Panorama Norteamericano

El nuevo síndrome de Estocolmo

2013-07-28

Lo irónico es que el mandato es secreto, pero los estadunidenses, teniendo ojos y orejas en...

Pierre Charasse, La Jornada

Con las recientes revelaciones sobre el espionaje masivo realizado por los servicios estadunidenses contra sus aliados más cercanos, como la Unión Europea o México, lo que más sorprendió es la tibieza de las reacciones de los gobiernos agredidos, a veces su falta de reacción o, peor aún, la justificación de tales actos. La prensa occidental tampoco fue muy virulenta contra esta actitud tan grosera y de prepotencia.

Los europeos minimizaron el asunto y pidieron " pour la forme" explicaciones a Estados Unidos, cuando en realidad conocían perfectamente la capacidad de los servicios estadunidenses de escuchar cualquier mensaje, telefónico o electrónico, que circula en el mundo. Fingieron posturas de "vírgenes espantadas" cuando la prensa reveló el tamaño del escándalo. Amenazaron posponer el inicio de las negociaciones del gran tratado comercial transatlántico (TTIP) previsto para el 8 de julio. Pero no pasó nada, la primera ronda de negociación tuvo lugar normalmente en Washington del 8 al 12 de julio y la siguiente tendrá lugar en Bruselas en octubre. Todo como está previsto.

Sin embargo, esta negociación debería estar estrechamente relacionada con las denuncias de espionaje que sufrió la UE. Como se sabe, en los temas comerciales los estados europeos transfieren sus competencias a la Comisión Europea, quien negocia en nombre de los 28 países miembros. Los gobiernos dan un mandato de negociación a la comisión, que fija los objetivos a alcanzar y los intereses europeos a defender. El mandato fue aprobado el 14 de junio (únicamente en inglés), pero no fue dado a conocer ni al Parlamento Europeo ni a las opiniones públicas. Se supone que es un documento secreto que establece el margen de maniobra que tendrá la comisión durante los meses de negociación, en cuestiones muy sensibles para el modelo de desarrollo del proyecto europeo.

Lo irónico es que el mandato es secreto, pero los estadunidenses, teniendo ojos y orejas en todas las oficinas de la Unión Europea, conocen en detalle cuál es el margen de negociación de los europeos y sus " fall back positions", o sea las últimas concesiones que podrían hacer frente a las exigencias americanas para concluir el acuerdo en 2015. Naturalmente, las opiniones públicas europeas no tienen acceso a tal información, a pesar de la promesa de la comisión de ser totalmente transparente.

Es un tratado de importancia estratégica, porque si se aceptan las exigencias de Washington, la UE tendrá que renunciar a muchas de sus políticas, lo que puede provocar la ira de muchos ciudadanos europeos. Los negociadores prefieren limitarse, como el gobierno de México cuando se refiere al Transpacific Partnership (TPP), a anunciar la creación de miles de empleos y un impulso al crecimiento (ver artículos sobre el TPP y el TTIP de Jorge Eduardo Navarrete y un servidor en La Jornada del 1 de junio, 22 de junio y 18 de julio), omitiendo las concesiones tremendas que deberán hacer y que afectarán sectores enteros de la economía.

En el caso de la UE se trata ni más ni menos de transformar la zona euro-atlántica en un vasto TLC tipo México-Estados Unidos, obligando a la UE a renunciar a lo que hacía su originalidad en término de proyecto político y social. La ofensiva americana contra la "excepción cultural" europea es muy fuerte y pretende abrir totalmente el mercado europeo a las producciones hollywoodenses, prohibiendo a los estados europeos subsidiar sus industrias culturales y cinematográficas en general. Pese a las protestas de Francia, el negociador europeo Karl de Gucht no descarta poner el tema en la mesa si Estados Unidos insiste y trata de bloquear todo el acuerdo TTIP si no obtienen satisfacción.

¿Cómo se explica una reacción tan débil de los europeos cuando sus intereses están directamente en juego? Una de las razones es que desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, y sobre todo después de los atentados del 09/11/2001, Estados Unidos aprovechó el contexto para imponerse como la potencia dominante en el mundo, y exigió de sus aliados cerrar filas bajo su liderazgo para cementar el bloque occidental frente al resto el mundo y darle más homogeneidad con base en intereses comunes, y en primer lugar los intereses estadunidenses. Por supuesto, la prioridad era fortalecer el liderazgo americano como gendarme del bloque occidental. Los europeos estuvieron de acuerdo y "compraron" hasta el concepto de guerra preventiva. Aparte de reforzar la cooperación contra el terrorismo su objetivo era impedir la emergencia de un mundo multipolar, con grandes actores como la UE, China, Brasil, India y Rusia. Hasta la fecha Washington nunca aceptó la idea de un mundo multipolar (en la cual creyeron ingenuamente muchos líderes europeos durante años, como Mitterrand o Chirac) en el cual la Unión Europea hubiera podido tener una cierta autonomía política, y desarrollar una fuerza militar propia, dentro de la OTAN, pero independiente.


Desde la Segunda Guerra Mundial, sobre todo durante la guerra fría, los intercambios de información entre servicios especializados fueron intensos pero generalmente en un solo sentido. Los americanos piden todo y no dan nada a cambio. Es el caso de las listas de los pasajeros de los vuelos trasatlánticos. Es parte de una política llamada smart borders o fronteras inteligentes, que permite a los servicios estadunidenses, apoyados por los servicios israelíes y empresas privadas de seguridad, realizar controles extraterritoriales en aeropuertos y puertos extranjeros.

La lucha contra el terrorismo lo justifica todo y permite, entre otras cosas, desarrollar un potente dispositivo de inteligencia económica (antes llamado espionaje industrial) que les deja contar con agentes de Aduanas en puertos europeos certificados, donde tienen acceso a todo la información sobre los productos industriales o agrícolas que se embarcan para Estados Unidos desde su lugar de producción. Otra arma económica estadunidense contra sus aliados y rivales comerciales es la pretendida lucha contra la corrupción en las transacciones comerciales internacionales. Estados Unidos promovió en la OCDE, en 2000, la negociación de una convención contra la corrupción, firmada por todos los miembros de la OCDE, que prevé sanciones penales muy fuertes contra los funcionarios públicos que aceptan comisiones ilegales. Pero las grandes firmas americanas aeronáuticas o de armamento, grandes corruptoras, inventaron las foreign sale corporations, empresas extraterritoriales con sede en paraísos fiscales exóticos que no están vinculados con ningún tratado internacional y pagan las comisiones que oficialmente las compañías con sede en Estados Unidos se comprometieron a no cubrir más. Y los europeos tuvieron que aceptar este subterfugio sabiendo que con ello no solamente no se va acabar con la corrupción internacional, sino también se crean condiciones de competencia desleales. Muy hábilmente, los estadunidenses manipularon y utilizaron la ONG Transparencia Internacional para designar y estigmatizar, sin ningún rigor científico, a los estados más corruptos y chantajearlos. El derecho anglosajón (comon law), que se impone cada vez más en países de tradición romano-germánica (o de derecho continental), permite la negociación de multas limitadas (plea bargaining), si la empresa corruptora confiesa su pecado y pide perdón. Esta fórmula jurídica no existe en el derecho europeo, lo que rinde sin efectos la convención contra la corrupción. Es en este contexto, por ejemplo, que tiene lugar una guerra comercial sin piedad entre Boeing y Airbus.

Esta actitud servil de los europeos se parece mucho a lo que se conoce como el síndrome de Estocolmo. Hace años sicólogos y sicoanalistas estudiaron el comportamiento de víctimas de secuestro o presos, como durante las dictaduras militares del Cono Sur o en los campos de concentración nazis. Es frecuente que las víctimas terminan por sentir simpatía por sus verdugos, justifican los malos tratos recibidos, se hacen cómplices de ellos por miedo o, peor aún, terminan por compartir sus sentimientos u objetivos. Sienten lealtad hacia el personaje o el sistema que les aplasta, y se autoculpabilizan, se envilecen para glorificar más a los que quebraron su voluntad y tienen un dominio total sobre sus mentes.

Hay algo de eso en la actitud de los europeos. Lo claro es que no hay que esperar de la Unión Europea la menor crítica a la hiperpotencia por Guantánamo, las guerras en Irak o Afganistán, los drones mortíferos, el espionaje masivo, el trato a Evo Morales y muchas otras infamias. Tanto los gobiernos como los medios occidentales consideran que sus "amigos americanos" son los primeros defensores mundiales de la democracia y de los derechos humanos, y que en el interés del bloque occidental la solidaridad con ellos no deja espacio para la crítica. Se les perdona todo.

Se cerró la ventana de oportunidad que tenía la Unión Europea hace 20 años, en asociación con muchos países no occidentales, de ofrecer una alternativa para construir un mundo multipolar más equilibrado y una nueva arquitectura internacional liberada del mundo bipolar. Los BRICS, conjunto económico creciente pero sin fuerza política, no tienen la capacidad de hacer un contrapeso al bloque occidental, porque no tienen la misma unidad ideológica, cultural, racial e historia en común que se forjó a lo largo de los años de la guerra fría. China y Rusia son las únicas potencias que pueden poner frenos a la voluntad hegemónica de Estados Unidos, pero tienen también muchos intereses que cuidar y se manejan con prudencia, como lo mostraron en el caso Snowden. Occidente está convencido de que todavía tiene la misión sagrada de dirigir el mundo privilegiando sus intereses. Controla los nuevos foros, como el G-20, que no se aleja de la línea trazada por el G-7, y el FMI no puede moverse sin el consentimiento de Estados Unidos, único país con derecho de veto en esa institución. Cualquier cambio en los derechos de voto en el FMI que pudiera modificar la relación de fuerza entre los estados miembros para tener en cuenta el peso creciente de los países emergentes no se puede hacer sin el consentimiento de Estados Unidos, o sea, nunca.

Ahora es de América Latina que nos vienen mensajes de dignidad e independencia. Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua se atreven a desafiar el gigante del norte y sus aliados europeos. Merecen nuestra admiración y todo nuestro apoyo. Desgraciadamente, México decidió mantenerse a distancia de este debate fundamental para el futuro del mundo y prefiere buscar hipotéticas ventajas de corto plazo en una relación con Estados Unidos totalmente desigual, dándole la espalda al resto de América Latina.



EEM

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna

Utilidades Para Usted de El Periódico de México