Punto de Vista
La Revolución, alba roja de la integración norteamericana
Claudio Lomnitz, La Jornada
Una cosa de la que se habla poco es que la Revolución Mexicana tuvo a la relación fronteriza y a la integración norteamericana como condición de posibilidad. Por eso es incorrecto imaginar que la Revolución Mexicana sea un hecho pretérito, carente de significado en el presente, aun cuando su gran protagonista, el campesinado y la clase jornalera, represente hoy una fracción minoritaria de la población. No hay que dejarse distraer por la aparente obsolescencia de tanto calzonudo: la Revolución fue el alba roja de la integración norteamericana, y principio de la era de integración y repulsión entre México y Estados Unidos (EU) que vivimos hoy.
Se discute si la Revolución fue o no una revuelta antimperialista y nacionalista, o si fue ante todo una revolución agraria, levantamiento de pueblos reclamando tierras y autonomía frente a un Estado que se aliaba con los grandes propietarios. Pero independientemente de si la violencia revolucionaria se dirigiera contra intereses estadunidenses (a veces sí lo fue, otras muchas no), la revolución tuvo en la relación con EU, y en la realidad estratégica de la frontera norte, tanto una razón de ser como una condición de posibilidad.
El papel de la integración económica con EU como causa de la revolución es bastante conocido. Finalmente, la inversión masiva de capitales estadunidenses había apuntalado el crecimiento sostenido del porfiriato durante dos décadas. Ese crecimiento contribuyó también a la polarización social y la concentración de la propiedad que estaban en la base del fermento revolucionario. En este sentido, como bien ha señalado Alan Knight, la inversión estadunidense fue una de las causas de la revolución, independientemente de si los revolucionarios la hacían o no objeto de ataque o escarmiento. (De hecho, hubo la tendencia a perseguir más a los estadunidenses que venían a México como colonos los mormones en Chihuahua, por ejemplo que a los enclaves de capital estadunidense, por ejemplo las empresas petroleras; sin embargo, no se puede decir que los colonos hayan sido un factor causal de la revolución mayor que los enclaves petroleros o mineros.) Dicho mal y pronto, la consolidación del Estado porfiriano se basó en importación de capitales y en una economía de exportación. El capital y el mercado estadunidenses fueron factores fundamentales en ese proceso. Por eso la inversión de ese país puede ser entendida como un elemento causal de la revolución.
Pero hay también mucho más que eso. La integración económica con EU fue también, desde el principio, una integración social. La inauguración del primer ferrocarril que comunicó a México con EU, en Ciudad Juárez y El Paso, en 1884 fue también como señal de partida para migrantes, aventureros, inversionistas y especuladores, de lado y lado. Según se fue endureciendo la dictadura porfirista, los poblados del lado estadunidense de la frontera comenzaron a recibir exiliados políticos, que frecuentemente se organizaban en clubes políticos y que publicaban periódicos que en México se hubieran reprimido. La frontera se convirtió en un espacio de opinión para México, y un pulmón para los movimientos de oposición, que se reunían en casas de opositores en poblados como Brownsville, Del Río, Waco, El Paso, San Antonio, Douglas, Tucson, etcétera.
Además, en EU había, como hay, libre venta de armas. Como regla general, los mexicanos del otro lado de la línea tenían armas, y podían también acumularlas o contrabandearlas al lado mexicano. Más allá de la acumulación de armas por motivos políticos, la frontera atrajo comerciantes en armas, y el negocio de las armas a lo largo de la frontera se fue convirtiendo desde entonces en el rubro lucrativo.
En parte por eso, justamente, los revolucionarios por lo general se interesaban en sostener las economías de exportación en el norte de México. Interesa recordar que en medio de todo el caos revolucionario, México sostuvo sus exportaciones en petróleo, cobre, carne, etcétera a lo largo de la revolución: los revolucionarios dependían del mercado estadunidense para hacer la guerra. Eso es quizá síntoma de la profundidad de la integración que se había conseguido después de 30 años de gobierno porfiriano.
Otro síntoma interesante de integración fue la política estadunidense ante la revolución. Ya en 1898 Francisco Bulnes había alegado que EU no buscaría anexar a México, porque, aunque su ejército podía vencer fácilmente a las fuerzas armadas de México, no tenía los recursos para una ocupación sostenida. El alegato de Bulnes pareció confirmarse con las estrategias de intervención estadunidense durante la guerra, que evitaron la estrategia de la invasión total (que sí usó en Haití, República Dominicana y Nicaragua), y optó mejor por intervenciones "quirúrgicas" y supuestamente limitadas, como la invasión de Veracruz y de Tampico, o como la expedición punitiva del general Pershing.
Dos cosas. Primero: parte de la razón por la que no se intentó la anexión total del territorio fue, justamente, el nivel de integración entre los dos países (había muchos intereses y pobladores estadunidenses en México, y una guerra total con México los convertiría automáticamente en blancos de ataque); segundo: la estrategia estadunidense fue entonces de tratar de cerrar o administrar la frontera, militarizándola y utilizando instrumentos jurídicos (leyes de migración, leyes de neutralidad) para intentar influir en los resultados del conflicto armado. Así, buen número de jefes magonistas fueron a la cárcel por ese motivo; lo mismo que terminaron en la cárcel (o muertos en el intento de escapar) jefes de la reacción, como Victoriano Huerta y Pascual Orozco.
A escala cultural y de conciencia política, la integración con EU tuvo también un impacto sensible. Mencionamos la importancia de la frontera en la supervivencia de la prensa de oposición en tiempos de don Porfirio. Es fácil desestimar el significado de esto, por el alto porcentaje de analfabetismo que había en México en la época (según el censo de 1895, sólo casi 17 por ciento de los mexicanos sabían leer; para 1910 la proporción era cercana a 22); sin embargo, los efectos culturales de aquello se diseminaban de formas misteriosas y bastante amplias, debido a lo que el antropólogo Robert Redfield, que trabajó en Morelos poco después de la revolución, llamó el "continuo folk-urbano", es decir, debido al hecho de que las culturas orales y campesinas tenían puntos de contacto con la cultura letrada, usualmente en cada cabecera municipal.
La relación de integración con EU fue, entonces, condición de posibilidad de la revolución en muchos sentidos. Económicamente y militarmente, la revolución dependió de los ferrocarriles construidos por capitales e ingenieros estadunidenses y británicos; dependió también de la economía de exportación que se había creado, justamente para comprar armas. Política y culturalmente, el espacio fonterizo se convirtió en una prótesis de la sociedad nacional, una proyección más allá de la frontera, que permitía algunas posibilidades de organización muy apreciables. Por su parte, EU encontró que sus inversiones masivas en México limitaban en cierto sentido su radio de acción militar, su estrategia no podía ser ya la de la anexión de un territorio, como había sido en 1848, ni tampoco podía ser el simple control militar directo. La integración misma impedía que esa fuera la política.
La integración de entonces no era, ni es hoy, una disolución de las diferencias entre México y EU, sino al contrario: se fundaba (y se finca hoy) en la enorme productividad justamente de esas diferencias. Es una integración funcional entre partes especializadas, y no la disolución de las diferencias en una nueva unidad cultural y política. Pero no hay tampoco que irse con la finta de que las fronteras patrulladas de los tiempos de la revolución y de hoy, y que la retórica nacionalista y antiyanqui de la revolución y de hoy, significan una falta de integración.
EEM