Poker de Ases

López Obrador en tiempos de Facebook

2018-09-13

El pálido parlamentarismo que comenzábamos a transitar queda momentáneamente...

Jorge Zepeda Patterson, El País

López Obrador será el presidente mexicano con más poder de los últimos treinta años. Desde Carlos Salinas (1988-1994), ningún mandatario había gozado de tal alineación de factores a su favor. El pálido parlamentarismo que comenzábamos a transitar queda momentáneamente paralizado por la fuerza con la que llega a Palacio Nacional el tabasqueño. Un verdadero efecto pendular, un manotazo del Ejecutivo sobre el Legislativo y en buena medida sobre el resto de los poderes fácticos.

No es que Enrique Peña Nieto o para ese efecto los mandatarios anteriores estuvieran mancos. Pero es evidente que la alternancia política, la globalización, la complejidad creciente de la sociedad mexicana provocaron una fragmentación del poder en las últimas décadas en detrimento del presidencialismo. Cuando el ocupante de Los Pinos todavía era amo y señor de la clase política, Salinas depuso a 17 gobernadores a través de diversas vías jurídico-políticas. Los siguientes cuatro presidentes a ninguno.

Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto tuvieron que trabajar con mayorías precarias en el Congreso, con grupos de gobernadores empoderados, con dirigencias de los partidos políticos poco menos que extorsionadoras, con empresarios multimillonarios manumisos del Estado. En suma, el tablero de mando con el que el Ejecutivo operó en el pasado vio desaparecer palancas y botones que antaño le otorgaban peso específico a la voluntad política presidencial.

Algunos de esos botones y palancas perdidos han regresado.

Por un lado, el control que AMLO tendrá sobre su partido no lo ha tenido nadie. No es que sea el hombre fuerte de la organización, como pudo haberlo sido Peña Nieto en el PRI o Calderón en el PAN, simplemente es que Morena es el partido personal de López Obrador. Eso, y la mayoría que consiguió Morena en el Congreso, le permitirán al presidente mantener al poder Legislativo en un puño. Habría sido impensable, por ejemplo, que Peña Nieto hubiese logrado que los diputados y senadores redujesen sus escandalosos salarios y prestaciones, como habrán de hacerlo ahora (y no sólo porque el mandatario priista tenga alergia a la austeridad).

De igual forma, la autonomía que adquirieron los gobernadores estará matizada por la mayoría que alcanzó el partido en 19 de los 26 congresos estatales disputados. Y no solo por ello. La consolidación de las delegaciones federales en una sola súper oficina en cada entidad, dará al Gobierno central una enorme palanca de negociación frente a los otrora sátrapas del territorio. Por lo demás, los infames excesos de los gobernadores en los últimos años los han colocado en posición vulnerable frente a la opinión pública, algo de lo que, sin duda, el presidente habrá de beneficiarse.

Y es justamente en la opinión pública donde López Obrador encontrará sus mayores asideros. El triunfo con un 53% del voto popular, el más alto en décadas, le otorga un consenso que no deja indiferentes a los otros poderes fácticos. La iniciativa privada nacional y la internacional, todo indica, están haciendo esfuerzos para reacomodarse y llevar la fiesta en paz con el hiperactivo presidente electo. La Iglesia y los medios de comunicación, siempre tan obsequiosos con un nuevo soberano, lo son aún en mayor medida ante uno con tales índices de popularidad. Incluso los poderes salvajes (léase crimen organizado), estarían observando con interés el arribo de alguien que ha prometido una amnistía selectiva y la necesidad de negociar en lugar de responder con violencia a la violencia.

López Obrador arrancará su Administración en medio de un presidencialismo reloaded. Algunos círculos conservadores están preocupados por las ocurrencias perniciosas que podría provocar este empoderamiento. Otros consideran que es lo único que puede sacar al país de la inercia de sus problemas ancestrales. Los menos polarizados simplemente se preguntan si tal acumulación de fuerza le alcanzará para cumplir en alguna medida las enormes expectativas que su campaña generó con la prometida Cuarta Transformación de México. No importa cuántos botones se tenga en Palacio Nacional, ninguno mueve a Google, Facebook o cualquiera de las nuevas realidades del mundo. ¿Servirá para algo el presidencialismo hoy en día? Haga sus apuestas.



Jamileth

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