Campirano

¿Adónde va la reforma del campo?

2014-06-10

En contraste, resisten y subsisten zonas blancas, regiones vitales donde aún se mantienen...

Víctor M. Toledo, La Jornada

Los espacios del mundo se han convertido en un ajedrez surrealista; en un tablero de zonas negras y blancas de tamaño irregular, que resultan de miles de pequeñas batallas locales y regionales. Las áreas negras son los territorios donde han terminado por dominar los proyectos de muerte, las zonas devastadas social y ambientalmente por la extracción petrolera y la minería a cielo abierto, las supercarreteras, las costas afectadas por las factorías piscícolas o los megaproyectos turísticos, los extensos campos de golf, los mares sobrexplotados o contaminados por petróleo o por venenos agrícolas, y por supuesto los gigantescos monocultivos para la producción de cereales, carne o biocombustibles. En Sudamérica se ha formado el mayor hoyo negro de la historia natural del planeta: 40 millones de hectáreas donde cualquier rastro de la diversidad de la vida se ha abolido y sustituido por una sola especie: soya transgénica, vendida por las empresas biotecnológicas y puntualmente rociada de venenos químicos por aviones de todo tipo*. En conjunto, los proyectos de muerte han logrado romper dos récords Guiness: se ha alcanzado la mayor inequidad social de la historia, y se ha arribado al mayor deterioro ecológico del planeta de que se tenga registro*.

En contraste, resisten y subsisten zonas blancas, regiones vitales donde aún se mantienen equilibrios entre la vida, el agua, la energía y los humanos. Son las regiones donde una fórmula secreta, producto de la historia, la cultura y la memoria, siguen deteniendo los nubarrones de muchos proyectos modernos. Su gran secreto es una alianza, una comunión biocultural, que existe desde hace cientos o miles de años entre los pueblos que se reproducen de manera tradicional y sus naturalezas. Los beneficios son recíprocos pues conforman un proceso coevolutivo. Son los pueblos que la modernidad sitúa como arcaicos, atrasados, improductivos y en suma, como no competitivos o no calificados para formar parte del "desarrollo". Estimamos que estos pueblos tradicionales, que incluyen indígenas hablantes de 7 mil lenguas, campesinos, pescadores artesanales, pastores, afro-descendientes y otros, están representados hoy día por una población de entre mil 300 y mil 600 millones.*

Pues bien, en el proceso de echar abajo los dogmas sobre los que se sustentan las visiones dominantes sobre el campo, en los últimos meses hemos visto aparecer una evidencia contundente sobre la vitalidad de esos pueblos, que la ideología de la modernidad, sus intelectuales y voceros habían ignorado, ocultado o soslayado. En la producción global de alimentos estudios recientes realizados por la FAO han mostrado que son los pequeños productores de carácter familiar, ensamblados o no en comunidades tradicionales, los que generan la mayor parte de los alimentos para una población de 7 mil millones*. Ello llevó a la FAO a declarar 2014 el Año de la Agricultura Familiar. La creencia dominante era que los alimentos, procedían mayoritariamente de la agricultura industrializada y basada en máquinas, agroquímicos, petróleo y un modelo de especialización productiva que reduce o elimina la diversidad biológica y genética. Los datos reportados contradicen esa creencia, confirmando la veracidad de estudios científicos que revelaban la mayor eficacia ecológica y económica de la pequeña producción familiar y/o campesina por sobre las grandes y gigantescas empresas agrícolas*.

Al descubrimiento de los investigadores de la FAO, hoy se viene a sumar un estudio realizado por la organización civil Grain (ver: www.grain.org ) que ajusta las cifras en función de la propiedad de la tierra (ver: Silvia Ribeiro, La Jornada, 31/5/14). El estudio de Grain es devastador: los pequeños agricultores del mundo producen la mayor parte de los alimentos que se consumen con solamente 25 por ciento de la tierra y en parcelas de 2.2 hectáreas en promedio. Las otras tres terceras partes del recurso tierra están en manos de 8 por ciento de los productores: medianos, grandes y gigantescos propietarios como hacendados, latifundistas, empresas, corporacionesÂ… que por lo común son los que adoptan el modelo agroindustrial. Concluyendo: dadas estas evidencias, el mundo se aproxima nuevamente al espinoso tema de las reformas agrarias, un asunto pendiente que aún en los países con gobiernos progresistas no se atreven a abordar (Brasil, Argentina o Chile).

Todo esto tendrá, ya está teniendo, profundas repercusiones sobre las políticas públicas, las inversiones en la producción industrial de alimentos, la investigación agrocientífica y, por supuesto, la injusta estructura agraria. Otra vez están las élites rurales, los grandes propietarios agropecuarios, en el banquillo de los acusados. En esta ocasión hay, sin embargo, un nuevo elemento en su contra: la crisis ecológica. Así como son los grandes consorcios petroleros, automovilísticos, energéticos, mineros, cementeros, etcétera, en contubernio con los gobiernos de las principales potencias industriales, los causantes mayores y primarios de la contaminación global, generadores de la crisis climática, también son los grandes propietarios agrícolas, pecuarios y forestales, los principales causantes de la debacle ecológica en el campo. Los agronegocios y sus modelos agroindustriales, incluyendo las cadenas de distribución, comercialización y venta de alimentos generan además entre 25 y 30 por ciento de los gases que causan el efecto invernadero (metano, bióxido de carbono y óxido nitroso). Frente a los escenarios del futuro próximo, donde habrá que generar alimentos para otros 2 mil millones de seres humanos que nacerán de aquí a 2050, el embrollo neoliberal, es decir, el del capitalismo corporativo, no tiene salida. No obstante, el último número de la revista National Geographic (millones de copias en todo el mundo) anuncia La nueva revolución alimentaria, un proyecto de la Fundación Rockefeller que busca justificar la permanencia del modelo agroindustrial y de paliar los "extremos". ¿Cómo justificarán ahora sus publicitados apoyos a la investigación agronómica, genética y biotecnológica (transgénicos) los multimillonarios Bill Gates y Carlos Slim? ¿Y las grandes empresas agro-técnológicas?

Son estos acontecimientos los que deben servir de guía y contexto a las discusiones que han comenzado en México, a raíz de la anunciada "reforma estructural al campo", si es que se trata de encuentros serios y no de meros simulacros para justificar mediante el voto de legisladores robots cambios ya decididos. Se trata de ubicarse en ese ajedrez surrealista que es hoy el mundo, un tablero por la supervivencia, del que México no puede sustraerse. Se trata, en fin, de abordar temas esenciales como la supremacía del pequeño productor, la cultura campesina, la soberanía alimentaria, la propiedad social, la justicia agraria y la opción agroecológica.



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