Poker de Ases
El neoliberalismo y la Cuarta Transformación
Javier Sicilia | Proceso
La palabra “neoliberalismo”, una palabra recurrente en el discurso de la 4T, ha perdido como tantas otras sus contornos. Es, diría Iván Illich, una palabra “amiba”, que lo mismo sirve para referirse a la derecha que a las empresas privadas; lo mismo para señalar al liberalismo que al conservadurismo –en su acepción de reaccionario–. En los discursos de la 4T parece referirse a otras cosas más: a las organizaciones de la sociedad civil, incluso a los académicos.
Sospecho, sin embargo, que en el fondo de esta amibiasis lingüística lo que la 4T entiende por “neoliberalismo” no sólo es la idea del liberalismo económico clásico que resume la famosa frase de Adam Smith: Laisser faire, laisser passer –el libre movimiento de la economía de mercado sin regulaciones del Estado. Parece extenderlo también a todo lo que escapa a la tutela del Estado, en materia de independencia económica y sin distinción alguna.
Esta manera de entenderlo hace que la 4T caiga en constantes y graves contradicciones inherentes, por lo demás, a cualquier amibiasis lingüística.
Así, como la 4T es consciente de los desastres que ha traído el neoliberalismo, no lo es de sus fundamentos, que ella quiere preservar y que son la sustancia tanto del liberalismo económico como del neoliberalismo nacido en los años treinta del siglo XX: el Progreso o, como se renombró, el Desarrollo, que llevará el bienestar material para todos y que es inseparable del capital, el industrialismo, la producción, el salario y el consumo o, en otras palabras, que es inseparable de la transformación del valor de uso en valor de cambio, es decir, en mercancía.
Creer que el Desarrollo regido por el Estado y no por la libertad de las empresas privadas terminará con el neoliberalismo, es un grave equívoco. No es el capital privado, sin intervención del Estado, el que hace al neoliberalismo. Es la noción de Desarrollo la que lo crea y lo sostiene. Al remplazar el valor de uso (que los pueblos indígenas llaman sabiamente Pachamama) por mercancías, destruye las producciones autónomas –basadas en economías de subsistencia, es decir limitadas, proporcionales y basadas en otros saberes– sustituyéndolas por formas de producción y de consumo industriales, estandarizadas e ilimitadas que, como vemos todos los días, cada vez alcanzan para menos y nos sumen en formas descomunales de violencias humanas y ambientales.
Por eso, la 4T, utilizando otras amibas lingüísticas, acusa, como lo hacen abiertamente los neoliberales, a los pueblos indígenas no colonizados por la noción de Desarrollo, de “radicales conservadores de izquierda” y los atropella con proyectos que están en la raíz del mismo neoliberalismo; por eso abomina de cualquier proyecto que no esté regulado por el Estado, se base o no en la idea de Desarrollo. Por eso, en lugar de generar procesos productivos no industriales, sino autónomos y limitados, prefiere generar políticas asistencialistas para aquellos a los que el Desarrollo no alcanza ni alcanzará jamás.
La sustancia neoliberal de la 4T estaba ya plasmada en lo que los muralistas representaron teatralmente antes de que los expertos definieran las etapas del Desarrollo. El hombre del Progreso, del Desarrollo, el hombre nuevo, salido del atraso premoderno, es el hombre en overol detrás de su máquina o en bata blanca inclinado detrás de su microscopio. Perfora túneles en las montañas, hace funcionar las altas chimeneas de las fábricas. Las mujeres lo dan a luz, lo amamantan, lo educan.
En un claro contraste con los modos de producción de las economías autónomas del mundo indígena, que han resurgido con el movimiento indígena, o de otras organizaciones autónomas con distintas alternativas económicas y productivas, “los murales de Rivera y de Orozco –dice Iván Illich– evocan la labor industrial como la única fuente de los bienes necesarios para la existencia y, eventualmente, para la felicidad”.
Pero este ideal hace tiempo que colapsó. Casi 100 años después de haberse impuesto al país a través del Estado y en recientes fechas a través de la libre empresa, nos ha llevado al desastre y a la crisis en la que nos encontramos.
Esa es la contradicción de la 4T: querer poner un coto a las atrocidades del neoliberalismo, pero manteniendo la raíz que las genera.
La única manera de salir de la lógica neoliberal, que ha invadido todo, es el fortalecimiento de las autonomías y la recuperación del valor de uso que limite las producciones irracionales del Desarrollo.
No se trata de volver a épocas pasadas, sino de apoyar la creatividad de los ámbitos comunitarios y sus formas de vida no mediadas por el salario, la producción y el consumo irracional de la economía estandarizada del Desarrollo. Creer, como sugiere la 4T, que volviendo de alguna forma al pasado exaltado por los muralistas se pondrá fin al arrasamiento neoliberal, es confundir la luna con el dedo que la señala y hacer más profundo el desastre.
Tal vez la contradicción se encuentra en sus orígenes: transformación y regeneración. No se trata de cambiar de forma; tampoco de poner en buen estado lo deteriorado. No se puede ni transformar ni regenerar lo que nació de la locura de la ambición y que ya mostró sus consecuencias. Se trata de refundar, y para hacerlo es necesario ir a la raíz del problema y escuchar lo que emerge de lo mejor de las tradiciones negadas por la locura del Desarrollo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE.
Jamileth