Editorial

López Obrador, impugnando su derrota

2012-07-10

Peña Nieto  demostró mesura, decencia y civilidad frente a la campaña de...

José Manuel Rodríguez Solar

Nunca como ahora, ni en el 2006, habíamos visto tanto encono en torno de las campañas y las elecciones para la presidencia de la República. Nunca tanta animadversión en contra de un solo candidato y hacia un solo partido, algo así como un  rencor arraigado en el ánimo de las tropas de la oposición de Enrique Peña Nieto y del PRI.  Tiran piedras  como si estuvieran libres de culpa de las acusaciones que hacen a mansalva y que miran en los demás. Dichas manifestaciones son hasta cínicas, ridículas y corrientes. Protestas llenas de insultos y sin fundamento que quieren conseguir de esa forma el poder presidencial, sin ninguna otra intención más que la ambición y la avaricia para satisfacer sus fines perversos. Para enriquecerse de la corrupción inmunemente con la gracia que les da el poder que quieren alcanzar a como dé lugar, sabiéndose que son perdedores democráticamente.

Sin embargo Peña Nieto  demostró mesura, decencia y civilidad frente a la campaña de difamación, insultos y agresiones que protagonizaron los dos partidos opositores y enemigos acérrimos, el PRD y el PAN, que en ninguno de los actos y mítines donde los candidatos contrincantes hicieron uso de la palabra, no dejaron de atacarlo; hasta lo emboscaron en algunas ocasiones, como en la Universidad Iberoamericana, en Querétaro y en Puebla, entre otros templetes.  En toda ocasión estuvieron al acecho para injuriarlo, difamarlo y agredirlo. Aún así, juntos y de a montón, no pudieron con él  ni lo derrotaron, por el contrario, la guerra sucia que emprendieron le dieron la victoria, al haber visto como los otros contendientes lo denostaron, sólo por un antagonismo partidista y perverso, sin causa ni razón.

Las acusaciones y descalificaciones fueron solo de palabras altisonantes que el prisita con mucha inteligencia ni las tomo en cuenta ni se rebajo a responderles siquiera, no se enlodo con ellos. Hasta en su vida familiar y privada se metieron. Aún así, ni Vázquez Mota ni López Obrador juntos, pudieron hacerle daño ni menguar su campaña. Les gano a la buena y de frente, sin esconderse ni por la espalda. En realidad los oponentes y contrarios le dieron el triunfo, como contrincantes fueron pésimos. Su encono se les reviró como un bumerán.

¿Quiénes son esos perredistas inconformes?, porque no son todos. Ni falta que hace decirlo, ya todos lo sabemos, están bien ubicados, los estamos viendo todavía dando sus últimos coletazos de ahogados, resentidos y amargados, arguyendo ahora, después de un nuevo conteo de voto por voto, que finalmente resultó casi exacto con las primeras cifras antes del recuento,  que la elección fue fraudulenta por gastos excesivos en la campaña de Peña Nieto y por la compra de votos de parte del PRI  con unas tarjetas de Soriana. Según la contabilidad perredista, el PRI gasto 1,800 millones de pesos en su campaña. Otro cuento y una sola intención de López Obrador y el PRD, anular la elección con este argumento, ya que no le queda otro.

Así pues,  partido y personaje,  se comportan como pésimos perdedores y dan muestras de insolencia  y de que no saben perder. Más aún, incitan a la población a inconformarse por su derrota, yendo ellos, los personajes de la cúpula, atrás y tras las cámaras y micrófonos dando órdenes y envenenando a  los incautos para que vayan adelante como sus "escudos humanos" en las manifestaciones y marchas contra el resultado de las elecciones, volteándolos no solo contra Peña Nieto y el PRI,  sino que ahora es contra todos a quienes consideran sus enemigos, contra los que no votaron por López Obrador y el PRD; incluso contra el IFE, como arbitro de la elección, porque no le concede la anulación de la elección;  contra el TRIFE, porque dicen que "no va a resolver a su favor"; y por último contra Soriana,  por el cuento de sus tarjetas. Este es el nuevo capítulo,  después de las elecciones, que tenemos que aguantar. Nada tienen que perder, porque ya perdieron. Quieren ganar a la mala, violentando al país. Y efectivamente,  nos está uniendo a todos los mexicanos, como nunca antes habíamos estado unidos, pero en su contra.

No sólo ataca y menosprecia a sus oponentes, sino que su lanza de infundios llega hasta las instituciones electorales y empresas privadas que nada tienen que ver con su derrota, que únicamente cuentan los resultados y velan por la seguridad y legalidad de los comicios. En resumidas cuentas, lo que López Obrador está impugnando es su derrota, no las elecciones. Quiere que una vez más le ratifiquen que perdió.

No les entra en su cabeza a los inconformes y perdedores que los que votaron por el PRI pensaron en el bien de México y por el bienestar de los mexicanos, por un gobierno eficaz, receptor y ejecutor de las demandas y proclamas de la población, un gobierno inteligente; haciendo a un lado los emblemas y colores de los partidos, la popularidad de los candidatos o su filiación partidista. Votaron deseando un gobierno humano, inteligente y solidario con el pueblo. Analizaron a cada candidato y decidieron por uno.  Aquél a quién le dieron mayor credibilidad y capacidad sobre los demás. Por eso voto la mayoría por Peña Nieto y descalificaron a López Obrador y a Vázquez Mota, los dos peleoneros.

Dentro de las otras tres opciones no encontraron otra mejor. Esta es la razón del resultado a favor de Peña Nieto. Ya sabemos que para gobernar no bastan las buenas intenciones ni las promesas, menos si no tienen el conocimiento e inteligencia para la más difícil de todas las tareas y responsabilidades, la del presidente de la República.

Por estas razones votaron por el candidato del PRI, no precisamente por el PRI. Reflexionaron quien sería el mejor. No fue ni televisa, ni Soriana, ni TV Azteca, ni el mismo PRI, ni la publicidad, ni nadie,  ni nada, quién los indujo al voto, fue solamente su decisión personal sin ninguna coacción, solamente pensando en el bien de México y el bienestar de los mexicanos; aunque no lo quieran ver ni entender los que protestan contra Peña Nieto, fanatizados y embrujados por López Obrador, el más protestante de todos los mexicanos.

Es un insulto y una difamación decir y aseverar, sin pruebas físicas, que los que votaron por Peña Nieto son corruptos y que vendieron su voto. A este extremo ha llegado a decir el que pretendía ser el presidente de los mexicanos, que los más de 33 millones,  que no votaron por López Obrador, son prácticamente delincuentes. No sólo está en contra de Peña Nieto, sino contra las dos terceras partes de la población. Acaso debemos quedarnos callados y aceptar semejante difamación pública. López Obrador debería retractarse si tiene honor y decencia. Que le busque por donde quiera, menos por allí. No debemos permitírselo. Ahora somos más en su contra que antes de que perdiera las elecciones por segunda vez.

Como dato curioso la mayor parte de los votos para el PRI no fueron de los militantes prisitas, sino de otros partidos que se dieron la vuelta a la mera hora, viendo tan flacos a los candidatos de sus partidos y viendo en puerta su derrota. Incluso votos a favor del PRI provinieron de militantes de otros partidos. Tal es el caso del voto "inteligente, valiente  y razonado" de Vicente Fox, un caso insólito, en claro desafío y afrenta a su partido al hacer pública su decisión; mensaje que fue percibido por todos aquellos que por ningún motivo querían a López Obrador, que lo vieron tenebroso, sabiendo además que su partido llevaba las de perder. Que mejor muestra de la libertad y conciencia del voto pensando en el bien de México y no por una aventura de un cambio sin saber a dónde. Que no salga entonces López Obrador ni el PRD a decir que el voto de Fox fue comprado por el PRI.


 
En realidad la mayoría voto por Peña Nieto, no precisamente por el PRI y haciendo a un lado sus partidos.  Todos queríamos que por ningún motivo López Obrador nos fuera a gobernar. Ninguno creímos en su promesa de que se iba a portar bien y que iba a ser amoroso, ya no belicoso. El PRD perdió por postularlo a él, mejor hubiera sido en este caso Marcelo Ebrard, que no estaba quemado.  Así pues, como en estos casos, los que votaron por Peña Nieto, creyeron en sus  propuestas y compromisos firmados, tomando en cuenta y comparando las otras de los demás candidatos, promesas que fueron de pura lengua.

No se puede juzgar ni reprobar lo que no se ha visto ni se ha vivido. Juzgaremos a Peña Nieto dentro de seis años, no se vale antes de comenzar. Ya basta de que un puñado de agitadores de la política nos divida y nos encone contra nosotros mismos. Que se enfrenten ellos, los inconformes,  y por las vías legales y constitucionales. Que sean las autoridades competentes las que resuelvan las disputas y reclamos.

Es necesario ponernos de acuerdo y dejar a un lado las diferencias partidistas de unos cuantos que quieren movernos y agitar con causas ajenas que no son las nuestras. Es hora de despertar y dejar de soñar. Que la razón sea el árbitro de las disputas. Bastante agitado esta el país para seguirlo convulsionando. La democracia, que sea útil y no desgastante ni vergonzante como la que ejerce el PRD y la denigra López Obrador, quién tiene como su enemigo número uno a él mismo con su manera de ser y comportarse. Por no saber perder.

No debemos permitir que se destruya el Estado de Derecho y que se convierta en un Estado fallido como quisiera el Partido de la Revolución Democrática que no hace honor a su nombre ni a su identidad, menos López Obrador quién ha hecho a este partido su bastión y testaferro, al grado tal que tiene divididos a sus militantes en medio de una larga crisis que cada día empeora. Nadie olvida la traición que le jugó al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, fundador de ese partido que lo acogió cuando desertó del PRI, para luego distanciarse de él y hacerlo a un lado, prácticamente lo corrió, o hizo que mejor se fuera antes que estar a su lado.

El pueblo no olvida ni pierde la memoria de sus fechorías, agitaciones y afectaciones que el mismo resucita y nos la recuerda cuando lo vemos comportándose igual que siempre, se las cobra en las urnas, como en estas pasadas elecciones, que le cobro su comportamiento por su conducta postelectoral y su desafío al presidente electo en el 2006.

Que cada quién proteste y se inconforme por su causa, pero que no se junten ni se revuelvan unas con otras. Que cada quién opte por la vía que considere más prudente para tener éxito, pero está mal visto que se hagan un montón y se aglutinen para ejercer una presión que a veces es innecesaria y si perjudicial. Que cada quién vele por su santo. No somos números, somos personas y cada quién somos individuos. Es una aventura de alto riesgo desafiar al gobierno y las instituciones por vías no democráticas y no legales. El gobierno, debe mantener la paz, la tranquilidad y preservar el Estado de Derecho. Inculcar y ejercer la cultura de la legalidad. A eso se debe su existencia y debe ser su finalidad. Quién altera el orden público debe atenerse a las consecuencias. Ya basta de plantones, marchas, protestas callejeras, cierre de calles y vías de comunicación, asalto a las instituciones, etc. Son actos delincuenciales sujetos a sanciones de la ley, que es la que nos manda y gobierna a todos sin excepción y sin inmunidad ni fuero. Basta de actos vandálicos, bastante tenemos con el azote del crimen organizado para aguantar más calamidades.

Los delitos contra el orden público están tipificados en el Código Penal, que comprende apartados en los que se tipifican las siguientes conductas delictivas: sedición, atentados contra la autoridad, sus agentes y los funcionarios públicos, resistencia y desobediencia, desórdenes públicos, tenencia, tráfico y depósito de armas, municiones o explosivos, delitos de terrorismo, etc. No hace diferencia entre el desorden público y el terrorismo, no hace excepción entre un terrorista o narcotraficante, con el de un manifestante, bloqueando las vías de comunicación y alterando el orden público.

No por ser López Obrador o pertenecer al PRD se va a actuar al margen de la ley  y a afectarnos a todos, a desconocer una elección o a querer imponerse como presidente. El gobierno tiene que actuar sin timidez y hacer que se respeten las leyes, que toda manifestación no altere el clima de paz y el orden público que todos los mexicanos deseamos.



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