Historias
Jacques Chirac: memoria del poder
Vilma Fuentes, La Jornada
A la periodista francesa, Françoise Giroud, cofundadora de la revista l'Express, se deben tres frases que se han convertido en dichos populares. "No se dispara contra una ambulancia", a propósito del agonizante político que era Jacques Chaban-Delmas.
Sobre el espejismo de la equidad entre hombres y mujeres: "esa igualdad sólo existirá cuando haya tantas estúpidas como estúpidos hay en los puestos de poder".
La última, el retrato de Chirac cuando éste era diputado: "En la Cámara Baja, para evitar el aburimiento, los diputados esconden tras las páginas de un periódico serio las imágenes eróticas que saborean, mientras Jacques Chirac oculta un libro de poesía tras la portada de un Play Boy cualquiera.
El primer tomo de las Memorias de Jacques Chirac, titulado Chaque pas doit être un but (Cada paso debe ser una meta), frase de Goethe, el ex presidente de Francia retira el Play Boy y revela su verdadera identidad, dejándonos ver quién es realmente como hombre público y privado.
Las memorias de un hombre de Estado son siempre una lectura que inspira curiosidad, incluso si todos saben que el hombre de Estado, cuando escribe, se convierte en el abogado de su vida, de sus acciones, buenas o erróneas, en fin, que el personaje escribe para exponer, ante esa otra ilusión que es la posteridad, la mejor imagen de sí mismo frente al ilusorio y voluble destino de la Historia.
Desde Julio César, emperador de Roma y conquistador de esa Galia que no se llamaba aún Francia, vencedores como vencidos sienten necesidad de narrar, a su manera, guerras, conquistas, victorias, derrotas.
En Santa Helena, Napoleón escribe, o más bien dicta, su célebre Memorial. Muchos otros ejemplos ilustres (Winston Churchill, Charles de Gaulle, etcétera) nos demuestran que los hombres de Estado, sobre todo los más grandes, no resisten a la tentación de explicarse.
Jacques Chirac no escapa a esta tentación. Ahora, que ya no es presidente, puede hablar. Puede incluso decir todo. Y no se priva para nada.
Y como no tiene pretensión alguna de ser escritor, su libro no se adorna con una retórica seudoliteraria, pues no tiene más que una meta: parler vrai, decir la verdad.
Por una poco extraña coincidencia, ajena al azar objetivo de André Breton, otro ex presidente francés, Valéry Giscard d'Estaing, acaba de publicar una novelita nacida de su confusa imaginación. Acaso la misma que lo hace soñarse escritor.
Publica, pues, La princesse et le président, una historia de amor entre una princesa, en quien todo mundo puede reconocer a la célebre Lady Di, y un presidente que no es sino el mismo Giscard.
Una cima, un Himalaya, de desvergüenza y ridículo. ¡Ah, si el ridículo no fuese hoy un asesino retirado!
Jacques Chirac habla varias veces de Giscard. Con unas cuantas palabras, lo ejecuta. Se comprende, entonces, que Chirac, hombre cordial, simpático, poseedor de un apetito envidiable, bebedor excelente de la cerveza mexicana Corona, es también un matador, torero diestro y limpio.
Se comprende el desprecio de un verdadero republicano por un falso aristócrata.
Pero el buen matador es reconocido, por otro gran torero: François Mitterrand, quien abandonará a la televisión la solitaria solemnidad de Balladur, primer ministro impuesto electoralmente por Chirac, quien se apresura a traicionarlo, mientras platican, Mitterrand y Chirac, durante media hora a solas, en el interior de la alcaldía de París. El presidente socialista, escribe Chirac, le dice: "es su turno".
En esa época nadie daba un quinto por la elección del hombre que se negó a apoyar la guerra en el Medio Oriente decidida por George W. Bush. Era enero de 1995.
Hoy sería rica si hubiese cifrado mis apuestas con los comerciantes de mi barrio. Algo conozco del poder gracias a la lectura de William Shakespeare y a los encuentros con algunos ex presidentes de México y de Francia. Sí, el poder corrompe.
El poder absoluto corrompe absolutamente. Jacques Chirac supo evitarlo. Y ése es el misterio de ese hombre.
EEM