora del Estado. Decir que viene la hambruna es hacer política a la mala, pero el problema del reparto justo de los alimentos es tarea de hoy, no de mañana.

También hay una guerra declarada, aunque soterrada, acerca de las cuotas de participación del presupuesto público que le tocarán a cada actor político. Aunque no lo admiten los grandes "actores" del debate petrolero, lo cierto es que todo el asunto de Pemex tiene que ver con quién y cómo se va a repartir el ingreso de ahora en adelante. De especial interés para todos los involucrados —desde López Obrador hasta el presidente Calderón— será la definición de la discrecionalidad con la que se manejará ese ingreso nacional "y soberano" de todos. ¡Abajo la retórica oscura, arriba el cinismo claridoso! En la clase política, la esgrima en torno a Pemex tiene que ver, principalmente, con la forma de reducir los costos político-electorales de mantener viva y medianamente productiva a la gallina de los huevos de oro y para que siga produciendo beneficios para quien quede en la Presidencia en 2012.

Estas guerras de hoy y que recorren el tejido social y nacional de norte a sur marcan la percepción ciudadana de incertidumbre y desasosiego ante la situación nacional. Crean un ambiente de caos, en el que el acuerdo y la estabilidad institucional no parecen ser un factor determinante en la construcción de soluciones. Las comunidades se enfrentan, los jóvenes se vuelven más y más adictos a las drogas y el alcohol. La familia es, crecientemente, un refugio de limitado albergue que es factor de mayor, y no menor, alienación de sus integrantes. No es tan simple como un enfrentamiento de clases: burguesía contra proletariado. Los pobres roban más a otros pobres que a ricos, y los ricos roban... bueno, al que se deja. En el campo, en las comunidades más apartadas del país, en las rancherías, la gente se enfrenta por repartir lo que hay disponible en insuficiente cuantía: agua, tierra, maíz, fríjol.

Estas guerras son la materia prima del descontento nacional. Ningún gobernante se salva del malestar generalizado, y ciertamente ningún partido político. Por supuesto que las soluciones, todas, son complejas y tomarán su tiempo. Pero hay un punto de inflexión que me parece crucial: debemos respetar a las instituciones, por más deficientes que sean. Las deficiencias pueden corregirse o ajustarse, pero no es posible sustituir a las instituciones borradas del mapa. Cuanto más difícil sea la situación nacional, tanto más importante es el respeto a la estructura institucional y legal del país, especialmente la institucionalidad surgida de expresiones democráticas. Construir y no destruir. Junto con esto, dialogar hasta el hartazgo. Incluir y combatir la exclusión. Hacer política hasta solucionar los problemas y no hasta que nos destruyan.

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