Internacional - Política

El debate en torno a la destitución de Dilma Rousseff crea fisuras sociales en Brasil

2016-04-15

El enfrentamiento entre Rousseff y sus adversarios en el Congreso ha abierto divisiones entre...

Por Reed Johnson y Luciana Magalhães, The Wall Street Journal

SÃO PAULO—El ánimo del país fluctúa entre la felicidad de un carnaval y la amargura de una pelea familiar, en momentos en que los brasileños aguardan la votación del domingo en el Congreso que decidirá si se impugna a la presidenta Dilma Rousseff.

En esta, la ciudad más grande de Brasil, los activistas a favor de la remoción de la presidenta han levantado tiendas y amarrado pancartas antigobierno en la principal calle comercial. Entre sus elementos de protesta está un gigantesco pato inflable amarillo, que alude a una expresión en portugués que se traduce como “no pagaremos la cuenta por lo que no es nuestra culpa”.

El lunes en Rio de Janeiro, intelectuales y artistas, entre ellos el cantautor Chico Buarque y el sacerdote y activista social Leonardo Boff, organizaron una manifestación a favor del gobierno en el barrio bohemio de Lapa y firmaron un manifiesto denunciando los esfuerzos de destitución como una amenaza para la democracia.

Sin embargo, el colorido teatro callejero subraya las fisuras sociales que se han ampliado durante la última década en medio de una economía debilitada y un creciente malestar del público frente a la corrupción de las élites políticas y económicas de Brasil.

El enfrentamiento entre Rousseff y sus adversarios en el Congreso ha abierto divisiones entre amigos en Facebook y familiares. Legisladores iracundos han lanzado puñetazos en la televisión nacional. Altercados más sangrientos se han producido entre los simpatizantes con camisetas rojas del Partido de los Trabajadores, al que pertenece Rousseff, y opositores que visten las camisetas “verde-amarelas” de la selección de fútbol.

“Todo esto termina siendo malo para la democracia en sí”, dice Pedro Fassoni Arruda, politólogo y profesor de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, quien al igual que muchos comentaristas han comparado la atmósfera a la de un agitado partido de fútbol.

La temperatura política de Brasil está subiendo en la antesala de la votación, luego de que un comité especial del Congreso votó el lunes para apoyar la recomendación de impugnación a la presidenta. Si dos tercios de la Cámara de Diputados vota el domingo a favor del proceso contra Rousseff, el caso será enviado al Senado para que inicie el juicio político.

Los cargos contra Rousseff se desprenden de acusaciones de que usó trucos contables para esconder un creciente déficit presupuestario. La presidenta niega los cargos.

Los políticos han fijado el tono agresivo del discurso alrededor del tema. La audiencia del lunes, que fue televisada, mostró a adversarios gritándose entre sí con arengas como “Dilma fuera” y “¡No habrá un golpe de estado!”. Los opositores del gobierno mostraron muñecos inflables del mentor y predecesor de Rousseff, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, vestido de prisionero.

Aunque las divisiones sociales de Brasil no son tan agudas como las de Venezuela, el descontento y la desilusión han perturbado la imagen de ser una sociedad tolerante y simpática que el país tenía de sí, a raíz de la multiplicación de desagradables incidentes de intimidación en las últimas semanas.

En la ciudad de Porto Alegre, en el sur del país, un pediatra se rehusó a tratar al hijo de un funcionario local perteneciente al PT. En São Paulo, el importante columnista deportivo Juca Kfouri recibió insultos frente a su casa después que se pronunció en público contra la impugnación de la presidenta.

Kfouri, quien escribe para el diario Folha de S.Paulo, dijo en una entrevista que no apoya al PT, pero que no cree que Rousseff haya hecho algo que justifique una remoción del cargo.

“Nunca he visto tal intolerancia”, dijo Kfouri, quien fue arrestado en 1971 por oponerse a la dictadura militar que gobernó Brasil por dos décadas antes que se restaurara la democracia en 1985. “Ya no podemos discutir sobre política”.

Algunos creen que el lado positivo del oscuro panorama brasileño es que los celulares y las aplicaciones de redes sociales han hecho que sea más sencillo que los ciudadanos del común tengan una voz en el agrio debate.

La cineasta Anna Muylaert, que se opone a la impugnación, dice que Brasil y otros países están experimentando un “período muy democrático e histórico” que augura buenas cosas a futuro.

El gran problema del país es el corrupto legado de su pasado, dice Muylaert, cuya película de 2015 “Que Horas Ela Volta?” aborda las sutiles tensiones de clase entre una adinerada familia de São Paulo y su devota mucama.

“Creo que eso proviene de la forma en la que fuimos colonizados hace 500 años, la forma en la que los portugueses vinieron a llevarse el oro, a usar a los indios y no pensaron en construir un país”, explica. “Esa es una maldición que aún continua”.

Sin embargo, por ahora muchos brasileños están esperando ansiosamente la votación del domingo y no se preocupan mucho por lo que vino antes o lo que vendrá después.

“Si se aprueba la impugnación, habrá una fiesta enorme”, dice Cezar Leite, quien lidera una rama regional de Vem Pra Rua (Sal a la calle), un grupo anti-Rousseff, en la ciudad de Salvador, en el estado de Bahia.

“Salvador se despertará en un carnaval”, asegura.


 



KC
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