Disparates y Desfiguros
La batalla, en la calle y en las redes, por la embajada de Venezuela en Washington
Pablo Pardo | El Mundo
La chica, joven y de negro, está junto a una señora de mediana edad que lleva la bandera de Venezuela anudada sobre los hombros. La chica se llama Anya Parampil, y, con una sonrisa de oreja a oreja, se dirige a la señora, a su izquierda:
- ¿No tiene una cita para que le pongan bótox hoy, señora?-
La otra mujer la mira con irritación y responde con sarcasmo:
- No, tal vez mañana. -
Toda la conversación es en inglés. Porque, aunque la mujer de la bandera es venezolana, Parampil es estadounidense. Estadounidenses son, también, la mayoría de la treintena de activistas (aparentemente hay al menos un alemán) que ocupan la embajada de Venezuela en Washington desde que hace un mes los diplomáticos del Gobierno de Nicolás Maduro les dieron acceso a la sede diplomática.
Los que están fuera son los venezolanos. Así que los defensores de la soberanía no sólo no hablan el idioma del país que dicen estar defendiendo, sino que están impidiendo a los ciudadanos de ese país entrar en su propia embajada. El mundo al revés.
Ese es el trágico teatro del absurdo de la calle 30 de Washington, en el barrio de Georgetown, en el edificio de ladrillo rojo de tres plantas de la embajada de Venezuela, tomado por los miembros de las organizaciones Code Pink - que alcanzó una gran popularidad hace una década, por su oposición a la Guerra de Irak - y ANSWER Coalition que, además cuentan con el apoyo de simpatizantes (de nuevo, estadounidenses) que están en la calle, entre los venezolanos.
La 'toma' de la embajada
El resultado es una cacofonía de eslóganes entre dentro y fuera que alcanzó su paroxismo el miércoles por la tarde, cuando el embajador al que reconoce EU, Carlos Vecchio, fue a la puerta de la sede diplomática y prometió "recuperarla". La toma de la embajada era, para muchos de los 200 manifestantes venezolanos, el objetivo del día. Pero Vecchio se fue por la calle K, sin llevar a cabo ninguna acción.
Así que la guerra de nervios sigue. Una guerra de nervios en la que los 30 ocupantes, más unos 25 simpatizantes de Maduro fuera del edificio, parecían jugar el miércoles sus bazas mucho mejor que los 200 venezolanos que reclamaban la embajada, y entre los que había desde exiliados hasta una familia de turistas de ese país de visita en EU que no querían desvelar su identidad por temor a las represalias del régimen de Maduro contra ellos cuando regresen.
En internet, los grupos favorables a Maduro han descrito a los manifestantes como "racistas" y "supremacistas blancos", pese a que tanto los ocupantes de la legación venezolana como los simpatizantes que tienen fuera son muchísimo más blancos que los venezolanos que protestan. Pero, en la era de la post-verdad, quién es racista y quién no lo es se decide en las redes, del mismo modo que las embajadas son ocupadas por extranjeros para defender el honor de países cuya lengua no saben hablar. Mientras tanto, Nicolás Maduro pidió a Washington que protegiera su embajada.
La batalla de las relaciones públicas preocupaba mucho a los manifestantes. "Si empezamos a entrar en las provocaciones de los del Código Rosado (Code Pink) podemos perder lo que hemos ganado en 48 horas", decía una mujer por una megáfono. "Yo soy blanca, y soy negra, porque, con lo ignorantes que son, no saben que en Venezuela somos todos mezclados", añadía, antes de aludir a Parampil como "la muchachita que va vestida de negro haciendo fotos y luego las cuelga en Twitter".
Oposición desorganizada
Parampil trabaja para The Grayzone, un canal de noticias en YouTube, aunque, al contrario que los demás periodistas que cubren la ocupación y las protestas, ni ella ni su camarógrafo llevan credenciales. "He sido muy crítica con la repetidamente fracasada política de cambio de régimen de este Gobierno [en referencia a Donald Trump], y la oposición venezolana me ve como hostil", explica a EL MUNDO. Su acción no es sólo informativa. También parece provocadora. "¿Qué opina de los comentarios racistas que se han realizado aquí?", es una de las preguntas que más a menudo hace a los venezolanos. Pero EL MUNDO no ha visto ni oído ningún mensaje racista.
La oposición venezolana no parece racista. Pero sí desorganizada. Ni siquiera tiene medios para para hacerse oír por encima de los ocupantes. Las palabras de Vecchio, los eslóganes de "el pueblo unido, jamás será vencido", y los cánticos del himno nacional apoyados por un trompetista quedaron ahogados el miércoles por la formidable megafonía de Code Pink a través de la cual salían mensajes atronadores, en impecable inglés estadounidense, denunciando "el imperialismo".
Así que los venezolanos se quedan, frente a su embajada, afónicos de tanto gritar. En el sentido literal del término. Porque sin voz estaba el miércoles Miguel Mijares, de 52 años, politólogo y abogado de la ciudad de Mérida, después de dos días coreando a pleno pulmón consignas frente a la que fue la embajada de su país. Mijares vive en Maryland, junto a Washington, desde que se fue de Venezuela hace tres años.
"Toda mi familia recibía amenazas de los colectivos", decía en referencia los grupos de apoyo a Maduro. Mijares, que ni siquiera ha podido renovar sus papeles porque la embajada no funciona desde la ocupación, seguía poniendo lo que le quedaba de voz en la protesta, acaso sin saber que la guerra de la propaganda también se disputa en Facebook y en Youtube.
Jamileth