Una Luz en Mi Ventana

¡Pero que suerte tengo de ser cristiana!

2019-03-05

Era un hombre muy bondadoso, con buen humor, bromista, simpático, que sabía escuchar,...

Guadalupe García

Hace pocos días se fue al Cielo Don Rodrigo Fernández. Salas, don Rodri. Un hombre santo. Un sacerdote santo. A ver, no tengo ningún título en Teología ni en ninguna otra materia que me cualifique para dictaminar la santidad o no de nadie, pero a cualquiera que le preguntes te dirá que don Rodrigo es un santazo.

Yo no le conocí en profundidad pero lo que tuve la suerte de ver así ”en la superficie” es todo bueno: era un hombre muy bondadoso, con buen humor, bromista, simpático, que sabía escuchar, que no te metía prisa cuando hablabas con él; que si tenía que cantarte las cuarenta te las cantaba, con firmeza, con claridad y a la vez con todo el cariño y la delicadeza del mundo, pues si uno está mal lo último que necesita es que le corrijan con dureza y hundiéndole más en la miseria; con mucho sentido sobrenatural y mucho sentido común, y mucha mucha sabiduría porque había vivido muchos años y muchas cosas. Y muy generoso: con su tiempo, con su gasolina si tenía que irse de pronto a atender a alguien en la otra punta de la ciudad o del país, con su oración, con su tener a todo el mundo en la cabeza y en el corazón, con la puerta de su despacho siempre abierta para que quien le buscara no tuviera que hacer el esfuerzo de llamar…

Muchísima gente fue a despedirse de él en la cripta del oratorio del Colegio Tajamar, donde vivía desde… ¡casi desde siempre! De hecho a mí me pasa que pensar en Don Rodrigo es verle por Tajamar y viceversa, si pienso en Tajamar sale irremediablemente la figura de Don Rodrigo paseando por allí, solo o acompañando a alguien.

Yo tuve la suertaza de conocerle y de poder hablar con él en momentos de dificultad o de estar pasándolo mal y también en momentos bonitos y felices. Y alguna que otra bronca suya me he llevado, porque me la merecía. Pero ¡han sido tantísimas las veces que me he acercado a saludarle por los jardines del colegio, y que he sido yo la que más ha recibido!: cariño, bromas, simpatía, y esa mirada suya que sabías que estaba rezando por ti y tenía tus cosas en la cabeza…

¿Por qué te estoy contando estas cosas? Porque desde que supe que a Don Rodrigo le quedaba poquito tiempo en la Tierra se me hizo un nudo en el corazón y se me iban los ojos al Cielo constantemente; por un lado le pedía a Dios que le concediera una muerte plácida, una agonía lo más cortita posible; y por otro lado no quería que se lo llevara con Él, quería que se quedara aquí, ¡donde ha estado siempre!

Y esta experiencia triste y dolorosa de las últimas horas de Don Rodrigo en la Tierra, vividas desde la distancia propia de una mamá del colegio, que me iba enterando de las cosas a través de mi marido –que trabaja allí-, ha estado suavizada por el bálsamo de la presencia real y constante de muchos hermanos en la fe; muchos conocidos, muchos otros desconocidos pero todos hermanos por el Bautismo, hijos del mismo Padre, todos en unión gracias a Cristo y a su Iglesia.

De verdad, esto no es ninguna chorrada que me ha dado ahora por poner aquí; es algo muy concreto que he vivido durante estos días de forma más intensa, pero no sólo estos días, esta unidad de los cristianos la he vivido en más ocasiones, unas veces con mucha intensidad y otras a un nivel digamos, de usuario.

Formo parte de un grupo de WhatsApp que es para rezar: pedir oraciones por tus cosas y rezar por las intenciones y  necesidades de las demás personas. Ahí hay muchísima gente a la que no conozco en persona y seguramente nunca en mi vida la conoceré, ¡pero no me hace falta! Ya he experimentado su solidaridad, su arrimar el hombro incluso para hacer bricolaje si hace falta, su generosidad a la hora de apoyarme con sus oraciones y con su interés en el seguimiento del asunto en cuestión…

Estas personas han rezado por Don Rodrigo y eso ¡me ha dado tanta alegría! Rezaron por él porque una hermana en la fe se lo pidió. Y cuando se fue al Cielo siguieron rezando para pedirle al Señor que ya lo tuviera junto a Él y que diera consuelo y paz a sus allegados.

Y al día siguiente estas personas siguieron apoyándose unas en la oración de otras para sobrellevar las dificultades, para agradecer a Dios el buen final de algo, para dar ánimos a alguien que lo necesita. Y al siguiente, y al siguiente….

¡Qué suerte tengo de ser cristiana! ¡Pero qué suerte tengo de ser cristiana!

Porque sé que ahora tengo en el Cielo un intercesor más, Don Rodrigo, que seguirá dándolo todo para ayudarme en cualquier necesidad; porque sé que cuando yo me muera habrá gente buena que rece por mí; porque sé que ahora mismo, en este momento, alguna de las personas del grupo está rezando por todas las intenciones de todas las demás; porque sé que en todo momento hay hermanos y hermanas en Cristo repartidos por todo el planeta rezando por todos los demás cristianos, sean católicos o no, y también por lo que no son cristianos; porque sé que tengo muchos hermanos sacerdotes que cada día traen a Cristo a la Tierra en la Eucaristía, y que curan el alma de todas las personas heridas que van a confesar sus pecados; porque sé que aunque lo parezca, nunca estoy sola: mi Padre está conmigo, mi Madre María también, mi ángel custodio también, todos los santos del Cielo también, las benditas ánimas del Purgatorio también…. ¡menos mal que todas estas personas no ocupan espacio físico, sería un agobio tremendo!

No, bromas aparte, esto es verdad. Los cristianos lo tenemos y a veces no nos acordamos y nos sentimos solos y tristes y abandonados…

Pues además de todos esos apoyos invisibles, los cristianos somos muchos millones en el mundo y siempre hay alguno que está rezando por los demás.

¡Y es una gozada ser de una familia tan bien situada! ¡No lo va a ser ser hijos de Dios!



JMRS